Cuántas veces hemos escuchado que las mujeres somos capaces de hacer muchas actividades a la vez, que somos “multitasking” o “súper mujeres”. Estos conceptos que parecen halagadores no son más que una trampa para que aceptemos una designación social y machista.
Ser las principales responsables del trabajo de cuidados y del hogar, ese es el mandato. ¿O alguien cree acaso que las mujeres por biología o genética venimos de nacimiento con un chip multitasking?
La sociedad patriarcal ha definido y reafirmado estereotipos de género que consideran que las mujeres debemos ser las principales responsables del trabajo doméstico. Es tan fuerte y extendido este estereotipo que no existe ningún país del mundo donde hombres y mujeres realicen el trabajo de cuidados por igual, o donde los hombres sean los principales cuidadores.
Las cifras hablan por sí mismas. Según ONU Mujeres, las mujeres dedicamos entre 1 y 3 horas más que los hombres a las labores domésticas, y entre 2 y 10 veces más de tiempo diario a la prestación de cuidados de los hijos e hijas, personas mayores y enfermas. Incluso en el caso de parejas heterosexuales donde ambas personas trabajan de manera remunerada las mujeres son quienes realizamos la mayor cantidad de trabajo del hogar.
Llamemos las cosas por su nombre, no es multitasking, ni somos súper mujeres, somos víctimas de la carga mental. Carga mental, porque en nuestras mentes hay una lista interminable de pendientes y tareas que debemos ejecutar. Y claro, esta lista de tareas es una carga pesada porque nuestro día tiene 24 horas igual que el de los hombres.
Camila Ramos Vilches, experta en Igualdad e Inclusión, a quien entrevistamos en nuestro último episodio de Equality el Podcast, hizo un llamado muy potente para salir de la trampa de la carga mental: “El hogar es el primer lugar donde una tiene que hacer la revolución (…) ¿Qué pasa si dejo de hacer una tarea?”.
Necesitamos que haya miles de revoluciones en el mundo para empujar entre todas y en conjunto un cambio profundo de paradigma. Revoluciones que claramente deben ir acompañadas de políticas públicas sólidas que pongan a los Estados como protagonistas en la entrega de servicios de cuidados.