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Eugenio Cruz Vargas, tataranieto de Andrés Bello y maestro de si mismo (1923-2014) Opinión

Eugenio Cruz Vargas, tataranieto de Andrés Bello y maestro de si mismo (1923-2014)

No podemos saber con exactitud si el espíritu sensible de Eugenio Cruz se habría manifestado primero en la poesía o en la pintura, pero lo que si sabemos que su primera presentación artística fue en 1978 con su primer poemario, “la única vez que miento”, que sorprendió a la crítica especializada, fue un excelente ejercicio para practicar el sentido de la síntesis.


Este 18 de enero de 2016 se cumplió el segundo aniversario de la partida a la eternidad o a el espacio infinito del poeta y pintor, Eugenio Cruz Vargas, que tuvo la genuina vocación de reencontrar los antiguos vínculos entre la poesía y la pintura, tan escasos en el mundo del arte desde el renacimiento. Hijo de padre agricultor-viticultor y de madre literaria, nieto del pionero de la crítica literaria chilena Pedro Nolasco Cruz Vergara y tataranieto del insigne humanista americano Andrés Bello.

Dueño de una sensibilidad y una creatividad desbordante, de pocas palabras, el tiempo era siempre poco, sumergido en su interior, sin miedo a ser criticado, nunca conforme con el sistema, innovador, un espíritu inquieto y ansioso. Es aquí donde encontramos al poeta y pintor que entremezcla la palabra con el trazo, donde tan acertadamente el año 2008 en su última exposición pictórica, se dice de él: “Escribe con colores y pinta con palabras”.

No podemos saber con exactitud si el espíritu sensible de Eugenio Cruz se habría manifestado primero en la poesía o en la pintura, pero lo que si sabemos que su primera presentación artística fue en 1978 con su primer poemario, “la única vez que miento”, que sorprendió a la crítica especializada, fue un excelente ejercicio para practicar el sentido de la síntesis, a la vez, proyectar mucho con tan solo con unas pocas palabras. En esta línea, nuestro poeta-pintor otorga por lo mismo particular importancia a determinados detalles, los que debidamente planteados en la composición literaria y pictórica, aun cuando no siempre saltan a la simple lectura o a la vista desprolija, otorgando acentos o subrayados que ameritan el buen discurrir frente a las letras, color y las formas.

Sus obras pictóricas, se da fundamentalmente en la luminosidad, en esa que el sol otorga en los distintos horarios, lo que posibilita captar variaciones tonales, perfilar y vigorizar la variedad de la naturaleza; y en la profundidad en sus paisajes, tan escaso desde los primeros maestros chilenos. El discurre frente a estos fenómenos con variados formatos de telas, que da un buen empleo del óleo y conjuntamente la arquitectura única que da en la formación de sus poemas. Su lápiz y su paleta son excepcionales. Exigida por el creativo donde desarrolla la poesía y la pintura, sabe asociarse perfectamente a sus emociones, crear poemas y temáticas pictóricas con significativas sugerencias. Destaca en esto el sentido de amplitud literaria que encontramos en la mayoría de sus poemas y telas que descubren la naturaleza en su esplendor de mañana o tarde; en lo abstracto a insinuaciones bien concretas y también a la libre imaginación de cada cual.

Caracterizado también por el buen logro de los equilibrios literarios y en sus telas las armonizaciones en las tonalidades, que deja entrever más de algún arraigado eco de su niñez campestre y en sus poemas un leguaje caracterizado por lo simple y traslucido surrealista. En sus poesías como en sus pinturas los árboles son de vital importancia y donde el destacado crítico Víctor Carvacho Herrera dice: “ama la naturaleza, y de todas sus maravillas, distingue los árboles. Por esos su género predilecto es el paisaje”.

Podemos preguntarnos sobre si era un hombre de familia? Esto lo podemos responder en sus poemas y pinturas donde evocan a su esposa, María de la Luz; aquí el poeta relata en Deseo: “Tanto te deseo, que mis labios, me abandonaron para susurrar a tus oídos”; a su madre María Emilia y también refleja la pérdida temprana de su padre, Pedro Nolasco. Aquí el poeta relata en Determinación: “Puertas que se cierran al olvido, permanecerán cerradas, muy cerradas, hasta que mueran mis recuerdos, que son solo míos, que nadie ve y no los cuento. Tendría que enamórame de nuevo, algo difícil de mi pasado, siempre grabado con granito y fuego”. En sus poemas como sus pinturas podemos encontrar a sus nueve hijos donde están mencionados pero no individualizados y en sus pinturas abstractas están en las “mazorcas” y “la unidad”. En su tercer poemario “de lo terrenal a lo espacial” se lo dedica: “A mi esposa, hijos y nietos desde la profundidad del espacio”.

Ahora nos preguntamos si era un hombre anclado en el pasado?, en el presente? o en futuro? La respuesta está dada por su creatividad de crear y recrear, donde el ayer ya no tiene cabida en el hoy y se espera ansioso el mañana. Aquí el poeta relata en Felicidad: “Me senté a recordar, sobre una planicie inmensa, pensando y soñando. Pasaron cien años. De pronto allí encontré tanta felicidad que me quede para siempre”.

Eugenio Cruz Vargas nos da una lección de fineza donde cultiva la combinación de las artes literarias y pictóricas; dueño de una sensibilidad bien orientada, original como pocas, y consiguió su objetivo que fue revelarse, y con ello su transcendencia; como la potencia y la vocación constituyen una realidad conquistada con talentos muy propios, todo gracias a su creatividad guiada por el esfuerzo, tenacidad y una constancia que fue siempre admirable. Lo anterior lo dijo su vida, sus obras poéticas y pictóricas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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