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Crítica literaria: “Todo no es suficiente”, el último libro de Alberto Fuguet

Crítica literaria: “Todo no es suficiente”, el último libro de Alberto Fuguet

La obra recorre la investigación personal del autor acerca de la figura del controvertido escritor uruguayo Gustavo Escanlar (1962-2010).


Una investigación personal sobre la figura del escritor, periodista y presentador uruguayo Gustavo Escanlar (1962-2010) acaba de publicar el autor Alberto Fuguet, con “Todo no es suficiente” (Editorial Alfaguara).

Para los seguidores de Fuguet, el libro comienza con una decepción: su relato recién comienza en la página 47. No es que sobre la introducción de la cronista argentina Leila Guerriero, responsable del texto al habérselo pedido al artista chileno para la antología “Los malditos”, sobre escritores latinoamericanos de un perfil similar al de Escanlar (talentosos, no muy conocidos, más bien olvidados), como tampoco sobra el texto “La hermandad cósmica”, del charrúa Gabriel Peveroni (de hecho ambos textos rezuman talento). Es que si uno compra un libro de Fuguet, quiere leer a Fuguet.

En su propio texto, éste por su parte no decepciona. Narra sus días en Montevideo y cómo su estancia allí se convierte en una película de terror o, al menos, en una cinta bizarra (en un momento de su estancia, Fuguet se pregunta “¿Dónde estoy? ¿Berlín 1933?”). Pocos de quienes conocieron a este artista quisieron hablar con su nombre y apellido: su madre, su esposa Eleonora, el propio Peveroni, Gustavo Arbilla, director del semanario conservador Búsqueda (donde Escanlar escribió) o la productora Natacha López (que produjo el lanzamiento-performance de su libro “Oda al niño prostituto” de 1993). Muchos se negaron o lo hicieron de forma anónima, como N., una ex novia de los 90, o S., otra.

Porque Escanlar –muy controvertido en Uruguay por sus excesos, como putear o tomar su pichi en televisión- genera allí pocas simpatías y muchos anticuerpos. Fue el enfant terrible de la cultura local de los 90 y 2000. Porque si Benedetti proyecta la imagen de tierno abuelito políticamente correcto, que pasó a decorar el Oriente Eterno junto a otras glorias literarias gracias a su literatura y su militancia social, Escanlar –si es que el Cielo y el Infierno existen- para muchos debe haber pasado derechito a las profundidades de la penitencia.

Escanlar, entre otras cosas, odiaba a Benedetti. Lo odiaba porque era una especie de Vaca Sagrada pero además porque exigía militancia y compromiso a la generación de Escanlar, algo absurdo pensando que algo así no se puede andar exigiendo y porque además era una generación muy diferente a la suya. Un Escanlar que se mofaba de Galeano –“gana plata gracias a las cosas contra las que critica”- y también del novelista Rosencof, preso y torturado por la dictadura.

Escanlar era muy distinto a ellos. No sólo era de otra generación: derechamente parecía venir de otra galaxia. No por nada, Fuguet escribe: “Sin duda que el Montevideo de la juventud de Galeano o Rosencof poco tiene que ver con el (barrio montevideano de) Palermo de los años setenta que transformó a Gustavo Escanlar en Gustavo Escanlar”. El Palermo del club de box homónimo y del equipo de básquetbol Atenas. Un barrio familiar, “nada que ver con el Palermo de Buenos Aires”, como acierta el chileno.

Un Escanlar que el propio Fuguet vio apenas dos veces: la primera, en 1996, en un lanzamiento de un libro en Uruguay, la última vez, en un congreso literario en Madrid, en 1999, donde el uruguayo protagonizó otro incidente anti Benedetti, completamente ebrio.

Fuguet recorre con delicadez la vida de Escanlar, hijo de un gallego emigrado: su asistencia a un colegio jesuita (el liceo Seminario), sus estudios de medicina (inconclusos, para dolor de sus progenitores), sus fiestas estrambóticas, una acusación de plagio, su casamiento. Intercala fotos de las performances de Escanlar, algunos de sus poemas, pedazos de sus entrevistas. También menciona su “amistad” –o una relación amistosa por lo menos extraña- con el asesino de clase alta Pablo Goncálvez (Escanlar y su esposa fueron testigos de su boda en la cárcel), y su adicción a la cocaína (tuvo tres sobredosis, la tercera fue la mortal).

“Ahora estoy aquí, terminando esto y me siento raro, agotado, tumbado. Después de escribir sobre él, me pregunto: ¿lo he traicionado?”, se pregunta Fuguet al final del libro. Creo que no. Ha retratado a Escanlar como era, algo que, después de todo, tampoco es su culpa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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