
De la ciudad atemorizante a la ciudad cuidadora
La experiencia urbana de las mujeres está atravesada fuertemente por dos dimensiones: el miedo y los cuidados. Por un lado, las mujeres hemos aprendido a evitar ciertas calles, a acelerar el paso, a cambiar trayectos y condicionar horas de salida. Por otro, el rol de cuidadoras que la sociedad ha atribuido históricamente al género femenino nos demanda un mayor uso de la ciudad, para realizar compras, para recrear a la infancia, para asistir a adultos mayores. Así, las mujeres usamos —y padecemos— más la ciudad.
Por eso resulta tan relevante el proyecto de ley que hoy se discute en el Congreso, que propone modificar la Ley General de Urbanismo y Construcciones (LGUC) para incorporar la perspectiva de género en la planificación territorial. Ingresado en 2024 por un grupo transversal de diputadas, esta iniciativa busca asegurar que los instrumentos de planificación —planes reguladores comunales, intercomunales y metropolitanos— contemplen el diseño de espacios públicos seguros, accesibles e inclusivos para las mujeres y diversidades. Se trata de una reforma normativa histórica que, de ser aprobada, rompería con décadas de omisión legal respecto a las desigualdades territoriales por género.
Porque el tema no beneficia sólo a mujeres. Hoy, ni la LGUC ni su reglamento técnico —la OGUC— reconocen las diferencias en la experiencia urbana según género, edad, capacidades o condición socioeconómica. Esta omisión perpetúa un modelo de ciudad centrado en un habitante neutro, que en la práctica no existe. En contraste las urbes no son neutras: amplifican o reducen desigualdades.
Incorporar la perspectiva de género en la planificación urbana no es una cuestión ideológica, sino una necesidad práctica, que beneficia a la mayoría – si no a toda – la población. Significa valorar las experiencias cotidianas de infancias, mujeres, personas mayores, disidencias, personas con discapacidad, neurodivergencias, y por supuesto, también de hombres; pues el masculino también es un género.
Simultáneamente implica transformar el modo en que se piensa el territorio. Es necesario incluso ampliar la noción de infraestructuras como equipamientos aislados. No basta con jardines infantiles, centros de salud u hogares de personas mayores. Una ciudad cuidadora es capaz de conectar estos equipamientos mediante calles accesibles, veredas seguras, paraderos iluminados y espacios públicos donde se promueva el encuentro y la permanencia. En esa lógica, el diseño urbano con enfoque de género constituye el tejido fundamental que conecta las infraestructuras urbanas.
Diseñar con perspectiva de género es esencial para garantizar el bienestar urbano. Por supuesto, ninguna ley cambia por sí sola la realidad. Para que esta reforma tenga impacto, se requerirá presupuesto, formación técnica especializada, indicadores sensibles al género y participación ciudadana efectiva. Pero su aprobación sería una señal clara de que la equidad territorial importa, y de que el urbanismo también puede ser una herramienta para la igualdad.
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