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Opinión: Claudio Narea y el derecho a contar su historia

Opinión: Claudio Narea y el derecho a contar su historia

César Farah
Por : César Farah Dramaturgo, novelista y académico, es docente en la Universidad de Chile, Universidad Adolfo Ibáñez y Uniacc. Ha escrito las novelas La Ciudad Eterna (Planeta, 2020) El Gran Dios Salvaje (Planeta, 2009) y Trilogía Karaoke (Cuarto Propio, 2007), así como la trilogía dramatúrgica Piezas para ciudadanxs con vocación de huérfanxs (Voz Ajena, 2019), además, es autor de la obra El monstruo de la fortuna, estrenada en Madrid el año 2021, también ha escrito y dirigido las piezas dramáticas Alameda (2017, Teatro Mori), Medea (Sidarte 2015-2016, México 2016, Neuquén 2017), Vaca sagrada (2015, Teatro Diana), Tender (2014-2015, Ladrón de Bicicletas) y Cobras o pagas (2013-2014, Ladrón de Bicicletas).
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Cesar Farah es profesor universitario, escritor, dramaturgo y músico.


El músico nacional Claudio Narea, profesor, gestor cultural, dibujante (y ahora escritor) ha publicado una segunda versión de su texto, esta vez con el nombre “Los Prisioneros, Biografía de una amistad”.

Me ha llamado profundamente la atención, al menos dos cosas, lo encarnizada que ha sido una parte de la crítica con él y al mismo tiempo, lo poco que se ha escrito sobre otras partes del texto que no tienen que ver con la “disputa” González /Narea. Es interesante el fenómeno, porque, primero, no se ha opinado desde un punto de vista literario profundo, más bien, el libro ha mostrado una vez más que los Prisioneros, su historia y ex músicos generan pasiones como las de O´Higginistas y Carreristas, todo esto, por supuesto, con un telón de fondo particular, la serie de Chilevisión que, dejando de lado las excelentes actuaciones (especialmente las de Diego Boggionni, Eduardo Fernández y Michael Silva) es una serie muy mala en términos televisivos, argumentales y de guión. A esto, habría que sumarle una especie de revival que se ha producido en torno a la figura de González, quien pasó de ser un músico incomprendido y a veces detestado a un icono del pop, de la música, un astro dentro de ciertos medios de prensa y también dentro de ciertas “movidas” musicales o estilos que hoy tienen (muy bien ganados) espacios y públicos.

[cita]En principio, creo que Narea tiene todo el derecho, de hecho más derecho que nadie que no sea uno de sus otros dos compañeros de banda, de contar esta historia. Él estuvo ahí. Uno puede o no estar de acuerdo con su tesis, uno puede pensar que comete errores o no, pero Narea estuvo allí, vivió estos procesos y sabe detalles que nadie, ni el mejor periodista, podría exponer como él, en tanto testigo y participante directo de lo acontecido.[/cita]

En principio, creo que Narea tiene todo el derecho, de hecho más derecho que nadie que no sea uno de sus otros dos compañeros de banda, de contar esta historia. Él estuvo ahí. Uno puede o no estar de acuerdo con su tesis, uno puede pensar que comete errores o no, pero Narea estuvo allí, vivió estos procesos y sabe detalles que nadie, ni el mejor periodista, podría exponer como él, en tanto testigo y participante directo de lo acontecido; pero hay más, hay algo que se agradece del texto y es que Narea toma una posición, se la juega en una tesis: polémica, difícil de seguir en todas sus vertientes e incluso dura en algún sentido, pero toma partido, se la juega; en un mundo tan insoportablemente políticamente correcto, que un músico como él (que podría estar dedicado a capitalizar su imagen de ex Prisionero, banda casi mítica hoy día) decida lanzar sus frases con lo que él considera su verdad, sin importarle que esto incendie las pasiones de los “gonzalistas”, vale la pena, solo eso ya le da un respeto del que pocos músicos (menos escritores) pueden hacer gala.

Por lo demás, el texto tiene bastante riqueza en múltiples sentidos, para empezar, está el prólogo de Cristián Galaz, que me parece especialmente interesante y del que casi nadie se ha hecho cargo (estos críticos), con una mirada extrañada, melancólica y de testigo externo del proceso, es tal vez uno de los primeros (y privilegiados) fans de la banda, su texto, aunque corto, es digno de ser tomado en cuenta, sin duda alguna, un muy buen prólogo, desde alguien externo, pero conocedor.

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Luego está la pintura de una época, pero hecha desde una persona común, una historia de la vida cotidiana de un periodo (no debería extrañarnos, está bien de moda en la literatura, después de todo), exponiendo la construcción de dos cosas al mismo tiempo, primero, de una personalidad (la de Claudio) y segundo, la de una época, los ochenta en Chile (otro tema de moda, ¿no?), ambas cosas tienen un marco claro, el grupo de amigos que a lo largo del tiempo se convertirán en Los Prisioneros.El libro está lleno de esa clase de rescates, momentos cotidianos, instantes que muestran la fragilidad, la creatividad y la carencia como temas recurrentes en todo un proceso histórico de Chile.

Contra lo que se ha dicho, el texto no gira completamente en torno a la disputa de los dos músicos, hay una gran parte del texto (la mitad, tal vez más) que habla de la construcción de la banda, de los inicios, de los procesos musicales, de la época, de lo que sucedía con otras bandas, de hecho, así como de los otros procesos artísticos de Narea, bandas que de hecho fueron realmente muy buenas, entre ellas, el más famoso de sus proyectos distintos a los Prisioneros: “Profetas y Frenéticos” una gran banda que hoy ha sido algo olvidada, pero quienes tuvimos la suerte de escucharla en vivo, sabemos que tenían un estilo y sonido muy peculiar.

En esta obra, aparecen también los orígenes de canciones memorables de los Prisioneros, los cursos y caminos internos de la banda, la relación a ratos odiosa y a ratos de enorme cariño y admiración que se profesaban… no puede negarse, muchos medios han hecho una lectura tendenciosa del libro. Llama la atención que algunas de las páginas que se han citado como críticas (casi inverosímiles como son presentadas) sobre González, contienen también palabras de admiración para el mismo músico, en varias partes del texto Narea alaba la generosidad de sus compañeros, la genialidad de los mismos, lo divertidos e incluso buenas personas que podían llegar a ser, al mismo tiempo, con una honestidad y sencillez que desarma, reconoce sus miedos, sus inseguridades, sus problemas emotivos y sus dificultades para desarrollarse socialmente.

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El libro también expone la fragilidad y lo amateur del medio, las paradojas que todo músico que ha trabajado en Chile y ha tenido algo de popularidad conoce, como terminar de tocar en un lugar lleno, con fans gritando tu nombre, para después volverse a la casa en micro o metro, porque no tiene plata para un taxi y mucho menos para un auto propio. Esto demuestra la falta de infraestructura y explicitaría la imposibilidad de profesionalizar el medio (quienes hacen música de modo profesional, como en casi todas las artes en Chile son verdaderos Quijotes, cosa que debería ser un tema de un futuro artículo), dado que las incapacidades materiales del medio no logran sostener una verdadera escena musical, una escena de carácter profesional, bien organizada y que genere dividendos para que los músicos, efectivamente, puedan (legítimamente) vivir de su arte.

Por otro lado, el libro contiene una serie de episodios sabrosísimos sobre otras bandas. Narea cuenta sobre un grupo de quinceañeros en Concepción que lo impresionó. Este grupo eran Los Tres, más el posterior vocalista de Emociones Clandestinas; también como un joven Beto Cuevas diseñaría el primer logo de Profetas y Frenéticos, cómo conocería a la Ley, sus conversaciones en el Perú con Zeta Bosio, sus reuniones con Miguel Tapia y, cómo olvidarlo, algunas conversaciones y un artículo que le dedica el músico, poeta, escritor y genio (escasamente reconocido) Mauricio Redolés.

Por supuesto que habla también de su relación con Jorge González y ocupa una parte importante del texto en ello, sin embargo, algunas distinciones que hacer al respecto. Hay grandes espacios de reconocimiento para González, quién no sepa (o no quiera) leerlos, no podrá apreciarlos, pero ahí están. Narea no es alguien que no reconozca nada a su ex compañero, lejos de eso, el texto está plagado de ese tipo de comentarios (insisto, sospechosamente, algunos de ellos en las mismas páginas que han sido tomadas para citar el “odio” de Narea hacia González). Ciertamente, Narea plantea su tesis, expone las razones que lo hacen distanciarse y querer romper relaciones de modo radical con González, entrega datos e interpretaciones y esto ha de tenerse en cuenta, existen ambas cosas, datos e interpretaciones.

Narea hace una lectura de lo que vive y sucede, esto es cierto, aunque no veo por qué habría de cobrársele algo que todos hacemos, excepto que haya gente tan ingenua (o ignorante) que siga creyendo en la objetividad absoluta y, sin embargo, algo más que decir sobre este tema, como apuntara Hobsbawm, lo que hacemos es interpretar sobre hechos realmente acaecidos, sin duda modelizamos estos sucesos, pero eso no quita que hayan ocurrido cosas concretas y Narea se da el tiempo de presentar algunos hechos que son (una gran parte de ellos) de carácter público, de tal manera que no podría decirse (como se ha intentado) que todo el texto es el producto de una imaginación afiebrada y de una obsesión contra González, decir eso, en mi opinión es no (querer) leer el texto, sino leerse a sí mismo en él, desde opiniones preconcebidas.

Sí, Narea sostiene que su tesis es real y propone una lectura de ella, uno podrá decir que está en acuerdo o en desacuerdo, pero gratuita no es, de hecho, cuando expone el cambio profundo y radical de González, no es algo que solo él haya notado, González, para bien o para mal, en efecto ha cambiado y si uno escucha hoy Por qué no se van, no deja de ser una letra paradójica a raíz de los sucesos.

Por lo demás, también se ha dejado entrever que el texto es homofóbico, sería interesante que alguien citara los pasajes del libro con ese contenido, pues en lo personal no los vi (difícil que un buen amigo de Lemebel sea homofóbico). La tesis de Narea es eso, una tesis sobre ciertas acciones y situaciones ocurridas a lo largo de su vida que, estaremos de acuerdo, no son precisamente comunes, porque, aunque no necesariamente malas, comunes no son.

Narea tiene derecho a contar su historia y no tiene que pedir disculpas por no dejar páginas en blanco para que las llenen los fans de uno u otro lado, tampoco puede exigírsele que sea totalmente objetivo (en el caso que esa quimera exista), no, eso sería ridículo y le restaría potencia al texto.

El libro es recomendable, interesante y lleno de cosas, no solo de la pelea entre los dos creadores, se construye una memoria, una mirada y se hace con sensibilidad estética y humana.

Finalmente, un dolor grande deja el libro para todos quienes los escuchamos alguna vez. Una nueva reunión de la banda san miguelina, parece imposible.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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