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Top Gear: Saber hacer televisión Crítica de series de TV

Top Gear: Saber hacer televisión

El espacio producido por BBC Two, tiene una estructura que mezcla público en el estudio y entrevistas, con delirantes raids, y a veces derechamente rallies, que atraviesan los lugares más bellos e inhóspitos del mundo. Como ingredientes esenciales, sus guiones derrochan un humor excedido (aunque efectivo), muy en el límite de lo políticamente correcto.


Una pequeña declaración a modo de prólogo: amo mi bicicleta. Con eso debería estar todo dicho. Sin embargo, para que no quede sombra de duda, señalo que los autos me atraen menos que La Historia se escribe hacia adelante, ese librillo sobre el gobierno de Sebastián Piñera que copa la agenda por estos días. De niño seguía la Fórmula 1 para no quedar al margen de las conversaciones escolares. No soy tuerca, no me gustan los motores, ni las frenadas, mucho menos el olor a neumático quemado que desprenden. Considero que preguntar ¿y de qué año es?, es una falta de respeto, igual o peor, que cuando te preguntan por el colegio donde estudiaste. Así como lo veo, matas una conversación si empiezas a hablar de autos, de marcas, de modelos. ¡Qué pereza!

Dicho eso, la nobleza me obliga a declarar que Top Gear es uno de los programas de televisión más entretenidos que he visto en la vida. Todo un show audiovisual con mayúscula, a medio camino entre la divulgación turística y una comedia hilarante, tan tosca como inteligente, que es capaz de poner el freno de mano en el control remoto, sobre todo si lo ves en Netflix.

El espacio producido por BBC Two, tiene una estructura que mezcla público en el estudio y entrevistas, con delirantes raids, y a veces derechamente rallies, que atraviesan los lugares más bellos e inhóspitos del mundo.

Como ingredientes esenciales, sus guiones derrochan un humor excedido (aunque efectivo), muy en el límite de lo políticamente correcto; muchas celebrities de última generación (Matt LeBlanc, Ryan Reynolds, Tom Cruise, Cameron Diaz, Damian Lewis, Gillian Anderson, etc., etc.) que compiten por dar la vuelta más rápida en un circuito privado; algo de misterio con la presencia de un piloto de pruebas enmascarado llamado The Stig (toda una institución sobre el que incluso se escriben libros), y tal vez lo más importante, un comunicador como Jeremy Clarkson (que se las sabe por libro), acompañado por sus secuaces Richard Hammond y James May. Ni hablar de la forma en que se graba: todos los planos son de una calidad técnica y una belleza que deja con la boca abierta. La propuesta audiovisual es superlativa, ágil, y hasta diría que por momentos permite vivir la experiencia de un auténtico copiloto.

Esas eran las piezas de un motor que rugió a la perfección desde 2002 hasta el año pasado, cuando todo se pudrió por culpa de Clarkson, un liberal confeso y amigo del ex Primer Ministro David Cameron.

Es que la historia de Top Gear se inicia en 1977. En esa época no era más que un simple espacio dedicado a los motores sin un brillo especial. El punto de inflexión llega con el propio Clarkson en 2002, quien pule un diamante en bruto para convertirlo en un fenómeno global o, si se quiere, transforma un simple programa de autos en un auténtico show de televisión. A día de hoy, todavía conserva la etiqueta del programa de TV (no ficción) más visto en el mundo. En BBC, han leído muy bien el fenómeno de la globalización, no cabe duda.

Pecados y polémicas

Todo iba sobre ruedas, nunca mejor dicho, hasta que Clarkson, un hombre de lengua floja, estiró el elástico hasta cortarlo (ver referencias en YouTube). Año tras año iba acumulando llamadas de atención por sus chistes evidentemente racistas. La gota que colmó el vaso fue el puñetazo que le propinó a un productor irlandés por el menú de la cena: sopa fría con hilachas de carne. El golpe fue acompañado de epítetos racistas por su condición de irlandés.

Es curioso que alguien que leyó tan bien el proceso de cambio global en las comunicaciones, no fuese capaz de entender que las sensibilidades también cambian y que, por lo tanto, lo que se decía sin una sanción social en 2002 (o antes), en 2015 ya no pasa colado, porque el peso de las redes sociales cae tarde o temprano sobre ti. El racismo es racismo aunque se disfrace de humor, por mucho que Clint Eastwood nos quiera vender lo contrario. Ahora bien, dejando a un lado las referencias a las razas, confieso que me río bastante con Top Gear. A veces a carcajada limpia. ¿Me convierte eso en un misógino racista como Clarkson? No. Eso espero. Es que ver a tres hombres maduros haciendo el ridículo, no deja de tener su punto jocoso. Créeme.

La última versión de Top Gear (2016) se realizó con un nuevo equipo. The Stig es el único sobreviviente de la era Clarkson. El resultado ha sido bastante criticado. Y tanto es así, que su nuevo conductor, Chris Evans, no aguantó la presión y renunció al terminar la temporada. De nada sirvió contar con el encanto de Matt LeBlanc (Joey en Friends), quien llegaba al nuevo equipo como la celebrity más veloz que pasó por el programa. Mientras, Clarkson, Hammond y May preparan un nuevo show de motores para la plataforma de Amazon. Suben la apuesta con muy buen ojo. Talento para los negocios les sobra. Veremos qué pasa.

De momento, en Netflix solo están disponibles las temporadas 14, 15, 20, 21 y 22. Habrá que esperar para probar el nuevo modelo Evans que, sabemos, ya salió del mercado por fatiga de material. Da lo mismo, porque aquí lo que importa es entregar momentos de diversión, y Top Gear sobradamente lo logra.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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