«50/50»: el cáncer te golpea, la vida reconforta
Convencional en su narración y sin tomar grandes riesgos, este filme igualmente se vuelve entrañable y encantador, porque en sus protagonistas, a pesar del cáncer que afecta a uno de ellos, hay amor a la vida, nobleza y buen humor. Una película sencilla, emotiva y equilibrada, que nos pone tristes y luego nos levanta, siempre con naturalidad.
Cuando Adam Lerner, joven de 27 años que vive en Seattle, es notificado por su médico de que un cáncer lo aqueja, la pantalla se vuelve borrosa y la voz del doctor disminuye en volumen.
“50/50”, la película que cuenta la historia de Adam luego de que le informan de su enfermedad, emplea ese tipo de recursos (imagen borrosa, tomas en diagonal, planos en que el protagonista queda solo en medio de espacios abiertos) porque es un filme didáctico, que quiere dejar en claro lo que él y otros sienten, y lo grafica a través de clásicos pero no menos eficaces elementos.
No cabe esperar de “50/50” grandes transgresiones narrativas ni riesgos visuales. Es una narración convencional, donde sabemos de qué va su protagonista, el que debe hacer frente a un cáncer de extraño nombre que afecta su espalda, para lo cual echa mano a su círculo íntimo y un optimismo no exento de temor.
Sus personajes principales, en su mayoría veinteañeros, están intentando construir su propio espacio en la vida y aprendiendo de ésta: echando a perder se aprende. Adam y Kyle, su incorrecto e inseparable amigo, se gastan bromas a menudo, ven televisión y buscan diversión de vez en cuando.
¿Dónde radica, entonces, el encanto de “50/50”? En su equilibrio, sencillez y sensibilidad. La historia nos pone frente a un tipo simpático, de nobles sentimientos, tierno y considerado con Rachael -su pareja- y que alberga proyectos y sueños como muchos de su edad. Ya nos hemos encariñado con el personaje cuando, a los pocos minutos, se nos revela que sufre cáncer. Más tarde, sabremos que sus posibilidades de sobrevivir son de un cincuenta por ciento.
Bastaría todo eso para abatirnos o al menos ponernos tristes y reflexivos. El propio Adam se descorazona cuando se le informa que la quimioterapia no ha tenido éxito y que, al operarse, tiene tantas posibilidades de vivir como de morir. Además, uno de sus buenos compañeros de terapia muere, su novia lo ha engañado y la terapia psicológica parece no ayudarle como él quisiera.
Sin embargo, el relato no pone acentos sólo en el lado triste de la historia, porque igualmente es capaz de hacer reír en medio del drama sin caer en la crueldad y porque Adam, un tipo contenido y en apariencia de carácter no fuerte, tiene aquello de lo que todos estamos hechos: una reserva emocional y la suficiente inteligencia para darse cuenta de que las cosas pueden cambiar para mejor. Adam se tiene a sí mismo, cuenta con su grosero pero entrañable amigo Kyle y, aunque le ha costado darse cuenta, su madre está ahí para apoyarlo con todas sus fuerzas.
Entonces, aquello que lo aísla o enoja es también lo que lo levanta, porque son sus seres queridos e incondicionales; finalmente es la vida, que le depara impactos emocionales y grandes dificultades, pero también sonrisas, apoyo y cariño.
De allí deriva otro gran mérito del filme: cuando comienza a entristecernos, nos pone nuevamente de pie, porque en sus personajes hay amor a la vida, nobleza y buen humor. Y lo hace con naturalidad, porque en ellos no hay un mundo en blanco y negro, sino matices, que nos permiten ir de una emoción a otra sin que se note la costura de la construcción dramática.
Su punto de vista, por consiguiente, se nos traspasa: el cáncer podrá ser una mierda, terrible y desesperanzador, pero no queda otra que hacerle frente. A muchos que lo han sufrido les costará aceptarlo, pero expresado en “50/50” es una idea es que se vuelve necesaria y reconfortante.
Película: “50/50”. Año: 2011. Duración: 100 minutos. Dirección: Jonathan Levine. Reparto: Joseph Gordon-Levitt, Seth Rogen, Anna Kendrick, Bryce Dallas-Howard, Philip Baker Hall, Matt Frewer y Anjelica Huston. Todo espectador.
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