
Trayectorias laborales de mujeres y el orden natural de las cosas
La participación laboral de mujeres en espacios remunerados ha progresado sostenidamente en las últimas décadas. Según el Informe Laboral Anual (2024) en 1986, la tasa de participación laboral femenina era del 31,1% y, aunque su crecimiento fue gradual en los años siguientes, sufrió un fuerte retroceso en 2020 debido a la pandemia de COVID-19. Sin embargo, en los años posteriores la tendencia al alza se retomó, alcanzando en 2024 un 52,6%, el nivel más alto registrado hasta la fecha.
Si bien esta alza da cuenta de procesos de transformación relevantes en materias de equidad aún se evidencian brechas de género respecto a la cualidad del trabajo y sus condiciones. Mujeres en menor proporción en sectores altamente masculinizados –construcción 8,4%, Minería 13,8 y Transporte y Almacenamiento 16,6% según el Informe Laboral Anual (2024) – y menor participación en cargos de alta responsabilidad (VI Reporte de Indicadores de Género en Empresas 2024) sintetizan este escenario.
¿Qué factores inciden en la configuración de este escenario? Destaco dos altamente relevantes y estrechamente relacionados: 1. Estereotipos y sesgos de género, anclados en la idea que hombres y mujeres portamos habilidades específicas basadas en nuestro sexo. 2. Distribución del tiempo asociado a labores de cuidado.
Respecto al primero, la idea estereotipada de género nos impulsa a participar predominantemente en espacios y áreas esperadas, como efecto de aquello que se nos aparece como lugar autorizado. Lo que estereotipadamente se nos aparece como propio del ser mujer: cuidar, comunicar, mediar, entre otros; va trazando una ruta hacia carreras y trayectorias laborales donde esas habilidades son altamente valoradas. Si bien en las últimas décadas cada vez más mujeres tensionan ese mandato social insertándose en contextos y actividades tradicionalmente masculinizadas, estos estereotipos y sesgos van configurando una especie de sanción que las mujeres deben enfrentar para sostener su opción. Sanciones
sociales que toman formas particulares en los contextos laborales asociadas a lo que conocemos como techo de cristal y escaleras rotas, ambos fenómenos sostenidos por los estereotipos y la presión social por restablecer “el orden natural de las cosas”.
Respecto al segundo, la distribución desigual del cuidado basada en estereotipos en nuestra sociedad implica que las mujeres aún cuando nos insertamos al espacio laboral remunerado seguimos estando a cargo del cuidado y el espacio domestico en mayor proporción que los hombres. Según la encuesta nacional de uso del tiempo (ENUT, 2023) sin importar la condición de actividad económica, las mujeres destinan entre 2 y 2 horas y media más que los hombres al trabajo no remunerado.
¿Qué estamos haciendo para transformar ese orden natural de las cosas en una nueva configuración social? La responsabilidad ética y social de generar el cambio es tarea de todos y todas. En ello las organizaciones, la academia, el estado y todos los actores del ecosistema tenemos mucho que aportar. La invitación es a hacernos parte activa de ese cambio cultural que necesitamos para que el orden natural sea trazar múltiples caminos posibles de desarrollo que no dependan del sexo o género de las personas.
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