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Una noche con Molotov, donde la fuerza de tres bandas obtuvo el «power» Crítica musical

Una noche con Molotov, donde la fuerza de tres bandas obtuvo el «power»

En un solo concierto, la banda mexicana y los nacionales Chancho en Piedra y Weichafe, se fundieron en una sobredosis de rock. Tal vez, uno de los momentos más memorables del recital, fue cuando sonó «Hit Me» y aparecen las sobrecogedoras imágenes de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, hecho que coincidió con la visita de uno de los padres de los jóvenes, que estuvo en El Mostrador hace un par de días recordando el drama en el cual están envueltos desde hace 1 año, cuando sus hijos fueron secuestrados sin hasta ahora conocer un rastro.


Escribir sobre Molotov no debería ser complicado, muy por el contrario, es una banda que tiene 20 años de trayectoria musical, que han visitado Chile en más de una ocasión, solos, acompañados, con disco, sin él, etcétera. No nos son extraños y prácticamente todos -permítanme la falacia- o sea mucha gente, conoce al menos una de sus canciones. Además, a eso le debemos sumar esa fascinación heredada de nuestros padres o abuelos por la cultura mexicana, que nos hace sentir una especie de cercanía poco habitual con su cultura, forma de expresarse e idiosincrasia en general.

Pero la verdad, es que en esta oportunidad la situación es diferente. Principalmente, porque tocaron con dos grandes bandas nacionales, que demostraron cómo se hace la buena música en Chile.

Partimos con Chancho en Piedra y su invasión de Juanitos algo habitual en los conciertos de esta agrupación, pero que en esta oportunidad se robaron completamente el show desde el principio al final.

Los cerditos amarillos, disfrazados desde huasos a nipones, con pelo y el clásico de gorro negro tipo jockey, invadieron el Caupolicán, cuando a eso de las 20:15 subió al escenario la banda nacional, que parecía ser la única que tocaba esa noche por la cantidad de fanáticos presentes.

El de ellos fue un show impecable, donde repasaron los grandes éxitos de su carrera, y luego de que el vocalista, Eduardo Ibeas, grabara al público con su celular, mientras realizaban un clásico Mosh con los Juanitos sobre su cabeza, tocaron Plush de Stone Temple Pilots, a modo de homenaje a Scott Weiland, quién falleciera la semana recién pasada.

A las 21:30, partió su espectáculo la también banda nacional, Weichafe, quienes al igual como lo han hecho los últimos años, presentaron un show redondo, con una complicidad incondicional con el público que hizo que en algún momento, Angelo Pettinelli, vocalista de la banda, bajara del escenario y tocara la guitarra entre los asistentes. En medio del show, pronunció palabras para homenajear a uno de los “grandes de la música” según sus dichos y comienza a sonar Estrechez de Corazón en referencia a Jorge González, demostrando que este tipo de canciones, están tan bien hechas, que suenen con el ritmo que suenen, lo hacen bien.

Estas bandas son tan de nicho, que da la impresión que todos se conocen con todos, desde los que cortan los tickets hasta los que hacen el aseo en el recinto donde tocan. Por eso es que no era de extrañar estar sentada con los padres de Angelo Pettinelli (Weichafe) y que se saludaran desde un punto a otro con los asistentes, los técnicos, gráficos, e incluso los mismos fanáticos. Y esto ocurre principalmente, según dichos de la madre de Pettinelli, porque ellos lo acompañan a todos sus conciertos desde los inicios de su carrera y lo han apoyado incondicionalmente desde que decidió seguir la música a los 14 años.

Luego a las 23:00 y con cerca 45 minutos de retraso, comenzó el show de Molotov, a modo de plato fuerte de una jornada completa de rock.

Y si a esa hora se esperaría desgano de parte de los asistentes, principalmente porque ha sido una jornada llena de emociones extenuantes, la verdad es que con el primer acorde de los mexicanos, el teatro Caupolicán casi se vino a bajo.

Ahora acá es donde viene lo complejo. Podría referirme al show como “perfecto” porque ciertamente lo fue, pero es mucho más que eso. Es ver, in situ, como una banda se da cuenta del poder que tiene y lo usa. Principalmente para transmitir en cada una de sus canciones mensajes sociopolíticos y de contingencia. Ahora el punto es que si lo pensamos en concreto, han pasado 17 años desde que los escuchamos con canciones como Gimme the Power (Donde jugarán las niñas 1997) y definitivamente nada parecer haber cambiado; la canción sigue siendo voraz con nuestra realidad.

Lo mismo ocurre cuando comienza a sonar Hit Me y aparecen las sobrecogedoras imágenes de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, hecho que coincidió con la visita de uno de los padres de los jóvenes, que estuvo en El Mostrador hace un par de días recordando el drama en el cual están envueltos desde hace 1 año, cuando sus hijos fueron secuestrados sin hasta ahora conocer un rastro.

Y es en este punto justamente, donde surge esa duda que sobreviene constantemente. ¿Por qué el éxito de la música sin mensaje? ¿Está bien qué no diga nada? ¿Qué no nos remueva de esa zona de confort en la cual estamos, todos, ilusoriamente envueltos? ¿Será por eso que le va tan bien a cantantes y grupos de reggaetón, por ejemplo, que poco o nada deja nada al final del día, salvo ese exceso de azúcar que nos vuelve adictos o diabéticos?

Finalmente las cosas que se rescatan son aquellas que marcan la diferenci, como lo ocurrido en el show de Molotov, en el amor a primera vista que sintieron los miembros de la banda mexicana con los “Juanitos”, esos puerquitos amarillos que hicieron subir al escenario, jugaron con ellos y hasta los colocaron sobre los amplificadores como dueños absolutos del espacio escénico, para luego, al final del show, devolverlos a sus dueños, y así asegurar su participación en una nueva tocata, donde se re encontraran con sus padres marranos del rock.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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