
Crítica de cine: “Boyhood, momentos de una vida”, la eternidad y un instante
Doce años en tiempo real de la existencia de un personaje-actor, pero bajo los parámetros de un relato de ficción: eso registra, con su elaborado lente, esta pieza del creador de la trilogía de “Antes del amanecer”, un crédito cuya propuesta arrasó en la entrega de los principales Globos de Oro 2015 (mejor película, director y actriz secundaria), celebrados hace unos días en Los Ángeles, y que amenaza con ser el título vencedor de los próximos premios Oscar, en sus categorías más importantes. Podrán cautivarnos o no, las opciones estéticas del director norteamericano, sin embargo, resulta imposible negar que se trata de uno de los pocos realizadores de la actualidad, que como esos maestros que terminaron de morir durante la década pasada (Bergman, Antonioni, por citar), poseen un estilo cinematográfico propio y reconocible.
“Era el presente el que se interponía en su camino; sus enemigos eran los minutos. Cada minuto, vacío y abrumador, le apartaba al llegar un poco más de la vida”.
Paul Bowles, en Déjala que caiga

Lejos de ser una obra maestra, la importancia de Boyhood (2014), radica en el hito que representa para la historia del cine: elegir a un actor como lo hizo Richard Linklater (1960), y rodar por más de una década de su vida, una suerte de biografía fílmica suya, uniendo las narraciones temporales de la invención y de la realidad, era algo que nunca se había hecho, hasta este momento, en un largometraje de ficción.
De hecho, la pieza a la que dedicamos las siguientes líneas, es una muestra suprema de cómo debe montarse una cinta (en lo referente a su notable “continuidad” secuencial), y del uso de una cámara de rasgos documentalistas -con el propósito de entregar un registro del ambiente que acoge a un personaje-; el caso de un foco plenamente inserto, en el desarrollo del accionar dramático de una película.
Pero poco más, si le agregamos la soberbia actuación de ese chico que crece ante nuestros ojos, de verdad y sin trucos, durante los 165 minutos de escenas desplegados en la luz de la pantalla: Ellar Coltrane.
Porque lo sobrante en audacia y en transgresión puramente ideológica, en torno a la forma de hacer cine, le falta a Boyhood, por ejemplo, en intensidad dramática, en el tratamiento y en los matices de una historia más compleja y rica, tanto en sus variantes estrictamente argumentales, como literarias (por eso, no se quedó con el Globo de Oro al mejor guión, finalmente).
Sin pecar de extremista, creo que este título no es de mayor categoría cinematográfica, que cualquiera de los tres créditos que conforman la saga de Linklater que se inaugura con Antes del amanecer, y en donde el tópico estético es más o menos semejante: seguir los avatares de un pareja de amantes, por casi dos décadas cronológicas, en momentos distintos de sus biografías, desde su encuentro casual en la ciudad de Viena, durante el verano boreal de 1994.

Un detalle no menor, sin embargo, une a los personajes de esos títulos mencionados, con los de esta pieza: la referencia al estado sureño de Texas. Pues los roles del presente libreto, respiran y nacen en las ciudades de la región, así como el escritor Jesse (el carácter interpretado por Ethan Hawke en los márgenes de las películas enlazadas por el “before”), proviene de la amplia zona que antes pertenecía a México.
Un detalle no menor, sin embargo, une a los personajes de esos títulos mencionados, con los de esta pieza: la referencia al estado sureño de Texas. Pues los roles del presente libreto, respiran y nacen en las ciudades de la región, así como el escritor Jesse (el carácter interpretado por Ethan Hawke en los márgenes de las películas enlazadas por el “before”), proviene de la amplia zona que antes pertenecía a México.
Y la cita ineludible, también, a la obra, llevada a cabo en la totalidad de sus guiones por el realizador Linklater, del mundo literario del escritor Thomas Wolfe (1900 – 1938), y de sus novelas de iniciación y de aprendizaje en el profundo sur norteamericano, de principios del siglo XX.
El filme acá reseñado, sin ir más lejos, puede ser considerado una exhaustiva revisión narrativa, en formato audiovisual, de las circunstancias cotidianas de un ser humano creado dentro los márgenes de la ficción, para tales efectos: exhibir el trayecto vital, dividido en etapas, de la adolescencia y la primera juventud de Mason (Ellar Coltrane) –desde sus cinco años de edad hasta los dieciocho-, de su hermana Samantha (Lorelei Linklater), y de sus padres (encarnados por Hawke y por Patricia Arquette, respectivamente), en lo que atañe a esa fracción de sus vidas.

No obstante, y a pesar de lo logrado que resulta el lenguaje fotográfico y las opciones espaciales que sigue la cámara de Richard Linklater (brillante en muchas escenas), su retrato de los obstáculos cotidianos de una familia blanca, de clase media baja, y que en el transcurso de los planos, mejora considerablemente de status socioeconómico; es menor, empero, en su valor testimonial y dramático, que los títulos cinematográficos llevadas a cabo, con ese mismo fin histórico y urbano, por el desaparecido Francois Truffaut (recordemos su serie dedicada al personaje de Antoine Doinel), al director inglés Mike Leigh, por algunos de sus trabajos; y a los realizadores estadounidenses Alexander Payne y James Gray, todos ellos, salvo el francés, contemporáneos al creador de Boyhood.
Insisto en que el valor fílmico de esta película se basa principalmente en su propuesta temática, en la pretensión de grabar, al modo escritural de un Marcel Proust o de un Romain Rolland, pero valiéndose de un soporte audiovisual; los iniciales ciclos existenciales de un ser humano, y la historia de su sociedad, la que se oye en la frecuencia de un ruido de fondo, y que se observa como el telón que encierra y cubre al conjunto del período abarcado (los gobiernos del conservador George W. Bush, la guerra de Irak y la contienda eleccionaria entre Obama y John McCain, en 2008; es decir, las experiencias fundamentales de la primera década del siglo XXI norteamericano).

A pesar de, el ambicioso relato cinematográfico de Linklater pierde en altura dramática, lo que gana sin recortes cualitativos en el terreno puramente técnico (imagen y sonido); sin que este último aspecto, a mi entender, haya sido resuelto de una manera satisfactoria (la elección de la banda sonora, por nombrar, deja mucho que desear al respecto). Dicho de una forma más simple y directa: si el lente del director presenta una de las más elaboradas estrategias fílmicas del cine que se produce en el circuito estadounidense de la actualidad (su montaje, a lo largo de un plató de doce años, lo reafirmo, es perfecto), los nudos que alimentan su libreto, sin embargo son irregulares, y decaen ostensiblemente en varios momentos del largometraje.
En definitivas cuentas, Boyhood es una cinta lograda audiovisualmente, pero carente y fallida, si la catalogamos desde su aspecto literario, de guión, de libreto, lo que para la Academia de Hollywood, no reviste de una menor importancia, como ya lo deberíamos saber, para sus veredictos definitivos de cada temporada.
Por eso, discrepo de la reciente elección de Patricia Arquette como mejor actriz secundaria en los Globos de Oro 2015, quien nunca ha sido una intérprete de papeles muy recordables, salvo el de esa mujer bellamente maldita y sexy, de la Carretera perdida (1996), de David Lynch. En estos fueros dramáticos, la construcción psicológica del personaje que aborda (el de la madre de Mason), se observa por momentos difuso, intrascendente, e incomparablemente menor en su peso y densidad artística, al desempeño actoral del gran ignorado y perdedor en estas recientes nominaciones: la fenomenal performance que desplegó durante doce años de su vida, el joven Ellar Coltrane.

Ethan Hawke, por su parte (ya lo conocemos, ya sabemos de su valor en la escena norteamericana), cumple con lo que se le solicita en esta ocasión: encarnar a un padre ausente, timorato, incapaz de asumir sus obligaciones parentales, hasta alcanzar una madurez sobrepasados los 40, luego de un nuevo matrimonio, y de la fundación de otra familia.
Las reflexiones de Linklater, acerca del transcurso del tiempo, de la soledad fría y esencial en la que parece extinguirse una vida humana, de la incapacidad que tenemos de aprehender y de capturar el instante y la eternidad del “presente”, siguen siendo de primerísimo nivel: sólo fallaron la hechura y la confección del traje narrativo, la espesura del texto, en donde el talentoso cineasta, quizás, como en el resto de su filmografía, debió apoyarse en otras manos, tal vez en las de un especialista del género.
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