El patrimonio no es sólo mi casa, o mi barrio, o la plaza donde me vieron crecer mis viejos, es también el reconocimiento de la diversidad; la esperanza de una educación y de una capacitación territorialmente “situada”; es el anhelo de gobiernos regionales descentralizados, y de políticas integrales que pongan en valor no sólo los tejidos construidos sino también su tejido social.
En un mundo en que el concepto de sostenibilidad está finalmente logrando permear los distintos ámbitos -al menos discursivos- de la sociedad, vale la pena recordar también que no es posible concebir el desarrollo sostenible sin considerar la herencia cultural de quienes lo construyen.
Porque el patrimonio no es sólo mi casa, o mi barrio, o la plaza donde me vieron crecer mis viejos, es también el reconocimiento de la diversidad; la esperanza de una educación y de una capacitación territorialmente “situada”; es el anhelo de gobiernos regionales descentralizados, y de políticas integrales que pongan en valor no sólo los tejidos construidos sino también su tejido social. Es anhelo de políticas maduras, capaces de debatir participativa e inclusivamente sobre el concepto de patrimonio en sí. Pensar en la preservación del patrimonio es una oportunidad para asociar las políticas sociales y culturales y satisfacer, de esta manera, las legítimas demandas de grupos emergentes que anhelan celebrar su herencia popular. Es entender desde esta perspectiva la riqueza de la pluriculturalidad.
El patrimonio es eso y mucho más; como decía un académico recientemente de visita en Chile, el patrimonio es “todo”, porque en definitiva todos los aspectos -materiales e inmateriales- que componen nuestra vida individual y colectiva son la herencia que esperamos transmitir a nuestros descendientes. Todo puede ser apreciado desde la perspectiva de su valor patrimonial, entendiendo por esto la consideración de su valor afectivo, de arraigo y de cohesión social; el valor de la “memoria”, esa que sostiene nuestras raíces mientras nos proyectamos hacia el futuro.
Es esta visión holística del patrimonio la que nos corrobora que no podíamos continuar en la misma senda: una multiplicidad de instituciones que intentaban vanamente abordar a retazos el patrimonio. El Ministerio de Vivienda y Urbanismo, abordando la vivienda patrimonial y sus espacios públicos aledaños; el Consejo de Monumentos Nacionales, los monumentos históricos; el Ministerio de Obras Públicas, recuperando aquellos monumentos en manos del Estado; el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, a cargo fundamentalmente de los aspectos inmateriales; la Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos, de la dimensión inmueble, y un largo etc. Cada una de estas agencias, a veces superponiéndose, a veces dejando brechas entre sí, y en general con escasa o nula articulación entre sí.
Hoy se abren dos oportunidades clave para perfeccionar sustantivamente la institucionalidad del patrimonio: por una parte, el Proyecto de Ley -a través de su indicación sustitutiva- que crea el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. El proyecto constituye sin duda un avance trascendente en esta dirección, si se logra -como se pretende- superar la actual fragmentación, abordar integralmente el patrimonio, ejercer su rol rector sobre otros ministerios y mejorar la eficacia de la política pública a través de la definición y ejecución de planes y programas. Una segunda oportunidad, es el actual proceso constituyente, aunque la Constitución a la que lleguemos no aborde temas tan específicos; esta es sin duda una ocasión inigualable para abordar colectivamente este y otro temas que nos importan. Aprovechemos esta oportunidad histórica de escucharnos.
Dra. María Isabel López
Académica Facultad de Arquitectura, Construcción y Diseño de la Universidad del Bío-Bío
Arquitecto, experta en patrimonio
