
Maternidad: Entre la sobrecarga y la invisibilidad
Ser madre es sinónimo de cargar con la crianza, el trabajo doméstico, el sostén económico, la logística diaria. Lo más alarmante es que esta sobrecarga no responde a fallas puntuales, sino a un modelo estructuralmente ciego a la maternidad, hostil al cuidado e indiferente a la corresponsabilidad.
Las mujeres crían en un país donde ser madre aún implica renunciar, ya sea al desarrollo profesional, a la estabilidad económica, y/o al tiempo personal. Las jornadas laborales no consideran la organización de la vida familiar; las políticas públicas no se hacen cargo del trabajo doméstico no remunerado; y las leyes que las deberían proteger llegan tarde, o simplemente no llegan.
La Ley de Conciliación de la Vida Personal, Familiar y Laboral es un ejemplo elocuente. Se esperaba que esta norma transformara la experiencia de maternar en el país. Pero sin presupuesto, sin mecanismos de fiscalización y sin una comprensión profunda de la economía del cuidado, se convirtió en una ley meramente declarativa. No resolvió la carga desproporcionada que enfrentan las mujeres ni redistribuyó el trabajo de cuidados. Solo formalizó lo que las madres ya venían haciendo: arreglárselas solas.
El sistema ha dejado en manos de las mujeres el cumplimiento de derechos tan básicos como la pensión de alimentos. El 96 % de quienes no pagan esta obligación legal son hombres y, aunque la Ley de Responsabilidad Parental ha permitido avances, no cambia la raíz del problema. Las madres siguen litigando por lo mínimo, continúan acudiendo a tribunales para asegurar lo esencial, como la alimentación o la salud de sus hijos, mientras enfrentan solas las consecuencias materiales y emocionales del abandono.
Hoy, además, hay un dato que debería encender las alarmas. Según cifras del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), Chile registró en 2023 la tasa de natalidad más baja desde que existen registros. Este descenso no puede interpretarse como una simple decisión individual. Cuando maternar implica vivir en precariedad, cuidar implica perder autonomía económica, y el entorno laboral penaliza la maternidad, no estamos ante una elección libre. Se trata de condiciones estructurales que desalientan el ser madre y comprometen el futuro demográfico del país.
La carga de cuidados no solo es invisible, es profundamente desigual. Las encuestas de uso del tiempo muestran que las mujeres dedican más del doble de horas diarias al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado. Esa diferencia tiene consecuencias reales: menos tiempo para descansar, para formarse, para emprender, para crecer profesionalmente, así como también implica menos ingresos, más rotación laboral y, finalmente, pensiones más bajas.
Mientras tanto, el discurso insiste en celebrar con flores, comerciales y homenajes vacíos. Pero el Día de la Madre no puede seguir siendo una postal. Es una oportunidad para exigir corresponsabilidad legal obligatoria, sanciones efectivas frente al incumplimiento parental, licencias que no reproduzcan estereotipos de género, servicios de cuidado públicos y de calidad, y una legislación laboral que deje de penalizar la maternidad.
Ser madre sigue siendo un factor de riesgo social, económico y jurídico, y eso debe cambiar. Porque mientras cuidar siga siendo una tarea solitaria, mal remunerada y jurídicamente desprotegida, ninguna mujer podrá decidir libremente ser madre y ningún país podrá aspirar seriamente a la justicia social.
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