
Entre aplausos y expulsiones: Los músicos defienden la música al interior del Metro
Viejos y jóvenes, cumbieros, raperos y jazzistas, tocan en el tren subterráneo entre semana o un día feriado, de día y de noche. Tal como en la micro, la reacción del público frente a estas actuaciones ha pasado de la sorpresa inicial al acostumbramiento. Hace algunas semanas realizaron una simbólica protesta para impulsar una eventual regulación de estas actividades.
Cualquier habitante de Santiago que haya vivido en la capital durante los últimos diez años sabe que antiguamente no había músicos en el metro. En los medios de transporte de la capital, el lugar natural de estos artistas era la micro, donde se movilizaba el 95% de la población y además los artistas integraban la fauna de buscavidas que incluía vendedores ambulantes y enfermos crónicos pidiendo ayuda.
En aquella época, antes del Transantiago, el Metro era un lugar como seguramente lo había soñado la dictadura: aséptico, sin tumultos en la hora peak y con un público casi de élite, porque con sólo dos líneas no llegaba a muchos lugares. Con la democracia las líneas se duplicaron y a partir de 2007 el acceso se masificó tras la integración con los buses. Y todo cambió.

Porque si la dictadura dio paso a la democracia, ello no sólo se refirió al cambio de las autoridades políticas, sino también a un cambio cultural, donde la gente comenzó a copar cada vez más los espacios que legítimamente le correspondían. Esto incluye el espacio público y, por supuesto, también el transporte urbano.
Por eso el Metro, al masificarse, no sólo se llenó de más gente. Con la gente también llegaron los vendedores ambulantes –en el verano, de helado, en todo el año, de bebidas y Superochos- y por supuesto los músicos. El “señores pasajeros, mi intención no es molestar…” llegó para quedarse.
Origen
La percusionista Kristel Nielsen, quien toca el washboard (la antigua tabla de lavar) actúa en el tren subterráneo con su grupo MetroJazz desde principios de este año. Como muchos músicos, los integrantes de su grupo han tocado desde siempre en los medios de locomoción. Antiguamente eran requeridos en los trenes al norte, al sur, a la costa, en las micros amarillas y hasta en barcos, según cuenta.

Cuenta que han elegido este medio de transporte por varias razones, como “la acústica que tienen los vagones, (que) tienen menos movimiento en comparación a una micro, y la buena recepción de los pasajeros”. De forma paralela además tocan en las micros, la calle, bares, eventos masivos y particulares.
Óscar Rodríguez toca instrumentos de cuerda e interpreta folclor, nacional y extranjero. Lleva casi tres años en el Metro. Lo complementa con sus otros trabajos como músico en un restaurante los fines de semana, en un taller de folklor en La Legua y en una compañía de teatro.
“Los sábados y domingos voy temprano al metro y estructuro el día con las horas que debo ir a tocar en el restaurante. Ocupo las líneas 4 y 5 porque son los carros más silenciosos ya que me interesa que se escuche lo más posible los detalles, el trabajo y los matices que hay detrás de la interpretación de un instrumento”, cuenta este artista.
Otro grupo que toca en la línea 4 hace ya dos años es el conjunto de cumbia Vinochelapi, liderado por su vocalista Diego Espinace. Lo compaginan con actuaciones en bares, matrimonios y cumpleaños. También tienen experiencia en micros.
La reacción del público
Tal como en la micro, la reacción del público frente a estas actuaciones ha pasado de la sorpresa inicial al acostumbramiento. Hay algunos que los ignoran y siguen tecleando sus teléfonos inteligentes. Hay otros que siguen leyendo sus libros de Paulo Coelho o diarios gratuitos. Otros miran con indiferencia, con desconfianza, con consideración, con interés. Y al final de las “presentaciones”, el silencio, en la mayoría de los casos, o uno que otro aplauso, en otros, seguidos de las propinas en monedas de cien pesos.
Rodríguez, por ejemplo, asegura que la recepción suele ser inmensamente positiva. “A diario recibimos aplausos, felicitaciones, regalos, pasajeros que con incluso lágrimas en los ojos nos han dado las gracias, hasta invitaciones a bautizos, matrimonios, asados o simplemente a conversar un té”, cuenta con entusiasmo.

La experiencia es enriquecedora para el público, que puede escuchar desde los clásicos del folclor nacional –como “La plegaria del labrador” de Víctor Jara o “La carta” de Violeta Parra- hasta temas de jazz de los años 60 como “Take five” de Dave Brubeck o improvisaciones de dúos de jóvenes raperos en la Línea 4 que acompañados de un parlante que va tocando bases van rimando e improvisando sobre lo que ven de los propios pasajeros, como “la niña de rojo/que va leyendo/junto al jubilando/que se está durmiendo”. Incluso a veces tocan a pedido, tal como se ve en el documental «Son de la Estación» del director Felipe Corrotea.
Ni qué decir “cuando los carros se retrasan o quedan parados en las estaciones por varios minutos. Los pasajeros lo agradecen bastante, pues el viaje se hace mucho más corto, entretenido y te saca de la rutina”, según Nielsen.
El público del Metro sin duda es acogedor, Espinace puede dar fe de eso. “Los interrumpes en su día y ver las caras de asombro y de buena onda es a toda raja en términos generales. Es una muy buena relación con el público”, asegura.
¡Legalización!
Esta recepción contrasta con el excesivo control por parte de guardias y carabineros. Para justificarla, la empresa Metro se basa en el Decreto Supremo 910 de 1975, que contiene el “Reglamento para el Transporte y tránsito de personas en la red de Metro”. En el título 2, párrafo 2 (de prohibiciones), artículo 28, señala que «queda prohibido hacer funcionar en el túnel, dentro de los coches o de las estaciones del Metro, aparatos de radio o cualquier otro objeto sonoro, luminoso o destellante».
“Entendemos que la legislación no nos favorece, pero debemos entender también que es una legislación completamente arcaica, hecha en dictadura y desactualizada a nuestra realidad”, argumenta Rodríguez.

Por eso los músicos es que la actividad se legalice, como en otros países. Se han organizado en el Sindicato de Músicos del Metro «Nicolás Araya del Canto». Y luchan.
“En Francia desde 1985 el Metro abrió sus puertas a los músicos y una vez al año se realizan casting para poder tocar en sus dependencias”, cuenta Nielsen. “En el metro de Nueva York las puertas están abiertas para que todo aquel que quiera manifestar su expresión artística lo haga”.
Rodríguez revela que en países como España, Inglaterra o Francia la actividad se permite, se regula y se otorgan permisos cada cierta cantidad de meses. Algo que contrasta con Chile, “que es un país que se jacta de defender la libertad para trabajar y emprender”, comenta, no sin ironía.
