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Dylan y sueños de liberación Opinión

Dylan y sueños de liberación

Carlos Pressacco
Por : Carlos Pressacco Director del Departamento de Ciencia Política y RR.II. Universidad Alberto Hurtado.
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El premio a Dylan -quiero pensar- es también el reconocimiento a una época. Es imposible ser objetivo en estas apreciaciones pero, desde mi punto de vista, los sesenta fue la última vez en que el mundo se puso “patas para arriba” para desafiar el orden establecido y proponer la construcción de una mejor sociedad; más justa, libre, solidaria, menos individualista. Claro, también con sus miserias. Pero eso no me interesa ahora; para ello, bastante con nuestro presente.


La Academia sueca le ha entregado el Premio Nobel de Literatura a Robert Zimermann, más conocido con Bob Dylan. Supe de la noticia camino al trabajo mientras escuchaba la radio. No lo podía creer como tampoco lo podían creer los periodistas del programa matinal. Sin lugar a dudas, una sorpresa. La tómbola nobelística apostaba por otros candidatos como el estadounidense Phillip Roth o el japonés Haruki Murakami. Es posible que ellos tengan grandes méritos para ser merecedores de este reconocimiento. Pero Dylan es un gran poeta -aunque un no tan buen cantante- que revolucionó la música a partir de su irrupción en escena a en los sesenta. Ya era tan famoso a finales de los sesenta como para merecer su inclusión en la enciclopedia Salvat que de niño revisaba y que mis padres habían comprado en cuotas.

Inmediatamente busqué en mi lista de canciones tres que tengo seleccionadas y escuché en reiteradas ocasiones Like a Rolling Stone; dicho sea de paso, elegida la mejor canción en la historia del rock. Por alguna razón, el reconocimiento me generaba una enorme alegría. Seguramente, en parte, porque me hacía recordar mis años de adolescente, de tocatas con amigos, de compartir discos y cassettes, de andar suelto y liviano por la vida.

Pero había algo más…

No soy un conocedor profesional de la trayectoria de Dylan. Como muchos que nacimos en los sesenta, llegamos a Dylan a través de los Beatles (y a estos conociendo primero a los estandartes del rock argentino como Almendra y Sui Generis) así como llegamos a Muddy Waters a través de los Rolling Stones; tardíamente, reconstruyendo el puzzle de la historia de la música popular, y especialmente del rock, mientras intentábamos comprender que era lo que había pasado en los sesenta que nos permitiera entender, ya con más conciencia social y política, el drama y las miserias de los autoritarios y represivos setentas.

El premio para Dylan es un reconocimiento al compositor-poeta; a la larga trayectoria de más de cincuenta años pero, fundamentalmente, a la obra de su primera etapa en la que, dejando de lado el folk, incursiona en la canción de protesta.

El premio a Dylan -quiero pensar- es también el reconocimiento a una época. Es imposible ser objetivo en estas apreciaciones pero, desde mi punto de vista, los sesenta fue la última vez en que el mundo se puso “patas para arriba” para desafiar el orden establecido y proponer la construcción de una mejor sociedad; más justa, libre, solidaria, menos individualista. Claro, también con sus miserias. Pero eso no me interesa ahora; para ello, bastante con nuestro presente.

Desde el Vaticano a África, pasando por Praga y La Habana; desde Nasser a Martin Luther King, pasando por el Che Guevara y los estudiantes y trabajadores del mayo francés pero también del “Cordobazo” argentino, el relato de la época colocaba en el centro las esperanzas en la liberación y en la revolución como estrategia. Liberación de las mujeres oprimidas en una sociedad machista; liberación de los pueblos africanos y asiáticos oprimidos por el imperialismo desvergonzado de las civilizadas potencias europeas; liberación de los pueblos latinoamericanos de sus oligarquías alienadas y “vendepatria”; liberación de los fieles de la opresión del Vaticano y el poder papal; liberación de los negros estadounidenses oprimidos por los blancos, liberación de los checos oprimidos por el socialismo real soviético; liberación de los trabajadores oprimidos por el capital. Liberación de la opresión del sentido común de la sociedad burguesa.

Sueños de liberación para que todos y todas podemos tener una mejor vida; de liberación colectiva. Radicales en su narrativa y estética pero bastantes ingenuos en la percepción de las amenazas que cernían sobre estas “energías utópicas”. Osadía imperdonable esta de soñar e intentar construir un mundo mejor, que permite comprender la virulencia de la reacción setentiana. Época oscura si las hay, de dictaduras y liderazgos opacos, de secretismo y despolitización, de encierro privatizado.

Dylan es un símbolo de esa época de protestas y esperanzas. Sus canciones son también una evidencia de la liberación del espíritu para crear a contrapelo de las tradiciones.

Por Carlos F. Pressacco, Académico del Departamento de Ciencia Política y RR.II. Universidad Alberto Hurtado

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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