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Crítica literaria: «Todo es rojo. Una novela psicotrónica» La nueva novela del mexicano Andrés Pascoe Rippey

Crítica literaria: «Todo es rojo. Una novela psicotrónica»

La novela narra las peripecias de tres sobrevivientes del apocalipsis —con precisión, por acá no ha caído una sola bomba, pero la sociedad colapsa y la gente se vuelve zombi por si acaso— que luego de salvarse mutuamente de puebladas y hordas antropófagas, emprenden la huida de un Santiago devastado a la esperanzadora soledad del sur de Chile.


El apocalipsis se ha desatado y viene de la mano del más guerrafriesco de nuestros miedos: las ojivas nucleares arrasan las ciudades que acumulan el poder político y económico, o sea, las del primer mundo. Y por estas latitudes, en vez de encontrarnos en plena orgía multitudinaria —lo que habría sido una recepción digna de una hecatombe o una foto de colección de Spencer Tunick—, nos descubre transitando el gobierno bacheletista (quién sabe si el primero o el segundo, si antes o después del Caso Caval). Así comienza Todo es rojo. Una novela psicotrónica del mexicano Andrés Pascoe Rippey que, como lo refiere el último término del título, bien podría tratarse del libreto para una película de terror clase B: altas dosis de ultraviolencia, chorros de sangre por doquier, algo de sexo, zombis con las urgencias alimentarias de rigor, mucha frase hecha y hartas lágrimas de cocodrilo.

La novela narra las peripecias de tres sobrevivientes del apocalipsis —con precisión, por acá no ha caído una sola bomba, pero la sociedad colapsa y la gente se vuelve zombi por si acaso— que luego de salvarse mutuamente de puebladas y hordas antropófagas, emprenden la huida de un Santiago devastado a la esperanzadora soledad del sur de Chile. En el camino deberán vadear al enemigo externo, encarnado en los desquiciados, los abandonados a su suerte, los inquisidores modernos con maestría en torturas medievales y los hippies trasnochados; y el interno, ellos mismos, sosegando sus pasiones, sus egos, su idiosincrasia para no quedar solos en medio de la vía. Quizá más difícil que encarar desarmado una horda zombi sea congeniar con el otro, un desconocido, un rival incluso, por el bien de la propia existencia. Un tema el del límite de las convicciones, el de las ideologías aún pulsando desde un pasado de manual de estudios y de cómoda cotidianeidad en un presente inhóspito, desolador, tan ajenos esos ideales a los instintos de supervivencia y sus necesidades pedestres, que en Todo es rojo nunca alcanza profundidad ni ofrece al lector una instancia para la reflexión, pues ya viene predigerido.

Sí, en cambio, hay espacio para que Alberto, un mexicano de izquierda, desencantado del mundo, cínico y ateo, ganoso siempre de inseminar a cualquier mina que le dé cabida, se cruce en discusiones en apariencia enjundiosas, pero en el fondo insípidas, con Max, su rival y compañero de viaje, un chileno mamón, chupacirios, facho en su versión autóctona y con toda la pinta de ser, al igual que Alberto, un pajero consuetudinario. Frente a esta dicotomía que nunca transa está Valentina, una argentina que actúa como amortiguador entre las dos potencias en conflicto. Pero también es el personaje mejor logrado, a pesar de su belleza y voluptuosidad (fiel a los estereotipos, no hay argentina fea ni fría), y de cierta falta de credibilidad emocional. Valentina, que parece vivir el presente como lo que es, un pozo de mierda por el que no vale la pena regalar el llanto, desprejuiciada, inasible, escéptica, algo canalla, atributos que casi equilibran tanto maniqueísmo, a la larga no logra tampoco salvar la jornada.

 Todo es rojo hace agua por los cuatro costados, no tanto como para que la canoa se hunda, pero sí para que la escorada resulte alarmante: a las fallas en la ejecución literaria —verosimilitud, composición de personajes, una moralizante afición a que los «malos» reciban su castigo— se suman las pifias de edición, corrección de estilo y diseño interior. Si bien el estilo narrativo de Pascoe Rippey mantiene distancia de afectaciones del lenguaje, es ágil y sabe este desarrollar episodios de acción, más allá de dos o tres escenas destacables —el desastre de la evacuación militar en Las Condes, la caravana de viejos y el cuasi final en el lanchón—, el resto se va en reincidencias de la ecuación arribo-conflicto-fuga, reiteraciones de disputas ideológicas planas, frases para el bronce y llantos e histerias que no convencen.

Un diseño de cubierta prolijo y austero, subordinado a las ilustraciones de Carla Rippey, es lo que destaca de la labor editorial en Todo es rojo, y poco más. El diseño de interior es francamente mediocre: a una diagramación sin ningún atractivo se suma un tamaño de texto ínfimo, lo que ofrece una pésima experiencia de lectura. El proceso de edición no se queda atrás: sobran los ripios y las repeticiones, pero también los capítulos, partiendo por el epílogo, un salto al futuro que no sólo no aporta nada a la historia de fondo, sino que además destroza el carácter y la poca credibilidad de los personajes sobrevivientes. La corrección de estilo es el menor de los problemas, pero aporta lo suyo: abundan los errores de acentuación, más aún cuando se pretende imitar el habla rioplatense, a tal punto que sus correctores parecen haberse regido por enigmáticas reglas para tildar palabras que los rioplatenses no tildamos. Otro tanto sucede cuando se prefiere, tilingamente, recurrir al término «zombie» antes que al castellanizado «zombi», palabra originada en algunas lenguas de África occidental y no en los estudios hollywoodenses.

En Todo es rojo se notan los esfuerzos de Pascoe Rippey por inyectarle contenido a un estilo narrativo que hasta en sus defectos emula al cine clase B, ese cine que en el género del terror ha privilegiado la explotación del morbo y el efectismo a las reflexiones sesudas —excluyo aquí las películas de George Romero, que fusionan con distinta suerte la crítica ácida a la sociedad norteamericana con el subgénero zombi—. Sin embargo, el esfuerzo del autor se ve trunco, tal vez por haber elegido el drama para amalgamar dos imposibles. Para la próxima, quizá le convenga intentar con el género farsesco, que cuanto peor resulta, más divierte.

Todo es rojo. Una novela psicotrónica

Andrés Pascoe Rippey

Imbunche Ediciones

Chile, 2014

ISBN 9789569391019

Todo-es-Rojo
  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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