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Crítica de Teatro: Sueño de una noche de Kallfü, Shakespeare para niños Dirigida por Natalie Sève

Crítica de Teatro: Sueño de una noche de Kallfü, Shakespeare para niños

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César Farah
Por : César Farah Dramaturgo, novelista y académico, es docente en la Universidad de Chile, Universidad Adolfo Ibáñez y Uniacc. Ha escrito las novelas La Ciudad Eterna (Planeta, 2020) El Gran Dios Salvaje (Planeta, 2009) y Trilogía Karaoke (Cuarto Propio, 2007), así como la trilogía dramatúrgica Piezas para ciudadanxs con vocación de huérfanxs (Voz Ajena, 2019), además, es autor de la obra El monstruo de la fortuna, estrenada en Madrid el año 2021, también ha escrito y dirigido las piezas dramáticas Alameda (2017, Teatro Mori), Medea (Sidarte 2015-2016, México 2016, Neuquén 2017), Vaca sagrada (2015, Teatro Diana), Tender (2014-2015, Ladrón de Bicicletas) y Cobras o pagas (2013-2014, Ladrón de Bicicletas).
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La dirección y los intérpretes, Cristián Sève y Martina Sivori, han desarrollado una investigación escénica, sonora, simbólica y multidisciplinar, integrando diversos géneros artísticos y formas comunicativas que, finalmente, constituyen un espectáculo escénico de muy alta factura, de hecho, dentro del marco del teatro para niños.


Sueño de una noche de Kallfü es ni más ni menos un montaje que reescribe y adapta, escénicamente, Sueño de una noche de Verano de William Shakespeare, en versión infantil, específicamente para niños de 0 a 5 años, dando cuenta además, de la relación ancestral en torno a la naturaleza, con la cultura mapuche. En casi cualquier circunstancia, creo que una empresa tan radicalmente ambiciosa podría perecer fácilmente, naufragar en el intento y perderse en el mismo bosque que propone, sin embargo, este montaje logra con perfección, producir lo que se ha propuesto desarrollar.

Fuertemente simbólica, mucho más vinculada a las sensaciones que a la racionalidad, la obra constituye un recorrido de dos enamorados que se buscan, se encuentran, se pierden y vuelven a reencontrar en un bosque, lugar mágico y primitivo, maravilloso y esencial, para exponer a los niños a esa sensación onírica y densamente sígnica que es el arte teatral y, en especial, su vinculación con el tema del reencuentro y el amor.

Dirigida por Natalie Sève, la obra es uno de los múltiples trabajos escénicos que ha llevado a cabo la compañía Amnia Teatro, efectivamente dedicada al teatro para la primera infancia o, definitivamente, teatro para guaguas. Sus montajes suelen dar cuenta de preciosismo, delicadeza y elegancia en el formato escénico; destacándose particularmente el hecho que sean obras notoriamente sensitivas, tanto que incluso el olor es una herramienta escénica, trabajado desde las fundamentaciones de la aromaterapia, la luminosidad, la música, los instrumentos musicales, las voces que cantan y hablan también se instalan cuidadamente en el espectáculo.

La dramatización misma de actores y actrices está en esta línea también, son los intérpretes quienes construyen personajes muy delicadamente, en virtud de articular su actuación para formas que no son necesariamente racionales, que suponen las necesidades de un acontecer en la acción misma y, sobre todo, en invitar a compartir una experiencia, a vivir un instante de paréntesis del orden común de la vida y, sin duda, en una verosimilitud muy distinta de las formas tradicionales del teatro, en términos técnicos, podríamos decir que la pregunta por el significado, en términos tradicionales, no es pertinente aquí, más bien importa preguntarse qué hacen los personajes en escena que por qué lo hacen.

Sin duda, la dirección y los intérpretes, Cristián Sève y Martina Sivori, han desarrollado una investigación escénica, sonora, simbólica y multidisciplinar, integrando diversos géneros artísticos y formas comunicativas que, finalmente, constituyen un espectáculo escénico de muy alta factura, de hecho, dentro del marco del teatro para niños, esta es una obra que instala un alto nivel de calidad y que, por cierto, resulta impresionante en otro sentido más: los infantes (muy pequeños, desde recién nacidos hasta 3 o 4 años en la función que vi) y los padres, terminan literalmente hipnotizados con la obra, debo detenerme en ello porque, en lo que a mí respecta, me pareció particularmente impactante: debe entenderse que hablamos de guaguas que no saben caminar o apenas si saben hacerlo, la mayoría no habla y, bueno, hablamos de padres y los padres a menudo resultan insoportables y, como embrujados por la energía del bosque mapuche y la historia de Shakespeare, se produce una comunión particular, extraña, insólita y diría que la mayoría de los asistentes quedan, literalmente, prendados de la obra.

“Sueño de una noche de Kalfü” es una obra notable, trabajada a la altura del teatro más sofisticado, un montaje preciosista y más que competente, para niños de 0 a 90 años, diría yo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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