Roger Waters esfumó la nostalgia
Si bien fue demasiado rígido y apegado al programa, la presentación de Waters puso fin a un largo romance no correspondido -hasta ayer- entre su música y los seguidores de Pink Floyd, la banda que lo vio nacer. Durante las tres horas de concierto, tocó 24 canciones en las que recorrió gran parte de su carrera artística.
La espera que por décadas habían acumulado los fanáticos de Pink Floyd, concluyó anoche con los primeros acordes de In the Flesh, canción que también titula a la gira que comenzó Roger Waters el pasado 27 de febrero en Sudáfrica, continuará luego en Argentina, Brasil y Venezuela y concluirá en junio en Inglaterra.
El espectáculo empezó a las 21 horas con 10 minutos y se extendió hasta la medianoche, momento en que el público se retiró con ganas de seguir escuchando a esta leyenda viviente del grupo de rock clásico más importante de la historia. Waters prometió que "espera volver pronto", pero todos sabían que esa promesa difícilmente se cumpla.
Cuando los sonidos de helicópteros tan característicos del álbum The Wall irrumpieron para iniciar el viaje, los 60 mil asistentes del Estadio Nacional se estremecieron por completo. Habían llegado desde las 6 de la tarde cargados de ilusión, nostalgia y recuerdos, y todo eso se estaba haciendo presente.
El escenario de 22 metros de ancho, 15 de profundidad y 18 de alto, sumados al sonido cuadrofónico o surround que por primera vez se utilizaba en un concierto en Chile y las dos pantallas gigantes ubicadas a los costados de los músicos, prometían un espectáculo de primer nivel.
Y lo fue, ciertamente, pero no en el grado que se hubiera esperado, puesto que Roger Waters se ciñó íntegramente, sin variación alguna, al repertorio que desde hace dos años lo tienen recorriendo el mundo. Interpretó, junto a los otros nueve músicos, 24 temas, incluidos 7 de su producción personal, que dejaron satisfechos a los fanáticos, pero al resto de los asistentes no.
Ello, porque estuvo demasiado apegado a las versiones originales y sin mayores variaciones, además de una frialdad en el escenario increíble a pesar de las cálidas muestras de respeto y aprecio. Asimismo, se esperaba quizás un poco más de juego de luces en el escenario y con los asistentes, pero finalmente la oscuridad estuvo más presente que la luz.
Esto no quiere decir que lo ocurrido ayer haya sido decepcionante o mediocre. Para nada. La calidad de las interpretaciones fue de primerísimo nivel, pero es importante señalar estos detalles que en definitiva terminaron por dejar una sensación de extrañeza ante tanto cálculo y apego al libreto. Curioso en un hombre que parodia la automatización en la canción Welcome to the Machine, que también tocó anoche.
Lo que pasa es que las expectativas eran muy altas. Y sobre todo con el espectáculo visual que muchos esperaban a partir de las referencias que se tenía de presentaciones anteriores. Además, si bien las comparaciones son odiosas, el concierto ofrecido por U2 hace cuatro años atrás estuvo mucho más cargado de intensidad y entrega, y se notó en él una dedicación exclusiva a Chile. En el caso de Waters, es evidente que su espectáculo es el mismo en cualquier punto del mundo y eso le resta autenticidad.
La tensa espera
Cuando se confirmó la noticia de que Roger Waters, el compositor de la etapa más brillante de Pink Floyd venía a Chile, los seguidores incondicionales de la mítica banda no lo podían creer. Después de tanto tiempo de ilusiones acumuladas, la frustración y resignación eran ya una sensación tan arraigada que sólo la presencia del creador del The Wall podía extirpar. Y obviamente lo logró.
Las entradas rápidamente fueron compradas una vez puesta a la venta en diciembre, lo que en algún momento hizo pensar a los organizadores la posibilidad de hacer una segunda presentación. Sin embargo, la venta se fue estacando hasta llegar al día 5 de marzo, fecha en que las 57 mil entradas estaban agotadas.
Ese mismo día Roger Waters pisaba territorio chileno y todos quienes no lograban concebir que su sueño inconcluso de siempre estaba por cumplirse, suspiraron al confirmar que ya no había motivos para sufrir más.
Ayer, la gente ingresó desde temprano al Estadio Nacional. Algunos aprovecharon de matar el tiempo jugando ajedrez, otros mordiéndose las uñas de tensión, unos simplemente conversando y el resto escuchando una y otra vez la voz grabada de Peter Gabriel que sonaba en los parlantes, los que estaban destinados en realidad para Waters y compañía.
El reloj se acercaba a las 21 horas, y repentinamente una pantalla situada en el centro del sector Cancha fue retirada, lo que causó más de una queja entre los asistentes de galería quienes estaban distanciados a casi cien metros de los músicos. Debieron conformarse con las ubicadas a los costados del escenario, las que reflejarían pocos minutos después lo que allí ocurriría.
Cuando ya con gritos desgarradores la gente pedía el inicio del show, se apagaron las luces del recinto ñuñoino y el sonido de un helicóptero se hizo escuchar en el estadio. Vinieron los acordes de In the flesh y se desató el delirio total. Por fin empezaba el concierto y concluía la espera.
Que comience la función
So ya Thought ya Might like to go to the show (Así que pensaste que te gustaría ir al show). Los primeros versos de la canción que abrió el recital estuvieron acompañados por la imagen en la pantalla de 40 por 40 metros instalada en el escenario de los clásicos martillos en marcha de The Wall y Waters se ubicó en una tarima elevada donde un potente foco lo alumbraba como la verdadera estrella que es.
La gente estaba tan expectante que el grito recién se desató con el segundo tema, Another Brick in The Wall, Part II, aunque en ella se produjo un pequeño problema de sonido que los asistentes le restaron importancia. En escena estaba Waters y tenía licencia para todo.
De ahí, el bajista tomó una guitarra electroacústica. Todos sabían lo que venía, por lo que las tímidas antorchas de un principio se multiplicaron indefinidamente iluminando hasta el último rincón del estadio. Mother, la desgarradora confesión de sus temores más profundos ocurridos por la temprana la muerte de su padre, tuvo además el apoyo de tres coristas que le dieron mayor brillo. La ovación fue intensa y el ex líder de Pink Floyd sólo atinó a pronunciar un tibio "gracias" y "bienvenidos". La función estaba recién comenzando.
El intimidad alcanzada, se mantuvo con Get You Filthy Hands off my Desert del Final Cut. Hasta entonces, si bien la banda sonaba bien, se notaba un poco carente de potencia, lo que cambió drásticamente Pigs on the Wing y sobre todo con Dogs, ambas del Animals, donde el guitarrista Andy Fairweather Low cantó varias estrofas de manera notable.
La intensidad se incrementó con Shine on you Crazy Diamond, canción escrita por Waters en homenaje a su amigo y creador de Pink Floyd, Syd Barret, del que fue proyectada una foto suya mientras tocaban la canción. A continuación interpretaron Welcome to the Machine y la nostálgica Wish you Were Here, que fue coreada firmemente el público y acompañada por las antorchas que espontáneamente se volvieron a prender.
Concluyó la primera hora y quince minutos del concierto con la segunda parte de Shine on you Crazy Diamond, lo que en definitiva sería el mejor segmento. Los veinte minutos de intermedio sirvieron para despertar y sentir que lo que allí se estaba viviendo pocas veces había ocurrido en nuestro país.
The show most go on
Pasado el respiro, vino Set the Controls for the Heart of the Sun, tema del segundo trabajo de Pink Floyd. Pero estaban por llegar las canciones del Dark side of the Moon, disco que marcó todo tipo de récord, entre ellos el haber estado por 717 semanas -14 años- entre los 200 más vendidos.
Breathe sencillamente conquistó a los que aún no reaccionaban -si es que quedaban, claro-. Con una imagen de la Tierra filmada desde la Luna, la atmósfera que se creó fue de serenidad absoluta, la que en parte fue remecida con los intensos relojes que gracias al sonido cuadrofónico que volaba por el Estadio elevaron hasta lo más alto las energía de los afortunados que estuvieron presentes.
Con Money ocurrió lo mismo, y el hecho que fuera cantada por Chester Kamen Low hizo que la ausencia de David Gilmour, integrante de quienes todavía utilizan el nombre de Pink Floyd, ni se notara.
Waters, quien después de desvincularse de su antigua banda ha tenido una carrera poco difundida, aprovechó, no obstante, de interpretar 6 temas de su producción personal. En ellos se nota un cambio en su modo de componer, algo más convencional que lo que nos había acostumbrado en su época con Pink Floyd, pero no por ello menos interesante. De todos modos, la gente iba a escuchar los viejos temas, por lo que esa parte del show fue bastante más tranquila.
Pero aún quedaba algo del Dark Side of the Moon. Brain Demage y Eclipse, canciones que cierran el mencionado disco, fueron tocadas sin interrupción entre una y otra, recordándonos que en realidad casi toda la producción de Waters son obras completas y que dividirlas resulta ser un poco forzado.
La noche estaba llegando a su fin. El eclipse proyectado en la pantalla anunciaba el ocaso de una jornada de ensueño. Pero eso no era todo. Aún había tiempo para una de las canciones más estremecedoras de Waters, Pink Floyd y el rock en general: Confortably Numb.
No debemos ser mezquinos con esa canción. Fueron soberbios los punteos de guitarra de Chester Kamen y Snowy White, quienes concluyeron sobre la tarima enfrentados casi como en un duelo de destreza. Este tema es a dos voces intercaladas, donde quedó de manifiesto que Waters le cuesta llegar a los tonos bajos y prolongar los agudos, sobre todo por la correctísima -por decir lo menos- participación del mismo Fairweather.
Luego de una aclamación infinita, el conjunto volvió al escenario tras haberse despedido. Lamentablemente, tocaron Each Small Candle, perteneciente al último trabajo del bajista. Quizás lo más adecuado hubiera sido haber cantado alguna del viejo repertorio -lo que la gente fue a escuchar- para ponerle un broche de oro a una noche inolvidable.
Finalmente, se retiraron para no aparecer más, y en la pantalla apareció el logotipo de Amnisty Internacional. Una despedida muy fría para un público que tanto, tanto tiempo había soñado con ese día. Pero no, sería todo señores y la nostalgia ahora tendrá la imagen de un recuerdo vivido y no por vivir, como hasta anoche había perseguido a los seguidores de Roger Waters y Pink Floyd.
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