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«Las Bodas de Figaro» pasan sin pena ni gloria por Santiago Crítica de música

«Las Bodas de Figaro» pasan sin pena ni gloria por Santiago

Los roles protagónicos de esta joya del repertorio lírico mozartiano son Figaro y Susanna. Ambos frescos y ágiles en su caracterización contaban con hermosos timbres juveniles. La soprano Angella Valone tuvo a su cargo el rol de Susanna destacó como actriz y hermoso color pero era evidente el esfuerzo por seguir la batuta. Su compañero, el barítono Igor Onishenko ágil escénicamente, carecía de gran volumen y registros graves.


Que difícil resulta resumir una función de ópera que no logra emocionar. La acelerada batuta de Attilio Cremonesi y la plana mirada del galardonado régisseur Pierre Constant no lograron imponer una propuesta estética a la altura de lo que se presenta habitualmente en el Municipal de Santiago.

Los tempos del director italiano fueron tan veloces que acabaron en un sonido seco, plano que caracteriza a las orquestas barrocas. La Orquesta Filarmónica reducida a esa mínima expresión sonaba diferente. Cremonesi se fue por esta visión aceleradísimo que encumbró a los músicos pero complicó a los cantantes.

Los roles protagónicos de esta joya del repertorio lírico mozartiano son Figaro y Susanna. Ambos frescos y ágiles en su caracterización contaban con hermosos timbres juveniles. La soprano Angella Valone tuvo a su cargo el rol de Susanna  que destacó como actriz y hermoso color pero era evidente el esfuerzo por seguir la batuta. Su compañero, el barítono Igor Onishenko, ágil escénicamente, carecía de gran volumen y registros graves.

Los roles maduros del Conde y Condesa de Almaviva también destacan por su ligero timbre sacrificando color y la textura. La afamada soprano Nadine Koutcher no logró emocionar con sus grandes momentos, lo que lamentamos profundamente, ya que sufrió con el tempi de su personaje. Evidentemente no es mozartiana. El juvenil Conde a cargo del barítono Zheng Zhong Zhou fue más parejo. Cherubino, el rol travesti a cargo de Maite Beaumont logró salir adelante por su gran experiencia y excelente actuación. Los roles de carácter a cargo de cantantes locales salieron airosos en especial el Bartolo de Sergio Gallardo y Don Basilio de Gonzalo Araya. También destacan Paola Rodríguez como la agraciada Marcellina, VÍCTOR Escudero como Don Curzio, el enojado jardinero Antonio a cargo de Jaime Mondaca y la vivaz Barbarina a cargo de Regina Sandoval. La breve intervención coral a cargo de su director titular Jorge Klastornick estuvo muy bien.

La escenografía estática de un salón de madera provisto con dos sillones fue la minimalista propuesta de Roberto Platee, apoyada con la casi nula apuesta lumínica de Jacques Rourevylollis. El director Constant mantuvo en movimiento a los cantantes que corrían por el escenario desnudo. Ninguno de los destacados créditos de estos profesionales franceses fueron puestos en valor con la propuesta escénica que realizaron en Santiago. Aún menos se comprende el cuarto acto, que ocurre en un bosque en plena noche y aquí solo se insinuaban por los dos árboles secos detrás del balcón, al fondo del escenario. El problema no es el minimalismo sino la nula construcción de una idea de hacia dónde va la obra. El vestuario de época era sencillo y tampoco ayudaba a imprimir un carácter particular.

Una pena porque Las Bodas de Figaro ( basado en la comedia de Beaumarchais estrenada en en 1786) -es una esas óperas que están vigentes y permanentemente en repertorio: Permiten visibilizar conflictos sociales, políticos y culturales junto a coloridos contrapuntos estéticos y musicales, que aquí planos, limpios y sin carácter, pasaron sin pena ni gloria.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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