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La reflexión trans en el libro que nació de la visita a un circo transformista chileno «Patrimonio sexual» fue escrito por el periodista Cristeva Cabello

La reflexión trans en el libro que nació de la visita a un circo transformista chileno

«Hoy sucede una paradoja, las maricas, lesbianas y travestis ya no tienen como único lugar de trabajo al circo, sino que también son ingenieras, profesores, estudiantes, niñes, candidatos políticos o periodistas de la televisión. ¿Entonces dónde están las transformistas? ¿Qué lugar en nuestra memoria social ocupan las artistas de circo transformista en un país donde la lucha política de la diversidad sexual se resume en el matrimonio homosexual?», se pregunta el autor en esta entrevista.


La visita a un circo de transformistas en el balneario de Pichilemu en 2014 fue el punto de partida para que el periodista Cristeva Cabello (Santiago, 1987) escribiera «Patrimonio sexual», un ensayo donde reflexiona sobre el género y que acaba de publicar Trío Editorial.

¿Qué personas asistían a este espectáculo de transformistas? ¿Quiénes pagaban por tener la oportunidad de ver un espectáculo en torno al sexo? ¿Quiénes en este pueblo eran los asistentes de un espectáculo de transformistas, es decir, un espectáculo donde los protagonistas son hombres que viven de vestirse como mujeres? ¿Es el transformismo un trabajo?

Todas estas preguntas se hace el autor en el libro para responder de acuerdo a lo visto, lo leído y sus propios recuerdos, entre citas de la ensayista Susan Sontag, la fotógrafa Paz Errázuriz, el cine de Wincy Oyarce («Otra película de amor») o Camila José Donoso («Naomi Campbel»), y el legado de la diva under Hija de Perra.

«Inmediatamente después de la visita al circo tomé los primeros apuntes -aprovechando mi tiempo libre en vacaciones-, pasaron más de 3 años y estos apuntes se convirtieron en una crónica-ensayo que busca hacer activismo con la palabra y discutir sobre feminismo recobrando una memoria transexual en Chile», explica. «Para mí este libro es una forma de hacer feminismo desde una mirada disidente».

Ya sea como «crónica, un ensayo, una bitácora, un manifiesto o una crítica de cultura, honestamente pretendo reconocer el valor cultural y desviado de las cuerpas», explica el autor en el texto.

Disidencia sexual

Ya en el prólogo, el biólogo Jorge Díaz escribe que el libro «celebra los desvíos ópticos de una disidencia sexual que busca enfocar—como en los microscopios—su objetivo hacia aquellos cuerpos y estéticas que pasan desapercibidos por la política sexual de corte mas humanista o LGBTIQ».

«Porque la disidencia sexual no es una política que rescate una identidad particular como motivo de resistencia sino que pretende generar una crítica a los estrechos intervalos de acción sexual y de género que permite la heterosexualidad obligatoria», asegura.

Cabello cuenta que registró este espectáculo que se iniciaba a las 10 de la noche y del que salió cerca de la una de la madrugada, y donde «los transformistas cobraban dinero y nos miraban con sonrisas al salir del show, como objetos de seducción para tocar, pagar y así –solo así— tomarse una fotografía con ellas, con las lindas, las caradehombre, las con rostro de polvos pálidos, las viejas de pelo gris cubiertas en vestidos de carnaval».

La risa y lo extraño

Quizás el circo «tan solo era un buen rato para esas familias que asistían con el padre, las madres, el grupo de amigas o las parejas de clases populares y medias, quizás para estos grupos era tan solo un pasar el rato, un espectáculo para reírse del modo de hacer cultura y entretención que tienen los maricas», escribe Cabello.

«¿Pero acaso la risa no es también un modo para aprehender y acercarse a eso extraño?, ¿acaso el humor no permite soportar la incomodidad y extrañeza del sexo?», expone.

“Tan solo si es espectáculo tal actuación se acepta, celebra y aplaude”, escribe la antropóloga Eliana Largo. Es decir, la condición del show es mágicamente la llave de la aceptación, en palabras del autor.

«Me conmovió el escribir sobre esta tradición de cultura transformista -que el ojo nacionalista no reconoce-, ver a un grupo humano manteniendo un trabajo marica que está en extinción», dice a este medio.

«Porque hoy sucede una paradoja, las maricas, lesbianas y travestis ya no tienen como único lugar de trabajo al circo, sino que también son ingenieras, profesores, estudiantes, niñes, candidatos políticos o periodistas de la televisión. ¿Entonces dónde están las transformistas? ¿Qué lugar en nuestra memoria social ocupan las artistas de circo transformista en un país donde la lucha política de la diversidad sexual se resume en el matrimonio homosexual?».

Residuos de otros tiempos

Cabello escribe que las dinámicas al interior de la carpa incluían el comercio, la figura de las madres y adolescentes que en familia visitaban y reían con el espectáculo de transformistas, entre frotes entre los cuerpos, entre niñas trabajando en un espectáculo donde la risa y el humor giraban en torno al genital y alrededor del cambio del sexo.

«La obscenidad travesti, el insulto heterosexual contra homosexuales y el estereotipo del marica que gusta de poner su cuerpo en todas partes. El marica frotándose en las pelvis de los trabajadores endeudados con sus tarjetas de crédito de Hites, Ripley o Falabella. La ordinariez que constituye la vida cotidiana no se puede negar», escribe en una redacción donde se lee la huella del escritor Pedro Lemebel.

«El vocabulario marica que homosexualiza las relaciones y que sexualiza los objetos es parte de ese modo de decir espectacular pues se vuelve extraño. El travesti haciendo acrobacias entre las bancas de las galerías, bancas hechas con dos palos de madera donde la incomodidad y la precariedad se olvidan ante un espectáculo que no era quizás novedoso, pero que seguro nunca volvería a ver de ese modo. Un deseo de espectáculo para la sobrevivencia».

Luego cita a Sontag, que no sin razón dijo que en una cultura que presume de su liberalidad como la estadounidense sigue imperando la arraigada denigración de la magnitud y seriedad de la experiencia sexual, algo que bien podría aplicarse al Chile actual.

«Esas transformistas eran residuos, residuos de un tiempo que habla como metáfora de un sexo menos transparente y más perverso para mis ojos, mis ojos que miraban extraños estos cuerpos artísticos donde el margen sexual se asoma», reflexiona. Es la memoria que no aparece en los libros de historia, una memoria de los cuerpos que no posee grandes esculturas en una Alameda».

La paradoja

Para Cabello la paradoja que le motivó a escribir es un país que se quiere mostrar pro-diversidad sexual, pero donde sigue pereciendo la memoria sexual, escondiendo otras formas populares de expresión de la cultura transformista.

«En un país donde la prioridad son los gays que quieren armar familia, me pregunto qué lugar tienen las transformistas de circo y qué lugar tiene la educación sexual que generan y han generado estas travestis en su resistencia al interior de las carpas», dice.

«En el libro confirmo el fuerte clasismo que se reproduce en las políticas de la diversidad sexual en Chile y es por esto que quise escribir de los circos pobres. Porque nos siguen matando ya sea por el VIH o por el odio masculino. Y también es una forma de justicia a nuestra memoria, una forma urgente de dejar testimonio de un espectáculo que tuve negado cuando niño, y que es muy distinto al transformismo actual donde reina una cultura drag queen mucho más neoliberal. Es una manera de compartir un archivo personal y colectivo».

Para la escritura además fue clave su pertenencia al Colectivo Utópico de Disidencia Sexual (CUDS) y la Escuela de Escritura Transfeminista realizada desde mayo en el Museo de la Solidaridad Salvador Allende, que se ha abierto «a la escritura marica feminista, a que las trabajadoras sexuales y las pro-aborto se tomen la palabra».

«Para mí es urgente que los espacios culturales se abran a la educación y experimentación sexual, ya que si ni siquiera en la escuela, ni en la calle o la familia se educa sobre sexualidad, entonces tenemos que crear espacios para educarnos en la diversidad de géneros. Y me parece que los museos deben hacer suya y evidenciar las violencias de género, pero no simplemente desde la exhibición de obras, sino reconociendo los activismos y el derecho a generar espacios utópicos para convivir sin violencia y sin la moral católica encima. Es un trabajo intelectual que hay que hacer, pero el archivo de las disidencias sexuales sigue siendo demasiado pobre y marginal».

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