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Raúl Zurita, poeta: “Nuestra sociedad actual es insolidaria, egoísta, arribista, excepcionalmente fea y vulgar”

Raúl Zurita, poeta: “Nuestra sociedad actual es insolidaria, egoísta, arribista, excepcionalmente fea y vulgar”

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Marco Fajardo Caballero
Por : Marco Fajardo Caballero Periodista de ciencia, cultura y medio ambiente de El Mostrador
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Acaba de lanzar su novela “El día más blanco”, donde repasa su desolada infancia tras la temprana muerte de su padre y una existencia marcada por el temor a la pobreza. Acá habla del pasado, de literatura y del Chile actual, entre otras cosas.


Una novela donde repasa su desolada infancia tras la temprana muerte de su padre y una existencia marcada por el temor a la pobreza acaba de publicar el poeta Raúl Zurita (Santiago, 1950).

“El día más blanco” (Random House) fue escrito hace más de una década pero recién ahora se publica. Repasa el Chile de los años 50 y 60, con la creciente agitación política que concluirá con el golpe de Estado y la dictadura. El Premio Nacional de Literatura de 2000 habla de su casa de Providencia, de su hermana, su madre y su abuela italiana y su experiencia escolar, entre otros, en un tono lleno de melancolía.

“Mi padre murió a los 31 años y me sorprende ahora su juventud, me sorprende ya haber vivido mucho más que él. Es apenas mayor que mi primer hijo y de pronto sus rasgos se me confunden. La muerte de un hijo no está en el orden de las cosas y el pensamiento se me hace intolerable. Quisiera poder protegerlo, cuidarlo, acomodarlo un poco en su rigidez, en su inmovilidad. Siento que yo soy el padre de mi padre. Que mi hijo es mi padre y que acaba de morir”, escribe Zurita en una parte del texto.

-¿Qué lo impulsó a escribir este libro?

-Fueron los recuerdos que me daban vuelta y vuelta. De pronto sentí la necesidad de expresarlos, como si escribirlos fuera un alivio, pero pude comprobar que no era un alivio, al contrario, esos recuerdos se hicieron más fuertes, más nítidos, más desgarradores. Las escenas (del libro) son todas reales, las calles, las personas. Pero era también un desafío: escribir en prosa con el mismo rigor que tienes al escribir un poema. Fue fuerte y emocionante vivirlo. En el fondo lo que quería era aliviarme de ciertas imágenes, una idea imposible porque los recuerdos son mucho más grandes que la vida, incluso. Es imposible, con la escritura, llenar ese abismo entre lo que has sido y lo que escribes. No hay nada más diferente a la vida que narrar la vida, y al mismo tiempo no hay nada más parecido. Son las dos cosas al mismo tiempo.

-¿Cuál es su relación con el pasado?

-Los recuerdos están allí. Son como piedras. Se habla mucho de la memoria, pero cada vez creo más que el problema no ha sido la memoria, sino la incapacidad de olvido. Todos los seres humanos somos una especie de Funes el Memorioso, que lo recordamos todo. Otra cosa es lo que queramos hacer con esos recuerdos, pero no nos olvidamos de nada.

-¿Pero le parece importante trabajar los recuerdos?

-La poesía, fundamentalmente, y el arte en general, hace que los hechos, que en sí mismo son parcos, son datos, adquieran la emoción, la piedad y la pasión que en sí mismos jamás tienen. “Ayer muró mi padre”, “hoy entré a la universidad”, eso es parco. Es el lenguaje, el arte, lo que les da mayor profundidad. Incluso lo que imaginas del futuro tiene que ver con recuerdos.

-¿Le mostró a su familia el libro cuando lo escribió?

-Lo leyó mi hermana, le gustó mucho. Mi hermana es bien incondicional. Mi madre creo que no lo leyó, aunque podría haberlo hecho.

-¿Y por qué decidió publicarlo ahora? ¿Por qué no salió en su momento?

-Lo que pasa es que es un libro que ha ido acumulando lectores súper fieles, súper fanáticos, poquitos, casi contados de la mano. Sabía quiénes eran. Hasta que alguien me habló tantas maravillas de este libro que dije, a lo mejor quiero editarlo. Fue tan simple como eso. En la Random House lo aceptaron de inmediato, y salió. Pero fue por eso, ya los lectores habían superado los dedos de mi mano.

-¿Quedó contento con el resultado?

-Sí, tiene muy pocas variaciones en comparación con el original, el mismo número de capítulos, el mismo final, el mismo orden. Algunas cosas las resalté un poco más, como cuando retocas una pintura.

-¿Cómo se vincula este libro con “Zurita”?

– Lo veo casi como un prólogo, como un anuncio, porque “Zurita” es lo mismo pero abarca mucho más planos.

-¿Y con su obra en general?

-Es un libro que me gusta. Encuentro que es una cosa pequeña y perfecta, perdón.  Hice un relato como redondo. Zurita es un personaje que ya aparece en mi primer libro, “Purgatorio”, y en todo lo que he hecho. Es como la K de Kafka, que se mete en todos sus libros. Es como un intento de decir, el que escribe, está aquí. Es como un intento bien desesperado, porque no tiene ninguna posibilidad de ser satisfecho. A veces he sentido que el que escribe se cubre con las vendas de sus letras con el único sueño de que venga alguien y rompa esas vendas, que puedas abrazarte con ese otro. Eso nunca se da. Siempre el que lee y el que escribe están a punto de encontrarse. El sueño de escribir, sobre todo poesía, es el sueño imposible de que el lector te toque a ti, que toque tu carne y toques la carne del lector. Por eso hay autores que, admirándolos mucho, no me fascinan, y otros que, admirándolos menos tal vez, me fascinan muchísimo. Por ejemplo, Borges es un seductor, escribe maravillosamente pero para seducir, para que el lector quede fascinado, pero él está a mucha distancia de eso. En el caso de Dostoievski, el lector leyendo “Los hermanos Karamazov” agoniza, y a mí los autores que me gustan son los que agonizan conmigo.

-¿Cómo lo ha marcado a usted esa infancia que usted relata?

-Una infancia triste…

-¿Cómo influyó en que se haya convertido en un artista? Si su padre no hubiera muerto cuando usted tenía dos años…

-Es imposible pensar cómo hubiera sido mi vida, casi inconcebible pensar otra vida, en mi caso, sin golpe de Estado, todo eso. Pero si el arte es una compensación a las cosas que te han hecho falta, tiene que ser una compensación desmesurada. Nos maltrató Pinochet, la dictadura, pero el arte va a compensar eso pero peor y con todo. Tú respondes a tus heridas con toda la vehemencia y con toda la pasión de lo que puedas ser capaz. No es un asunto de resignarte, ni a responder con cosas chicas. En dictadura sentí que no se trataba de responder con una andanada de poemitas militantes, poemitas de combate, sino de hacer un arte tan violento, tan fuerte, como el dolor que se nos estaba causando. Tenía que ser con todo, y ni la antipoesía de Parra ni la proverbial retórica nerudiana en ese momento servían para dar cuenta de eso. Porque no era chiste, era un conflicto de alta intensidad, y a eso no puedes responder con baja intensidad.

-Volviendo a su libro…

-Creo que este libro se engarza con “Purgatorio”, con “Anteparaíso”, de otra forma aunque con un poco de la misma manera, y al mismo tiempo es como la llaga que posibilita hacer ese libro, “Zurita”, con esa premisa con la que parto. ¿Por qué en este libro hablar de mí? No porque me crear nada especial, porque soy un tipo absolutamente común y corriente que trata de hacer lo que cree que tiene que hacer. Si uno pudiese llegar al fondo de sí mismo, sin autocompasión, y sin falsas seguridades, sin falsas solidaridades, siendo solidario con lo que eres solidario, no inventando solidaridades que no sientes, es posible que toques el fondo de todos los seres humanos. Lo que yo he intentado hacer es ese viaje como al interior, al fondo, tratando de ser implacable, tratando. Y creo que todo lo que he hecho forma parte de eso: no mentirse, no adornarse, y tampoco martirizarse más de la cuenta, estar allí con toda la propia humanidad. Hay un poeta español que decía que aquel incapaz de escribir un soneto no era un poeta. Me pareció un juicio algo temerario. Yo he escrito como doscientos sonetos. Lástima que ninguno era tan bueno como los de Quevedo, así que a la basura con ellos. El problema no es escribir o no un soneto, o escribir o no un buen libro, sino si eres capaz o no de matar a un hombre. Si no eres capaz de matar un hombre, no eres un artista, no eres un poeta, pero si lo matas, eres un vulgar asesino. Yo entiendo el arte así. Por otro lado, tienes que asumir no sólo los daños de los que has sido víctima, sino que los que tú mismo has causado, toda tu capacidad de crimen, de oscuridad. Los Manueles Contreras no cayeron de Marte, usan las mismas calles, los mismos colegios, que tú. En un mundo de víctimas y victimarios, corresponde ser la primera víctima, pero también ser el victimario, y dar cuentas de esas dos cosas.

-El Chile que usted describe en su libro es muy distinto al actual…

-Ha sido un cambio feroz. No hay que idealizar para nada el pasado. El pobre más pobre de hoy es multimillonario al lado del pobre de entonces, los años 50, 60. Sin embargo, la sociedad que ha emergido de la dictadura es insolidaria, egoísta, arribista, excepcionalmente fea y vulgar. Muy pocas cosas del Chile de hoy son las que reconozco y las que hubiera querido.

-¿Qué subsiste de ese Chile que usted conoció?

-Los movimientos estudiantiles son parecidos… Creo que subsiste a nivel popular un cierto sentido del humor… pero es un país muy distinto.

-¿Qué había entonces que no hay ahora?

-Por supuesto que se cometían asesinatos, pero era gente mucho más fraterna, más cálida, más acogedora, infinitamente más solidaria. Sobre todo la calidez, la cercanía con el próximo. Había mucho más cruzamiento en las clases sociales. Las diferencias eran abismantes, igual que ahora, pero nuestra sociedad se ha ido “sudafricanizando”, con ghettos. Por un lado las grandes poblaciones, algunas feroces -estuve en La Legua, increíble la violencia contenida- y por otro lado La Dehesa, Santa María de Manquehue. La segregación de clases de impresionante, es Sudáfrica.

-¿Tiene algún pronóstico sobre hacia dónde va nuestra sociedad?

-Todavía nos faltan unos cuantos golpes, mucho más fuertes.

-¿Golpes de estado?

-No… faltan más desilusiones.

-¿Más?

– Más desilusiones. Todo esto que se ve ahora es la nada misma, no me sorprende para nada, las boletas, todo eso. Es inmoral y corrupto por esencia, la apropiación del trabajo de los demás. Tenemos que llegar al momento en que nos hagan polvo las tarjetas de crédito, y tal vez ahí nos demos cuenta que hay cosas más importantes. Un minuto de solidaridad es mucho más importante que un viaje a Jamaica. Una hora de fraternidad es infinitamente más importante que una cuenta millonaria en dólares. No nos damos cuenta que el prójimo es un ser con las mismas necesidades, la misma sed que tenemos todos. La primera oportunidad la tuvimos después de la dictadura, pero la dictadura se impregnó entre quienes estaba en contra. El sentimiento de hermandad, de solidaridad, de lealtad de unos y otros en dictadura tenían una fuerza tremenda. Fue lo único bueno que tuvo la dictadura, pero se termina y es lo primero que se olvida. Creo radicalmente que la aventura humana es en pos del equilibrio, de la justicia. Somos los soldados eternamente derrotados de una causa invencible. El comunismo, con otras palabras y en otras formas, el ideal de una sociedad sin clases, volverá.

-Usted todavía tiene fe.

-Tengo esperanza. Me considero un militante en la causa del paraíso. Cuando prendo la radio o veo las noticias, veo que todavía estamos pegados en la época de la ira, de la furia.

-¿Cuáles son sus lecturas actuales? ¿Qué autores chilenos destacaría?

-Estoy leyendo a gente cercana. He leído mucho a (Alejandro) Zambra, que es notable, leí la última novela de (Rafael) Gumucio, que la encuentro absolutamente notable, a (Diego) Zúñiga, a Patricio Prom, me parecen autores muy buenos. Estoy tratando de estar pesquisando. Fabio Morabito es un mexicano-italiano impresionante. He leído a (Julian) Herbert, que es un mexicano, un libro increíble de memorias, “Canción de tumba”. La poesía de los poetas jóvenes me da mucha curiosidad. Vuelvo siempre a los grandes novelistas, Philip Roth, Cormack McCarthy, Dostoievski.

-¿Cuáles son sus próximos proyectos?

-Voy a sacar un libro en octubre, con (editorial) Lumen, aquí y en España. Es la primera muestra que yo hago donde se ve mi pobre empeño como una totalidad. Una antología. Se inicia el año 1975 hasta la fecha. Un libro como de seiscientas páginas.

-¿Cómo se va a llamar?

-“Mein Kampf”.

-¿Mein Kampf?

-“Mein Kampf”, de Raúl Zurita.

-Es una provocación.

-Lo tengo anunciado desde 1979.

-¿Es una recopilación de cosas que ya publicó?

-Sí, pero ahora es un conjunto…  Uno siempre tiene la ilusión de estar haciendo una sola cosa. Las obras que más me importan son aquellas que se plantean una totalidad. La vida, la tuya, la mía, es una totalidad. Nosotros no vivimos fragmentos. Estoy absolutamente aburrido de la disculpa del fragmento. Dicen que se cayeron los socialismos reales y es imposible hacer megarrelatos, ¿cómo que es imposible? Es más necesario que nunca, relatos que mantengan la totalidad. Mira, uno nace, verá la Tierra Prometida pero no va a alcanzar a llegar, en un momento dado será crucificado, será abandonado, por una vez resucitará, y después le ocurrirá algo tan increíble como morirse. Yo he intentado construir una obra que sea como el correlato de la vida, sabiendo que nunca va a ser la vida, pero es lo que más puedo hacer.

-Cuándo usted empezó a escribir, ¿pensó que llegaría tan lejos?

-No sé si he llegado tan lejos. Empecé a escribir a los quince años. Escribí gran parte de mi primer libro antes del golpe de Estado, pero recién después del golpe entendí lo que quería hacer. Necesitaba seguir una línea, no una línea recta, pero línea al fin y al cabo… Me hubiera gustado conocer a Neruda, lo vi una sola vez.

-¿Dónde lo vio?

-En una toma en la Universidad Federico Santa María donde yo participé, el año 1967. La toma duró ocho meses. Lo vi en un acto solidario. Dijo “venía pensando qué le podía leer a los jóvenes”… Me hubiera gustado conocer a Bolaño. Seguramente hubiéramos peleado, pero sólo al principio. Esa es gente  que me hubiera gustado conocer.

-Disculpe que insista, pero usted ha sido traducido, ha recibido un montón de premios, ha publicado en varios países.

-Yo siempre me planteé como un artista y como poeta de gran aliento. Si he estado a la altura de eso o no, no lo sé. Si entré en esto fue para intentar –intentar- hacer lo que no ha sido hecho. Intentar. No estoy presumiendo de nada. Hacer algo que ya ha sido hecho para mí no tendría mucho sentido. Si Neruda fuera todo el horizonte, me habría dedicado a leerlo. Lo mismo con Parra. Cada ser humano, todos, tiene algo que decir, y nadie más que él puede decirlo, sea escritor, artista, médico. Es como la huella dactilar. Todos tenemos algo que decir, que si no lo dices tú, no lo va a decir nadie. Creo que la poesía es la búsqueda, a veces desgarradora, de algo que sólo puedes decir tú. Puedes encontrarlo o no.

-Para ir cerrando, ¿está contento con su obra?

-No quiero sonar presumido, pero sí. Ahora puedo decir que sí. He hecho más o menos lo que he querido hacer. Pero al mismo tiempo creo cada vez menos en la meritocracia. Creo que no es uno solamente el que habla. Creo que todas las obras son de una cosa tan increíble que es el mar general del habla. Nadie es dueño de nada. No creo en la propiedad intelectual, creo que todas las obras son deudoras del lenguaje. Las grandes obras las escribe la lengua en la cual se expresa el que la escribe. Si por caso me ha tocado juntar un par de palabras con un sentido, mejor así. En todo caso uno es un intermediario, no más que eso. Tal vez lo único que hay que hacer es estar despierto y dispuesto, para algo que vendrá o no vendrá.

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