El día 28 de Junio se celebra el aniversario de Stonewall, nombre del bar que alojó la primera protesta cuir (o LGBTQI+) en la historia registrada de Estados Unidos. La lucha liderada por exponentes de la política disidente como Marsha P. Johnson y Harvey Milk representó a una comunidad que exigía el fin a la discriminación. Ese día, la policía había efectuado una de tantas redadas en el bar con detenciones, principalmente a hombres afeminados, hombres vestidos y maquillados, y personas trans. Todo lo que implicase una transgresión a la hegemonía masculina de la época fue castigado, detenido y censurado sin legislación que lo avale.
Mucho hemos avanzado en los 40 años que han pasado desde ese día histórico. En Chile, hoy podemos afirmar con seguridad que la mayoría de los habitantes de este país rechaza la discriminación a personas cuir. Al menos, que ha desaparecido el sentido común del rechazo a la diferencia por orientación sexual e identidad de género, que el respeto a nuestra comunidad se ha convertido en un signo de buenos modales. La comunidad ha hecho, efectivamente, el punto. Atravesamos tiempos de bonanza relativa. Hemos conseguido una victoria cultural, una cultura de modales.
Ya no se habla de los maricones en la mesa, o cada vez menos, las generaciones menores y urbanas de 20 años en su mayoría no registran discursos discriminatorios. Para quienes son mayores hemos construido un hábito, un modal, como esos de manual de Carreño: discriminar, o el hecho ahorrarse hacerlo para quienes querían hacerlo porque les parecía divertido o necesario, tiene su motivación central en el pudor. Algunes otres, sin ser cuir, han superado incluso la cultura de modales y activamente han profesado una cultura de conductas: sumándose con entusiasmo a la curiosidad de nuestra diferencia, disfrutando nuestro humor, nuestro lenguaje. Evitando hacer diferencias odiosas por el genuino desinterés a la orientación u identidad de unos y otres.
[cita tipo=»destaque»] Cómo desarrollar políticamente una respuesta al problema del odio, que si bien según las cifras disminuye, también se radicaliza. [/cita]
La pregunta es hacia dónde apuntar una vez conseguido el modal, la deferencia, un respeto general. En algunas familias chilenas los discursos homofóbicos comienzan a retirarse de la mesa del domingo. No sabemos que pasará con esa intolerancia en personas que sienten que no pueden decir lo que opinan, pero aquel hecho es meritorio de ser analizado en otro momento.
Volviendo a lo que nos convoca, lo cierto es que ya en algunas capas y sectores de la sociedad chilena también está dejando de importar si alguien es o no cuir: por ejemplo, con toda naturalidad, algunos padres explican que sus hijes son no-binaries o trans, hecho que en la sociedad chilena del año 2010 era impensado. Ahora bien, y aún a pesar de este esperanzador panorama, la pregunta política para la comunidad cuir sigue siendo en esencia la misma: cómo desarrollar políticamente una respuesta al problema del odio, que si bien según las cifras disminuye, también se radicaliza. La ultraderecha promueve un discurso que abiertamente atenta contra nuestros derechos. En términos más concretos: hay rabias y dolores que no dejan de doler, ni de motivarnos para convocar a orgullosa protesta: mataron a Nicole Saavedra y el crimen sigue impune. Seguimos batallando en Chile por la dignidad de nuestrxs muertxs, seguimos denunciando transodio sin una respuesta institucional que permita contener las consecuencias nefastas del fenómeno.
Espacios como el día de la marcha del orgullo son fundamentales porque somos mucho más que hombres que gustan de hombres, o mujeres que gustan de mujeres: somos, ante todo, una comunidad. Una sociedad dentro de otra, con particularidades. Una sociedad que nace como resultado de una búsqueda: la mayoría de los integrantes de la comunidad cuir nace con padres heterosexuales. Una sociedad compleja, que excede cualquier estereotipo, pero que también es contenido en él.
Mostrarnos tal como somos ha sido la manera de ser exitosos generando conexiones más allá de la cultura de los modales. Recuerdo la marcha del orgullo en Punta Arenas el año 2017, donde una señora se me acercó a decirme muy emocionada que las canciones que cantaban las drag le recordaban a su infancia. Que venía a hacer un trámite al centro y que quiso quedarse. Que le encantó la marcha, que le encantaron los actos, que lo pasó muy bien. El 28 de Junio es un día donde exhibimos nuestros colores y diferencias como una postal, utilizando la ciudad y la luz del día para comunicar íntimamente algo de lo que somos, combatiendo con alegría la intolerancia que se alimenta del odio y del prejuicio hacia nosotres.
La cultura heterosexual no requiere de estos espacios. Es hegemónica y desde tiempos inmemoriales se ha presentado a sí misma como obligatoria y transversal. La sociedad parece diseñada a la medida de la heteronorma: soy parte de una generación que en su adolescencia no tuvo imágenes homosexuales en las que inspirarse, o muy pocas. Los proyectos de vida de la comunidad cuir millenial y mayores han sido fruto de nuestra imaginación, tomando referencias de nuestra cultura pero también de la otra, la que nos rechazó de muchas formas. Algunos mayores eligieron vivir la tragedia del secreto a voces, y vivir con sus parejas explicándole a la familia que son amigos; otros, derechamente, envejecen solos, muches sin haber tenido experiencias ni posibilidades de desarrollar su orientación o su identidad.
Ante este problema político, que ha desencadenado como respuesta una baja autoestima y temor al rechazo como problemas psicológicos y conductuales que afectan a la comunidad cuir, el antídoto natural de este problema ha sido, precisamente, la promoción de una cultura del orgullo.
Desgraciadamente en estos tiempos, donde la gran mayoría de nuestras relaciones sociales (incluso las políticas, muchas veces) están hegemonizadas por el mercado, el orgullo se embotella y se vende como producto. La marca de vodka Absolut apunta directamente a la comunidad LGBT+ y por tal razón financia influencers nacionales como el hermano de Joven y Alocada, quien irresponsablemente se suma a la publicitación de la marca. Vicente Gutiérrez – quien además fue candidato a concejal por Ñuñoa con cupo del frente amplio- pareciera ignorar que el vodka Absolut no va a favorecer la inserción de adultos mayores a la comunidad cuir, ni va a disminuir los niveles de discriminación laboral que afecta a les trabajadores precarizades, los cuales sólo denuncian malos tratos en un 25% de los casos, ni va a permitir que en FONASA se incluya la cobertura del cambio corporal para personas trans. No nos van a matar menos porque dos maricones compren Absolut en vez de Stolichnaya.
Nuestro orgullo nos pertenece. Es nuestra biografía y nuestra bandera. Condicionar el éxito de la jornada de celebración al dinero que aporten empresas para consolidar su relación con el público dirigido no nos ayuda ni nos ayudará. El orgullo no puede ser reducido a un producto comercial, parte de un negocio. Vicente Gutiérrez recibe un aporte económico a costa de algo que para nosotres debe ser sagrado: la visibilización de nuestras demandas y de la promoción de la celebración en torno a valores y a rasgos más que a productos.
La mayoría de las empresas que deciden publicitar su orgullo junto a nosotros han tomado esta decisión gracias a la reunión de publicistas y gerentes generales, no porque realmente les importe. Y respecto de la excepcionalísima plana empresarial a la que sí le importa, por pertenecer a la comunidad, lo cierto es que con sus acciones la terminan perjudicando. La publicidad es, ante todo, un cambio de tema, como decía Don Draper en la serie Mad Men, dirigida por Matthew Weiner. No podemos hacer competir a Vodka Absolut con Nicole Saavdera. No puede distraernos lo que ocurre ese día entre las personas, en la ropa que se usa, en la música que se baila, en las palabras que se usan, en las intenciones que se tienen. Nada de lo que pasa ese día tiene que ver con una marca de vodka. Nada.
El desafío para quienes nos sentimos adherentes a una política de izquierda es, fundamentalmente, mantener la conversación en lo importante. No utilizar a nuestros rostros para promocionar productos en redes sociales sino que para compartir ideas y proponer discusión, actividades, cultura. Una cultura de conductas más que de modales que nos permita vivir en la ciudad de manera plena, enriqueciendo la democracia y la sociedad con la espectacularidad radical de nuestra diferencia.