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El Metro nuestro de cada día, donde campean a sus anchas la alienación y el olvido Fotorreportaje

El Metro nuestro de cada día, donde campean a sus anchas la alienación y el olvido

Todos los días, mueve dos millones de pasajeros, pero como a veces suele de suceder con la pareja que año tras año uno ve al levantarse todos los días, poco a poco perdemos la capacidad de vernos mutuamente. En sus entrañas campean a sus anchas la alienación y el olvido, el afán y la monotonía. La dictadura le dejó su impronta de presión y pulcritud, y la democracia la suya de locales comerciales, bibliometros y obras de arte. Un no lugar donde muchos están pero sorprendentemente nadie se habla, mientras el uso que le damos oscila entre la necesidad y el hartazgo. Dime cómo es tu Metro y te diré qué clase de país eres: estresado, explotado, sobreexigido y con ansias de modernidad; caro, vigilado e impersonal, pero también eficiente y limpio, aunque siempre termine de colarse el país real: el de los vendedores y músicos ambulantes, el de las barras bravas y los estudiantes, el de los evasores y los policías de civil, en medio de todo el resto, es decir, los chilenos y sus inmigrantes, los trabajadores y sus oficinistas, el rebaño ahogado y sus capataces apatronados.


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