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¿Por qué los chilenos no van a ver cine chileno? Opinión

¿Por qué los chilenos no van a ver cine chileno?

Tobías Palma
Por : Tobías Palma Periodista de la Universidad de Chile, investigador en Audiencias Culturales reconocido por el CNCA, realizador audiovisual y proto-académico en contenidos televisivos
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Han aparecido varias voces que fundamentan una posible alienación del cineasta chileno, obnubilado por su propia individualidad, centrado en historias y en personajes egocéntricos, con escaso sentido del colectivo y muchas veces con códigos lingüísticos dirigidos más bien a una elite que al público masivo.


La pregunta está  instalada hace rato: ¿por qué los chilenos no van a ver cine chileno?  No tenemos aún respuesta y está claro que encontrarla no va a ser fácil. En el intertanto, no nos queda más que especular, reflexionar sobre las posibilidades y echarle de vez en cuando una nueva mirada a ambos lados de la cancha; cómo es nuestro cine y cómo es nuestra audiencia.

También sabemos que el cine, así como toda experiencia cultural y artística, es una descripción del Chile que imaginamos, de cómo lo sentimos, lo percibimos, lo pensamos. Ante eso, hay una posibilidad desagradable de que el público chileno no vea el cine de su país porque quizás, solo quizás, ese cine no lo identifique, que no vea en la pantalla reflejado el lugar y la sociedad en la que vive. Han aparecido varias voces que fundamentan una posible alienación del cineasta chileno, obnubilado por su propia individualidad, centrado en historias y en personajes egocéntricos, con escaso sentido del colectivo y muchas veces con códigos lingüísticos dirigidos más bien a una elite que al público masivo.

lavida de los peces

Sin embargo, no podemos obviar lo más evidente; estos realizadores son chilenos, provienen de contextos similares al del resto de los chilenos – siempre considerando que la mayoría de los realizadores jóvenes vienen de medios privilegiados, esos capaces de tener estudios superiores, pero sigue siendo el mismo país – por lo que la realidad que retratan sigue siendo la misma que comparten con el resto de nosotros. Si bien es posible que se trate de un cine centrado en relatos individualistas, no pueden estar tan alienados que aquello que presentan escape completamente de la empatía con la audiencia.

¿Qué pasa, entonces, si lo que ocurre es que la audiencia sí se ve en la pantalla, pero no le gusta lo que ve? ¿Qué pasa si el público se ve a sí mismo, y a su país, su realidad, su contexto, y le desagrada? ¿Qué pasa si es que nuestras audiencias salen de la sala de cine porque están asqueados no solo con la película, si no también consigo mismo?

dominga

Hace un par de semanas, el crítico argentino Quintín fue bastante despiadado con el cine chileno a través de una entrevista en La Tercera, en la que, si bien dejó claro que no ha visto demasiadas películas chilenas, sí postuló un par de puntos interesantes sobre la historia de nuestro cine. A raíz de eso, el crítico nacional Ernesto Ayala escribió una columna en la que reflexionó sobre los personajes de nuestra filmografía, que en un porcentaje importante de los casos parecen estar condenados desde el comienzo de la película, lo que solo tiende a confirmarse al terminar. Si tenemos un cine de condenados, eso solo sería el reflejo de un país donde nos sentimos así; una sociedad pesimista, atrapada en un contexto que lo oprime y cuya alternativa sería el escape a través de la individualidad, que sin embargo se ve truncada por el mismo contexto. Ergo, no hay escape posible.

Si esto fuera así, la reacción del público sería comprensible. No podemos olvidar que la audiencia, la gran audiencia, no asiste al cine intencionalmente a reflexionar sobre sí mismo y los males que nos rodean; va a divertirse. Ante eso, que se produzca un choque frente a la gran propuesta del cine chileno es normal. Por otro lado, tampoco está mal que los realizadores sean capaces de llevar a la pantalla nuestro lado oscuro, siendo que es una de las funciones fundamentales del arte en todas las culturas. Sin embargo, quizás sea hora, ante la gran crisis de audiencias de nuestro cine, de darle una vuelta a la enorme angustia que prima en nuestras películas y también reflexionar sobre cuál es el país que queremos mostrar en ellas. Está muy bien cumplir el rol del espejo oscuro, pero también el cine es uno de los mecanismos por los cuales nos imaginamos a nosotros mismos. En ese sentido, el Chile que vemos en pantalla, ¿es el que queremos imaginar?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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