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Crítica de ópera: Fidelio de Beetohoven, más allá de la libertad de expresión Dos chilenos deslumbraron en el Teatro Colón

Crítica de ópera: Fidelio de Beetohoven, más allá de la libertad de expresión

En el coliseo argentino, el Teatro Colón, a cargo de la puesta en escena de esta ópera de Beethoven está Eugenio Zanetti, un multifacético artista y discípulo de Pier Paolo Pasolini, quien con una mirada universal, utiliza dinámicas móviles y cinematográficas como base de su propuesta estética. El director musical chileno, Francisco Rettig, llevó el tempo beethoveniano en el formato de singspiel mozartiano con precisión y correcto diálogo entre foso y escenario. El otro chileno el bajo-barítono Homero Pérez Miranda, finaliza el primer nivel del reparto creando un malvado y despiadado Don Pizarro con su timbre grave y emisión precisa.


Beethoven fue un compositor comprometido. Logró en su invaluable legado artístico transitar del clasicismo al romanticismo, salir de los palacios y llegar a los teatros. Salir de la elite y llegar a la calle. En pocas palabras, es un artista que democratizó las artes escénicas. Este cambio de estilo y espacio también conlleva su inquietud como compositor por reflejar los conflictos políticos y sociales de su época. Le dedica su tercera sinfonía a Napoleón, y tras la desilusión que sufre con la ocupación de Austria lo transforma en un antihéroe, quitándole la dedicatoria. Hoy conocemos esta obra como la Eroica.

En su única ópera, Fidelio o el amor conyugal, se enfoca en la libertad y más precisamente en la libertad de expresión. Es la historia de Leonora que busca salvar a su esposo Florestan, un preso político, para lo cual se viste de hombre y trabaja en la cárcel. Beethoven creó un himno a la libertad con momentos heroicos y musicalmente sublimes como el cuarteto Mir ist wunderbar o el Coro de los prisioneros.

En el coliseo argentino, el Teatro Colón, a cargo de la puesta en escena está Eugenio Zanetti, un multifacético artista y discípulo de Pier Paolo Pasolini, quien con una mirada universal, utiliza dinámicas móviles y cinematográficas como base de su propuesta estética. No se precisa una época determinada, y tanto la escenografía como el vestuario transitan por la historia. Luces de neón conviven con velas de linternas, Leonora vestida con look moderno se transforma en un muchacho de librea del siglo XVIII al vestirse de Fidelio, la cárcel es una fábrica de armamentos y las celdas de los presos funcionan como anfiteatro. Si bien convence en varios momentos no resuelve correctamente el esperado Coro de los prisioneros. La puesta en escena está reforzada por la dramática iluminación a cargo de Rubén Conde.

El director musical chileno, Francisco Rettig, llevó el tempo beethoveniano en el formato de singspiel mozartiano con precisión y correcto diálogo entre foso y escenario. Casi desconocido en Chile, sus actuaciones son esporádicas y más asociadas con el Teatro Regional del Maule, siendo un director que debiera circular por nuestros escenarios capitalinos. Rettig ha hecho su carrera en el extranjero y me recuerda el ingrato pago de nuestro país con sus artistas. En cuanto a la ópera Fidelio, no ha sido vista por nuestra generación, ya que en Chile se realizó por última vez en 1946, siendo un título que está en deuda hace rato.

En los roles principales, la soprano Carla Filipic Holm, convence con una voz homogénea, metálica y potente. A la vez realiza una heroica interpretación que inicia frente a un espejo vistiéndose de hombre y que finaliza sacándose la peluca y soltar su cabellera al abrazar a su esposo liberado. Por su parte, el serbio Zoran Todorovich, representa a Florestan y es un perfecto helden tenor con hermoso color y gran volumen, logra sin forzar matizar las dificultades de los pasajes agudos de su aria: Gott! welch’ Dunkel hier!. El otro chileno en el escenario, el bajo-barítono Homero Pérez Miranda, finaliza este primer nivel del reparto creando un malvado y despiadado Don Pizarro con su timbre grave y emisión precisa.

Completan el reparto un convincente Rocco interpretado por Manfred Hemm y la aún más sólida la soprano Jacqueline Livieri como Marcelina, que cuenta con un timbre melódico y hermoso color. Un discreto y casi inaudible Jaquino, a cargo del tenor Santiago Burghi, se opone a un eficaz y cálido Hernán Iturralde como Don Fernando.
Finalizan los prisioneros representados convincentemente por Sebastián Angulegui y Juan González Cueto.

Calificación: Muy bueno

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