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El «Comandante Ramiro» cuenta su verdad en el libro «Un paso al frente» Mauricio Hernández Norambuena

El «Comandante Ramiro» cuenta su verdad en el libro «Un paso al frente»

En “Un paso al frente” se entregan detalles y antecedentes inéditos acerca de numerosas operaciones del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) en medio de la violencia política en Chile durante las décadas de los años ’80 y ’90. Hernández, que se fugara en helicóptero desde la Cárcel de Alta Seguridad de Santiago junto a otros tres frentistas en 1996, expone en estas páginas “las razones de una guerra y sus combatientes”, pero no evade los errores y la falta de capacidad de su organización para entender que Chile había dejado de ser lo que esperaban y suponían.


Ha llegado carta, o más bien, un libro. Directamente desde la Penitenciaría Federal de Campo Grande en el sur de Brasil, en la frontera con Paraguay, donde cumple condena a 30 años de presidio por el secuestro del publicista Washington Olivetto en 2001, escribe el «Comandante Ramiro».

En este libro, editado por Jorge Pavez y Lawrence Maxwell, nadie habla en nombre de Mauricio Hernández Norambuena (Valparaíso, 1958). Es la voz del mismísimo frentista, que durante los últimos 15 años ha estado sometido a un régimen carcelario especial de encierro total en aislamiento absoluto, y que en Chile ha sido condenado e inculpado en varios hechos de alto impacto político. Entre otros, el atentado al dictador Augusto Pinochet (1986), la muerte del senador Jaime Guzmán (1991) o el secuestro de Cristián Edwards, hijo de Agustín Edwards, el dueño del consorcio periodístico El Mercurio (1991).

Hernández, que se fugara en helicóptero desde la Cárcel de Alta Seguridad de Santiago junto a otros tres frentistas en 1996, expone en estas páginas “las razones de una guerra y sus combatientes”, pero no evade los errores y la falta de capacidad de su organización para entender que Chile había dejado de ser lo que esperaban y suponían.

En “Un paso al frente” se entregan detalles y antecedentes inéditos acerca de numerosas operaciones del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) en medio de la violencia política en Chile durante las décadas de los años ’80 y ’90.

Todo en momentos en que en nuestro país la justicia ha rebajado las condenas de doble cadena perpetua para Hernández a 15 años y un día, y cuando la extradición desde Brasil se convierte en una posibilidad concreta.

La obra además incluye varios anexos, como sendas entrevistas de la revista «El Rodriguista» a los jefes frentistas Raúl Pellegrin, alias «José Miguel», Juan Gutiérrez Fischmann, alias «El Chele», y Galvarino Apablaza, alias «Salvador», así como la legendaria proclama emitida durante la toma de Radio Minería, en 1984, entre otros.

Este jueves, a las 19:30 horas, en la Sala América de la Biblioteca Nacional, Ceibo Ediciones lanzará este nuevo título de su colección Crónicas y Memorias. La presentación estará a cargo del historiador Igor Goicovic y el periodista Pablo Jofré, además de una ex colaboradora del FPMR.

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Jotoso y futbolista

Sin duda su trayectoria está vinculada de forma indisoluble al Partido Comunista. Así lo manifiesta desde el inicio del libro: «Yo entré a militar en las Juventudes Comunistas el año 1972, en el periodo de la Unidad Popular, cuando tenía 13 o 14 años».

De origen porteño, recuerda los trabajos voluntarios al interior de Valparaíso, recogiendo naranjos en aquella época impregnada de «un espíritu fraterno y solidario». Ya entonces participó en trabajos de propaganda, rayando muros con consignas políticas.

Esto acabó con el golpe militar de 1973. Tuvo que pasar un lustro para que «La Jota» se reactivara en la Quinta Región, un renacer del que Hernández pudo ser parte por ser de «los menos quemados» al interior de la organización, fuertemente golpeada por la represión. Volvería a los rayados, ahora en medio de medidas de seguridad. Era un trabajo en equipo, donde unos vigilaban la calle mientras otros pintaban consignas como «No a la dictadura».

Simultáneamente, entró a estudiar Educación Física en la sede de la Universidad de Chile en Valparaíso. Jugaba de volante lateral en el club de fútbol Orompello y ajedrez en campeonatos de barrio. Todas ellas actividades aprovechadas para «intercambiar ideas» con lo que serían sus futuros compañeros de ruta en el Frente, como Mauricio Arenas y Fernando Larenas (que paradójicamente había sido DC durante el gobierno de Allende). A fines de los 70, el PC, que había apoyado disciplinadamente la vía pacífica durante la UP, empezó a deslizarse hacia el apoyo a la resistencia armada contra Pinochet, y lo haría público en 1980 con un discurso de Luis Corvalán en Moscú.

«En esos años la lucha contra la dictadura ya iba mostrando que el camino tenía que ser el enfrentamiento, no había espacio para una vía pacífica», escribe Hernández. Contribuyó, entre otros, el ejemplo de la Revolución Sandinista, que acabó con la dictadura de Anastasio Somoza en 1979, especialmente el documental «La ofensiva final», que muestra los enfrentamientos de los últimos días del dictador.

Ya el año 1980, Hernández comienza a ser parte de la comisión de propaganda del Frente Cero, el germen de lo que luego sería el FPMR. Por seguridad, como tantos otros, se retiró de las actividades sociales que realizaba, como las peñas, y ya no vio más a sus «amigos y vecinos».

Las primeras acciones de la época fueron pequeñas: cadenazos durante las protestas, derribar un poste, sabotear el metro. «Cosas que resultaron con errores, pero para nosotros eran acciones gigantes», recuerda.

Como gran cosa, una vez quemaron una micro. Claudio Molina, su encargado, una vez les prestó su pistola, previo «curso relámpago» sobre su uso. Así, de forma rudimentaria, Hernández y sus compañeros fueron aprendiendo. Finalmente, se fue para Santiago, ya en las filas del FPMR.

Pesos pesados

En la capital, Hernández comenzaría a codearse con los pesos pesados del grupo, como Raúl Pellegrin y Cecilia Magni (ambos asesinados en 1987 por los militares). Su «graduación» sería irse a Cuba para entrenarse, en 1983. Volvería al año siguiente, con el FPMR ya plenamente estructurado de forma aparte del PC, y dotado de armamento más pesado, como subametralladoras. Su primera acción sería quemar un bus en plena avenida España, una de las principales de Valparaíso.

Pero sería en Santiago donde le tocaría asumir mayores responsabilidades, en una ciudad que conocía poco. Obtuvo la confianza gracias a su experiencia militar en Cuba. Estuvo en acciones como la toma de Radio Minería, para la emisión de una proclama, ya que el Frente estaba en campaña para darse a conocer.

A esas alturas, el grupo ya se dotaba de una «mística rodriguista», «en definitiva, la moral guevarista, la moral del Che, que se expresaba a través de nuestra conducta ética, con el ejemplo personal».

No había ánimo de matar. La única excepción eran los agentes de la CNI, «pero era difícil encontrarlos (…) Ellos se cuidaban».

La acciones fueron subiendo en espectacularidad. Una de ellas fue el rescate desde una clínica de su amigo Larenas, en 1985. El año anterior, Larenas había sido baleado en la cabeza por unos agentes y sobrevivió de milagro. Larenas vive hasta hoy bajo una identidad falsa, aunque con secuelas.

Carrizal Bajo y Pinochet

Operaciones mayores, como la internación de armas de Carrizal Bajo (1985), Hernández las atribuye exclusivamente al PC, aunque según el frentista el partido carecía del rigor necesario para realizar dichas acciones. ¿Por qué aún así las ejecutaron? Por «resquemores»: el partido dudaba en poner todas esas armas en manos del FPMR, según Hernández.

En cuanto al atentado a Pinochet (1986) el partido no sólo fue parte de la logística, especialmente la entrega de fusiles, «porque el Frente no tenía el armamento adecuado». Sería el PC el que tomaría esa decisión, específicamente su Comisión Militar, según Hernández. El frentista recuerda que fue un jefe operativo de una operación que asumió «con orgullo y alegría». «Yo focalizaba mi voluntad de participar (…) en la figura del Chicho», escribe, mientras recuerda haber escuchado el último discurso de «un hombre con convicciones, con dignidad».

El fracaso de ambas acciones llevaría, entre otros, a la separación del PC y el FPMR en 1987. Finalmente «creo que ellos no querían realmente una rebelión, sino volver al gobierno democrático burgués, a la situación anterior del golpe de 1973, anhelaban ser diputados, senadores, y tener cargos públicos». Aunque con contradicciones internas, su Comité Central apostaba por una salida negociada, según el frentista. La matanza de Corpus Cristi, en la cual la CNI asesinó a 12 frentistas en 1987, sería un golpe «del que nunca nos repusimos».

El Frente sigue vivo

Aún así, el FPMR seguiría activo. Realizó con éxito el secuestro del coronel de Ejército Carlos Carreño, pero la victoria del «No», en 1988, y que Pinochet aceptara el resultado, descolocó a Hernández y los suyos, que tenían preparada la resistencia en caso de fraude. Un fraude que nunca ocurrió y cuyo resultado final fue, como escribe Hernández, «una derrota estratégica del Frente».

Seguirían una campaña de «ajusticiamiento», que cobró la vida de conocidos torturadores como Roberto Fuentes Morrison, agente de la FACH, en 1989, y Luis Fontaine, ex coronel de Carabineros.

En 1990, asumió un gobierno democrático. Al año siguiente ocurriría el asesinato del senador Guzmán.  Hernández lo atribuye a una decisión colectiva de la dirección del FPMR de la época, una decisión que admite no sólo creó un rechazo en la clase política, sino dio origen a «La Oficina», el servicio de inteligencia del gobierno de Patricio Aylwin (1990-1993) para desarticular a los grupos armados que quedaban a esas alturas.

En plena transición, «ya no veíamos la realidad como era, estábamos sumidos en una burbuja, atrapados en una suerte de inercia del quehacer operativo», admite Hernández, quien luego agrega: «no veíamos la realidad política, continuábamos como si esta no hubiese cambiado».

El resultado fue la atomización del grupo, con muchos frentistas que terminaron «yéndose para la casa». Finalmente, el secuestro de Edwards, confiesa el frentista, no fue algo político, sino «por falta de recursos».

A esas alturas ya había «conciencia de la derrota de nuestro proyecto». Y se dieron situaciones insólitas, como la ocurrida en un camping de Colliguay (al interior de Valparaíso), en 1992, donde los frentistas no sólo fueron filmados por la policía civil, sino que incluso jugaron un partido con algunos detectives, quienes evidentemente no tenían órdenes de detenerlos, sólo de vigilarlos.

Finalmente, Hernández sería detenido en 1993, y recluido en la Penitenciaría. Su espectacular fuga, tres años después, lo llevaría a Cuba y luego a la guerrilla colombiana, específicamente el ELN. Su afán por llevar financiamiento al grupo lo terminaría involucrando en el secuestro que hasta hoy lo mantiene prisionero en Brasil.

Este hombre, a diferencia de muchos compañeros suyos, nunca se retiró de «combatiente». En sus palabras, quería seguir «buscando el unicornio», en referencia a la canción de Silvio Rodríguez.

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