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Pinkwashing: la variante Piñera Yo opino

Pinkwashing: la variante Piñera

Jorge Díaz
Por : Jorge Díaz Doctor en Bioquímica U. de Chile, escritor y activista de la disidencia sexual
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El rosado (pink) es el color que caracteriza la lucha contra el cáncer de mama. Este color se impuso para visibilizar esta enfermedad y fue así como marcas y compañías comerciales pintaron sus productos de rosado con el objetivo de mostrarse solidarios con las personas que sufren esta enfermedad. Breast Cancer Action es una organización norteamericana fundada en 1990 cuyo objetivo es apoyar y trabajar con personas que viven con cáncer de mama a través de distintas acciones activistas.

Esta organización acusó un uso comercial de estas marcas que comercializaban productos cosméticos para mujeres que podían resultar ser tóxicos y evidenciaron que las empresas se pintaban de rosado con fines puramente comerciales ya que no había ningún aporte real, ni económico ni médico. Ellxs denunciaron el aprovechamiento que había en estas acciones que lavaban la imagen de una industria comercial despiadada que, al mismo tiempo que se mostraba solidaria por un color, aumentaba sus ganancias sin ninguna ayuda, por ejemplo, con fondos para la investigación para el cáncer de mama. Fue así como el nació el concepto pinkwashing.

Con el tiempo, distintos colectivos LGBTIQ+* hicieron suya esta consigna para denunciar usos oportunistas de las demandas de las disidencias sexuales sobre todo en países que ejercen una violencia extrema y que promulgan leyes de matrimonio igualitario para acallar las protestas y mostrarse abiertos a las diversidades sexuales de una manera cínica. Este tipo de acciones han sido estudiadas por la teoría política reforzando la idea de un continuo uso del pinkwashing, es decir, un lavado de imagen de gobiernos represivos que, utilizando las demandas de la diversidad sexual como el matrimonio, generan una “moneda de cambio” frente a procesos de violencia política extrema.

En Chile, desde la vuelta a la democracia en el país, la política sexual se concentró principalmente  en estimular campañas de prevención del VIH/Sida, debido a que las tasas de contagios tenían un aumento sostenido en las comunidades disidentes sexuales y los avances en materia de tratamientos o vacunas avanzaba lentamente. Con el pasar de los años, la exigencia del matrimonio homosexual como prioridad para las ONGs y distintas agrupaciones activistas comenzó a ocupar protagonismo en la agenda de la política y la educación sexual fue quedando de lado, lo que tuvo como consecuencias un aumento explosivo en la tasa de infección por VIH. Chile es uno de los países con mayores casos de VIH/Sida en la región.

La emergencia de agrupaciones de la diversidad sexual como la fundación Iguales que nació el año 2011, conformada en sus dirigencias por personas provenientes de la élite intelectual y económica del país, sin la carga política de la izquierda ni del feminismo antidictadura, tuvo un efecto inédito en las relaciones del estado con la ciudadanía LGBTIQ+*. Con el primer gobierno del empresario Sebastián Piñera (2010-2014) quien apareció en su campaña con parejas homosexuales y con el apoyo de líderes de la élite gay como Pablo Simonetti y Luis Larraín, se impulsó una agenda de la diversidad sexual centrada en el matrimonio que no hacían sentido a muchas comunidades disidentes sexuales que viven continuamente la violencia política y la precariedad laboral.

Para muchas disidencias sexuales, como las comunidades trans y de trabajadoras sexuales, el matrimonio no es una necesidad básica como si lo es una ley de protección social contundente que asegure la no violencia y dignidad. ¿Para qué casarnos si ni siquiera tenemos casa? Se construyó así la reciente imagen del “homonacionalismo” encarnada en las dirigencias de la fundación Iguales que con su poder e influencia económica, generaron vínculos liberales con la derecha pinochetista que también trataba de limpiarse su pasado de represiones, desaparecimientos forzados, torturas y la implantación de un perverso sistema neoliberal, a través del acercamiento con los gays de la élite.

Actualmente, a inicios de junio de 2021, nos encontramos en una tercera ola de contagios por coronavirus en el país, a pesar de tener a cerca del 50% de la población vacunada principalmente con la vacuna CoronaVac del laboratorio Sinovac que ha demostrado ser muy efectiva en disminuir los síntomas de la enfermedad pero no evita el contagio y la propagación del virus que sigue mermando vidas y comunidades completas. La cifra de muertos y contagiados es peor que el año 2020 y la ocupación de camas en los servicios de salud llega casi al 100%, debido al mal manejo de la infección y a la falta de ayudas básicas para la población como lo han dicho el Colegio médico de Chile, las Sociedades científicas del país y la ciudadanía completa.

No tenemos que olvidar que durante este tiempo de pandemia, el presidente de la República aumentó excesivamente su patrimonio monetario como también los grandes empresarios del país, a diferencia de la clase trabajadora que vive una precarización histórica, sin recursos, trabajos y retirando sus propias pensiones para sobrevivir. En este contexto, la mejor clase que nos explicó que es la estrategia del pinkwashing la ofreció el presidente en su último discurso de cuenta pública el 2 de junio pasado. Sebastián Piñera, responsable de múltiples violaciones de los derechos humanos durante la revuelta social que comenzó en octubre de 2019, anunció mediante cadena nacional que pondría «urgencia» al proyecto de matrimonio igualitario en un contexto de pandemia, precarización, muerte y mutilación entre un estallido social y una pandemia. Mientras muchos compañerxs presos políticos de la revuelta siguen injustamente en cárceles, esperando una sentencia y mientras la gran parte de la población estamos expuestos a un virus que mata y precariza a nuestras poblaciones, familias y comunidades, el presidente nos dice ahora que pronto nos podremos «casar». 

Es importante denunciar que durante la pandemia se han intensificado en violencia y sadismo los impunes hechos de violencia extrema hacia compañeras trans que han sido denunciados públicamente por el sindicato y corporación de personas trans, Amanda Jofré, pero que no han recibido ni la atención ni la reparación necesaria.

Casi al instante de este anuncio, el escritor gay Pablo Simonetti, sin un mínimo de ética por el contexto que espera una ley que promueva una ayuda básica a las familias desempleadas, se mostró alegre por redes sociales al anuncio del presidente sin hacer un contrapunto con el momento difícil que vivimos. De todos modos no es sorprendente que se haya alegrado tanto por esta medida del presidente y su cortina de humo, así es la homosexualidad liberal: mientras te entreguen lo que quieres, te debes callar.

No olvidemos que este es sólo un anuncio, este proyecto de matrimonio igualitario lleva años durmiendo en el congreso. Frente a estos hechos, queda más que claro que diversidad sexual no es sinónimo de disidencia sexual como muchas personas confunden. 

Es importante hacer memoria para recordar otro episodio: el año 2015, cuando lxs trabajadores del registro civil se encontraban en paro por mejoras en las condiciones laborales y en una modernización de la institución, se aprobó el Acuerdo de Unión Civil y algunas de las agrupaciones de la diversidad “igualada” utilizaron los turnos éticos para celebrar sus uniones civiles sin realizar ningún apoyo público a los trabajadorxs. Es importante hacer memoria.

Semanas antes, durante las mega elecciones de constituyentes, alcaldes, concejales y gobernadores, Pablo Maltés, el abuelo, hombre cis género y heterosexual perteneciente al partido humanista, usó a las comunidades disidentes para usurpar nuestra voz y proclamarse «kuir», apropiando en su discurso la visibilidad de comunidades completas y también de otros candidatos políticos. Activistas de distintos espacios cuestionaron su apropiacionismo y la diputada Pamela Jiles, la abuela, llamó “yuta del género” a quienes realizaron estas alertas a la candidatura de su pareja Pablo Maltés. Una pareja heterosexual es quien define cómo deben ser representadas las comunidades disidentes sexuales en la política.

La crítica y la autocrítica es clave en las comunidades transfeministas, no somos sujetos perfectos y nuestras acciones pueden tener errores y aciertos. Estas declaraciones de Pamela Jiles, generaron bastantes problemas y conflictos en las mismas comunidades disidentes sexuales por la violencia de sus palabras y tratamientos. No necesitamos esto.

La disidencia sexual no es moneda de cambio para la política. Hasta hace poco se nos consideraba una patología y una degeneración, los virus que rompen la higiene del país. La política sexual es la nueva utopía en un mundo devastado y la política tradicional, que se lo apropia todo, quiere para sí a las comunidades que han sabido vivir y resistir en un mundo que nos quiere eliminar y que nos violenta constantemente. Quizás porque las comunidades disidentes han sido las que frente a la violencia constante y hostigante, asesina, han sabido construir creativamente proyectos dignos de sobrevivencia que ahora quieren usurpar.

No olvidamos, ni perdonamos a nuestros verdugos. Cambian el rostro, se visten de rosado y de banderas multicolor.

Sabemos quiénes son y lo que ocultan. A estas alturas ya no les creemos nada y las estrategias de un conglomerado de la élite política sin base social, parecen obscenos y desesperados en su último respiro agonizante. Es tiempo que las disidencias sexuales puedan respirar.

  • Esta columna fue publicada originalmente en la revista Mutantezine
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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