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Mauricio Redolés despide a Gustavo Frías: «Dijo que a lo mejor estaba muerto» In Memoriam

Mauricio Redolés despide a Gustavo Frías: «Dijo que a lo mejor estaba muerto»

Como buen Géminis (así con mayúscula), le gustaba a sus setentaitantos años torear a La Muerte. Tratar de brindarnos una “verónica” magistral que hiciera a La Muerte pasar de largo. Pero ella quería llevárselo, porque en el fondo del asunto él también quería irse con ella. Como que la llamaba, como que la olía.


La última vez que lo vimos dijo que a lo mejor estaba muerto.

Respiraba profundo el aire de Las Cruces y decía con su acento santiaguino de los años sesenta: -Pero mira oye, el día perfecto, la luz, los pájaros que pasan volando y ni nos cagan, escuchen el ruido del follaje de los árboles con esta brisa marina tan amistosa, el rumor de las olas allá abajo, Todo perfecto pos oye. A lo mejor ya me morí y estoy en el cielo hace rato.

Como buen Géminis (así con mayúscula), le gustaba a sus setentaitantos años torear a La Muerte. Tratar de brindarnos una “verónica” magistral que hiciera a La Muerte pasar de largo. Pero ella quería llevárselo, porque en el fondo del asunto él también quería irse con ella. Como que la llamaba, como que la olía.

Esa vez también nos dijo:- Oye, es una cosa muy jodida la vejez. Fíjate que hoy amanecí completa y absolutamente meado. Nunca me había pasado. Como Géminis de nuevo, iba tomando distancia sobre los cambios en su organismo. Mercurio moviéndose, inalcanzable.

Entonces -¡Salud!- decía, y tenía en el bolsillo de su pantalón una petaca de ron. Bebía. -Y salud, Gustavo- le decíamos.

En ese momento nos confesó:-Yo no me voy a suicidar pos oye. ¡Eso sería una mariconez!. Recuerdo que ese día y hasta la noche me quedó retumbando en los oídos esa frase. Lo que más retornaba a mis oídos era que el suicidio no era una mariconada, sino una mariconez.

Luego agregaba: – Antes de morirme yo solo quiero ver la lluvia de estrellas que habrá cuando el próximo meteorito que se nos viene encima, se haga trizas antes de chocar con el planeta. Y si el meteorito no se hace astillas entonces chocará con nosotros, y yo también quisiera estar aquí para vivirlo-decía.

Ya no será posible, y ni toda la fuerza del universo podría hacer posible, que nuestros pasos nos conduzcan a ese jardín de su cabaña en Las Cruces para que aparezca entre borracho y volado el viejo Gustavo Frías con su humor, su sarcasmo, su ironía permanente, su amor en la bienvenida, su mirada inquisidora.

Nos hablaba de hechos únicos como los submarinos rusos de la Punta del Lacho, los piratas que asolaron las costas de esas costas, las aventuras de La Quintrala, sus recuerdos de Eduardo Frei Montalva pidiéndole que “jugaran” al tarot, Pablo Neruda antes de comprar su propiedad de Isla Negra, entrando al Hotel de Las Cruces a comer empanadas un domingo cualquiera y el pintor de Angelmó, Pacheco Altamirano, apenas viera a Neruda, levantándose de la mesa en la que almorzaba para retirarse del hotel .

Miles de anécdotas en una urdiembre que se replicaba en el tejido del jardín que de a poco se había ido adueñando de su cabaña. O como dijese el poeta Eduardo Leiva describiendo su casa: “…una construcción indescifrable que parecía estar siendo devorada por la vegetación (con) lianas de hiedra que cruzaban el interior de las habitaciones”.

Y para mí, en lo personal, ya no será posible escuchar su opinión, y advertencia, que quedó vibrando, pendiente para la eternidad, sobre mi libro “Los Versos del Subteniente o Teoría de la Luz Propia”. Sólo alcanzó a decirme que le había encantado el poemario, que ya me lo comentaría tomando un trago pos oye, pero que me cuidara porque había creado una danza de máscaras.

Gustavo decía en una entrevista para un canal de televisión hace poco que en Las Cruces nadie moría, por eso su vecino y amigo Nicanor Parra había pasado como si nada su centenario. -¿Y por qué nadie muere en Las Cruces?-le preguntó la periodista. –Es que aquí en Las Cruces no hay cementerio-replicó el viejo sabio y pichulero.

Lo recuerdo el día en que viajé con Los Simellaman Boys a Las Cruces para la celebración del 99 cumpleaños de Parra. Parra no llegó, y Gustavo andaba en mangas de camisa fumando como contratado y era un día frío. Tenía un arrojo juvenil único para carretear. Otro día lo recuerdo en la casa de Harold y Marcia, en el mismo plan. Métale cigarro, pito y copete. La Marcia lo miró un rato y nos dijo en muy buen chileno: -Oye el Gustavo fuma y toma como adolescente y está hecho pico. De allí nació un nuevo proyecto musical con Ricardo Duhart: “Viejo Chopiko y Los Hermanos Pechuga”.

Una mañana me despertó el llanto de mi mujer. – Es que murió Gustavo-me dijo. Mi pequeña hijita también rompió a llorar.

Un abrazo para sus hijos Ignacio y Gonzalo, “El Pelado”, como él le decía. Un abrazo para su editor, el escultor Luis Merino, “El Gordo” como él le decía.

Y a lo mejor un día de estos vemos de nuevo la pequeña figura semi-encorvada de Gustavo Frías en un rincón de Las Cruces, contándonos que vino Justiniano y bebieron tanto que las vecinas lo encontraron tirado frente a la puerta de su jardín-casa, y creían que estaba muerto. Pero no lo estaba. -Es que aquí no hay cementerios-nos diría-y dándole una fumada al pito antes de pasármelo agregaría riendo:- Y así puedo seguir acompañándolos pos oye.

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