Publicidad
Terriblemente mal hecha: «El vestuario tiene tallas que consideran sólo cierto tipo de mujeres, además, una talla no es la misma en un comercio que en otro» Yo opino Créditos: Foto de SHVETS production en Pexels

Terriblemente mal hecha: «El vestuario tiene tallas que consideran sólo cierto tipo de mujeres, además, una talla no es la misma en un comercio que en otro»


“No me es nada fácil encontrar un vestido que no me haga sentir terriblemente mal hecha”, dijo la actriz Ana Morgade a El País de España, al decidir pasar por una alfombra roja -la del la Semana de Cine de Valladolid, la Seminci, hace un par de días-  con un “porta terno” a modo de traje de gala.

Lo que pareciera ser solo una anécdota del otro lado del océano, realmente no lo es. Es, por el contrario, una realidad que afecta a mujeres en todo el mundo y que, para quienes podrían pensar que es una “frivolidad”, no ven que es un tema que cala profundamente en la salud mental.

Si hacemos un barrido rápido a los últimos 20 años, podemos encontrar que: Hace 14 años el símil español de nuestro Ministerio de Salud comenzaba a propiciar una “homogeneización efectiva de las tallas”, hace 12 Argentina emprendió un camino similar -con distintas “escalas” y que concluyó hace unos meses con la publicación de la Ley Sistema Único Normalizado de Identificación de Talles de Indumentaria (SUNITI), Ley 27521-, hace 12 años también, en Chile se presentó un proyecto de ley para “unificar tallas”, sin embargo, este no ha prosperado y no contamos más que con un decreto de 1984,  del Ministerio de Economía en el que: “se aprueba la rotulación y símbolos para el cuidado de los textiles, la rotulación de tejidos planos y la rotulación del vestuario”.

[cita tipo=»destaque»] Debido a la pandemia -por las compras por internet y la imposibilidad de probarse las prendas- hay marcas que han establecido sus propias “guías de tallas”. La que supone la necesidad de medir cada una de las partes del cuerpo: busto, cintura, caderas, muslos, para ver si esa medición se acomoda a la que han determinado para un pantalón. [/cita]

Es decir, un reglamento que dice que deben tener una etiqueta con la talla -la que la marca estime en cuanto al tamaño de la prenda, pues no entrega parámetros- y una que diga cómo “cuidar” dicha prenda, pero no contamos con un decreto o ley que tenga la misma preocupación por el cuidado de la salud mental de las mujeres en Chile a la hora de comprar una prenda.

De hecho, en marzo de este año el Servicio Nacional del Consumidor (Sernac) dio a conocer los resultados de su encuesta Mujeres y Consumo en la que explicó que “se percibe que el vestuario tiene tallas que consideran cierto tipo de mujeres, y no es variada para todas. Además de la falta de estandarización, pues una talla no es la misma en un comercio que en otro”, lo que provoca -entre otras- la percepción de discriminación de quienes se ven enfrentadas a algo que debiera ser sencillo: poder comprar vestuario.

Tres meses después, el mismo servicio ofició a 11 tiendas del retail “por el tallaje del vestuario”, entre otras por la imposibilidad de definir el tamaño de una “talla”, ya que todas contarían con sus propias medidas, lo que dificulta a las mujeres a dar con ropa que se adecúe a sus cuerpos. El mismo órgano reconoce que en Chile no hay un estudio antropométrico sobre los tipos de cuerpo que tenemos las mujeres aquí.

Lamentablemente esto no es nuevo. Ya en 2010 The New York Times publicaba un reportaje en el que daba cuenta de que habían, al menos, 10 centímetros de diferencia entre las mismas tallas de algunas de las marcas más populares del retail.

Debido a la pandemia -por las compras por internet y la imposibilidad de probarse las prendas- hay marcas que han establecido sus propias “guías de tallas”. La que supone la necesidad de medir cada una de las partes del cuerpo: busto, cintura, caderas, muslos, para ver si esa medición se acomoda a la que han determinado para un pantalón, por ejemplo, desde el 38 al 48. ¿El problema? Estas medidas tampoco calzan y nuevamente está el problema de que cada marca tiene una “cintura propia”, un “busto propio”, una “cadera propia”, por lo que la historia no termina solo con haber tenido que medir cada parte de tu cuerpo.

La violencia sistémica que hay en esto es brutal. La poca preocupación por la salud mental de las mujeres, afectada por una vida de estereotipos e idealización del “cuerpo perfecto” es brutal y, lo peor, es que parece no ser algo que termine de remover las conciencias de quienes pueden generar un cambio.

A mis 36 años tener que medir mi cuerpo para comprarme un vestido y saber que, pese a eso, las posibilidades de que me quede ni siquiera son reales es violento, pero pensar que quienes hoy son niñas o adolescentes tengan que pasar por esto, con la carga que esto tiene y el daño que puede generar a largo plazo me parece alarmante.

Aquí no hay un tema de vanidad de por medio, sino que una preocupación legítima por cómo la falta de una normativa nos afecta y, peor aún, cómo afectará la percepción corporal de las nuevas generaciones, creando una barrera más que derribar.

Avancemos hacia un país en el que no haya una sola niña, adolescente o mujer que sienta, como dijo Morgade, que está “terriblemente mal hecha”. Hagámonos cargo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias