Los investigadores seleccionaron una vasta y diversa variedad de bases de datos con información de estudios sobre el comportamiento y la alimentación de más de 140 especies distintas de primates, en donde relacionaron las estructuras sociales de sus manadas, qué tipo de alimentos consumían, cuáles eran las demandas intelectuales para encontrar dicho alimento y qué grado de desarrollo cerebral presentaban.
Es bien sabido por todos que el ser humano es el animal más inteligente en la tierra que esta capacidad intelectual le permitió llegar a ser la especie dominante, capaz de construir objetos inimaginables, dominar tierras inhóspitas e idear complejas teorías que explican la naturaleza de aquello que nos rodea. Pero si te preguntáramos ¿cómo llegó nuestra especie a ser tan inteligente? ¿por qué nuestra especie desarrolló un cerebro tan complejo y otras especies no? ¿qué determina la inteligencia de un ser vivo?
Resulta ser que la idea más aceptada por la comunidad científica estaba relacionada con el inicio de la convivencia de nuestros ancestros en grupos cada vez más grandes, motivo por el cual se fueron seleccionando en cada generación los cerebros mejor adaptados a las crecientes exigencias sociales, las cuales requerían una mayor inteligencia emocional, mayor destreza al formar ideas y un mecanismo más refinado para la toma de decisiones; lo que nos llevó rápidamente (en términos evolutivos) a desarrollar capacidades de pensamiento complejo, saber organizarnos como civilización, saber de jerarquías de poder, cómo cazar, con qué y con quién, y finalmente hasta poder desarrollar pensamiento matemático, filosofía, arte y otra gran variedad de construcciones mentales de alto requerimiento intelectual. Pero esta idea de evolución resultó algo dudosa para ciertos grupo de científicos, que después de revisar los estudios que afirmaban dicha hipótesis, se dieron cuenta que la cantidad de individuos que se estudiaban al investigar sobre el tema era muy baja, que solían ser estudios aislados y que por ello no se podía observar de forma global el enorme y complejo árbol que es la evolución.
Por ello, el científico Alex R. DeCasien junto con su equipo del departamento de antropología en la Universidad de New York decidieron realizar un análisis con un número mucho mayor de individuos, para lo que seleccionaron una vasta y diversa variedad de bases de datos con información de estudios previos sobre el comportamiento y la alimentación de más de 140 especies distintas de primates, en donde relacionaron las estructuras sociales de sus manadas, qué tipo de alimentos consumían, cuáles eran las demandas intelectuales para encontrar dicho alimento y qué grado de desarrollo cerebral presentaban.
Gracias a estos datos se pudo observar una interesante relación entre el tipo de alimentación que tenían dichas especies y su inteligencia. Un ejemplo claro se hallaba al aislar a las especies que solo consumían hojas, con un comportamiento social más simple, de aquellas que consumían frutas, con un comportamiento social más complejo, y de las que consumían hojas y frutas, que eran las que poseían una mayor complejidad tanto intelectual como social. Pero ¿Cómo se justifican estas diferencias? Una de las explicaciones podría tener relación con el aporte nutricional que estas presentan (siendo las frutas mucho más nutritivas que las hojas), a la dificultad de encontrar la comida y a la capacidad mental que se requiere para buscarla, pues las hojas son mucho más fáciles de encontrar que las frutas. Esto sin mencionar a aquellos primates omnívoros que ocasionalmente comen carne, como el caso del chimpancé africano, que caza en manada elaborando complicados planes para capturar presas y cuya inteligencia es comparada con la de los humanos.
Coincidentemente con esto, dichos comportamientos iban directamente relacionados al crecimiento y desarrollo de la neocorteza, sección del cerebro a la que se le adjudica el pensamiento racional, y que es el último sector en desarrollarse en los primates. Por otro lado, esta idea también puede relacionarse con aquellas las que hablan sobre adaptaciones ecológicas, debido a la necesidad de almacenamiento y recuperación de información espacial, a las demandas cognitivas del forrajeo extractivo de frutos y semillas, y a una mayor rotación energética y mejor calidad de la energía que es necesaria para el crecimiento del cerebro fetal. En conjunto, parece ser que el frugivorismo no sólo proporciona una mayor presión selectiva sobre el procesamiento cognitivo, sino que también compensa los costos de un cerebro demandante desde el punto de vista metabólico, al facilitar una mayor rotación de energía y una menor asignación de esta a la digestión (muy alta en el consumo de hojas). Esta idea puede extrapolarse a especies que no son primates pero que poseen una capacidad cognitiva desarrollada, como cetáceos, otros mamíferos carnívoros y aves.
Entonces, nuestra inteligencia también se tendría que deber en gran parte a nuestras complejísimas estructuras sociales, ¿no? Bueno, según este estudio no tanto… Ya que por otro lado se ha encontrado que comportamientos sociales complejos, como por ejemplo las coaliciones o la reciprocidad, que se suponía que eran únicos para los primates, están también presentes en otras familias de especies que no poseen cerebros relativamente grandes en comparación con otros miembros de su orden (como las hienas manchadas). Por lo tanto, la premisa de que la complejidad social requiere una complejidad cognitiva no necesariamente es cierta, ya que los desafíos de la vida social podrían no requerir soluciones cognitivas elaboradas en la vida diaria, sino que podrían resolverse usando reglas evolutivas bastante simplificadas. Los estudios observacionales y de simulación han sugerido que simples reglas de asociación pueden explicar muchos patrones complejos de comportamiento. Ahora, la idea de que grupos más grandes de individuos requieren de una mayor capacidad cognitiva puede ser fácilmente malinterpretada, ya que los individuos dentro de un grupo no necesariamente tendrán la obligación ni el deseo de relacionarse con todo el resto de individuos que lo conforman (solo es cosa de ver a nuestra propia especie).
Entonces, con todos estos datos podemos resaltar la gran importancia de la alimentación en el desarrollo de la inteligencia, lo que deja abiertas una serie de preguntas no menores… ¿cómo te afecta a ti lo que comes? ¿qué alimentos debes consumir y en qué cantidad? Y ¿cómo esto afectará al desarrollo intelectual de las futuras generaciones? La respuesta está a un bocado de distancia.
Vínculo al artículo original: https://www.nature.com/articles/s41559-017-0112