El presente encuentra sus posibilidades en el futuro y a través de ellas se comprende a sí mismo y comprende su pasado. De esta manera, las nuevas posibilidades y sus actualizaciones cuestionan la primacía del presente estático e inmóvil.
El presente es siempre inquietud, es la inquietud de tener que lidiar con el pasado, el futuro y consigo mismo. El presente encuentra sus posibilidades en el futuro y a través de ellas se comprende a sí mismo y comprende su pasado. De esta manera, las nuevas posibilidades y sus actualizaciones cuestionan la primacía del presente estático e inmóvil. En ocasiones, la sola presencia de una posibilidad ya desencadena todo un problema de interpretación de aquello que somos, de aquello que dejamos de ser y de aquello que seremos. A esto se le suman los criterios normativos de las acciones que el nuevo desafío, abierto por esta posibilidad, nos arroja. Como supuesto de este breve escrito echamos mano a Marx, quien sostenía que una sociedad no se presentaba problemas que no pudiera resolver; que los resuelva bien o mal eso ya es otra cosa. A lo que queremos apuntar es la raíz de la inquietud que provocan las posibilidades futuras no caen del cielo, sino que se encuentran en el presente y reciben este impulso desde las posibilidades de lo futuro.
Uno de los géneros que se encargan de ello de recoger estas posibilidades e inquietudes es la ciencia ficción y creo que de una manera que debe ser inquietante para lograr su propósito, a saber, ser buena ciencia ficción. Creo que una narración que corresponda al género debe dejarnos con una sensación de incomodidad (no necesariamente de recelo o desconfianza) frente a las posibilidades técnicas e incluso políticas imaginadas en un horizonte que se abre y que permite el juego de la imaginación, no tan libre ni disparatado, como a primera vista podríamos creer, pues la ciencia ficción cuando plantea un desafío lo hace echando mano a posibilidades que se encuentra más o menos soterradas en el presente.
Teniendo esto en cuenta, podemos decir que Blade Runner (ahora Blade Runner 1982) cumplió con lo que pedimos al género (bueno, al menos en este escrito). Nos mostró en un contexto oscuro y devastado la emergencia de estos androides, los replicantes que parecían tan humanos como los demás protagonistas, tan humanos como nosotros, con ganas de vivir, con ganas de preservar recuerdos e incluirlos en una narración provista de sentido. De ahí, tal vez, que las últimas líneas de la película nos conmuevan tanto. Es ahí donde nos reconocemos mutuamente, a partir de una cuestión emotiva y no del todo elaborada, pero inquietante. La película nos deja con preguntas: ¿Cómo podríamos establecer una sociedad con individuos que no sean humanos? ¿Cómo y desde dónde describimos y consideramos “lo humano”? ¿Cómo incluirlos efectivamente (si es que queremos hacerlo o nos vemos forzados a hacerlo) en nuestras prácticas humanas? ¿Suponen ellos, en el peor de los casos, una amenaza para nuestra propia sobrevivencia? ¿Habría que dejar de lado conceptos como “humano”, “humanidad” y otros que los acompañan? Y así, de preguntas e inquietudes ad nauseam la película está preñada.
Me imagino que los responsables de la segunda parte sintieron la presión de estar a la altura de las expectativas. Creo que a grandes rasgos se les presentaban dos caminos a seguir: uno de ellos consistía en insistir en este afán o anhelo del androide por ser o querer parecer humano en un movimiento que fuera desde la naturaleza de lo androide a lo humano, como si esto último fuese su punto de llegada. Las posibilidades de pensar una naturaleza de algo viviente distinta, pero parecida externamente a lo humano, desaparece una vez que se toma este camino.
El segundo camino era el de insistir en un movimiento inverso, que fuera de lo humano a lo androide, desde la apariencia humana del androide a la construcción de una subjetividad propia, ajena y completamente distinta de lo humano. Lo otro de nosotros mismos. Creo que esa posibilidad es la más inquietante de todas y es la que se buscó conjurar tomando el primer camino. Una cosa es mostrar la emotiva muerte (¿no será demasiado humano usar ese término al hablar de androides?) del replicante en la primera entrega de Blade Runner, y otra, muy distinta es querer enfrentar ese desafío. Frente a esta angustia, la angustia provocada por lo otro de sí mismo, por lo otro de lo humano, buscamos alternativas que nos hagan sentir en casa, en lo seguro. Nadie quiere lidiar con la inquietud de dejar de ser lo que se era, en otras palabras, nadie quiere dejar de ser humano. ¿Qué se puede hacer entonces? Llegar a un arreglo que deje tranquilos a todo público: habrán androides cuestionándose su naturaleza (pero tendiendo hacia lo humano) y habrán otros que llevarán a cabo la revuelta de los androides (pero la película no trata de ellos). ¿Qué nos queda entonces? La solución a esta contraposición entre lo otro del humano (androide) y lo humano se logra a través de la unión de ambos a partir del milagro de la gestación. ¿Es inquietante esta salida? En apariencia, sí, pero vista más de cerca, es lo que precisamente hace de Blade Runner 2049 una película conservadora, a pesar de que extiende un poco los límites de lo que podría ser la experiencia con realidades virtuales humanizadas dispuestas a satisfacer necesidades de afecto y compañía (como es o que sucede entre el personaje interpretado por Ryan Gosling y su acompañante virtual) pero todo, de nuevo en el horizonte de lo humano. El androide queda entonces inmerso en una dinámica humana, del nacer y el perecer como lo hacemos nosotros, los humanos, mostrando así que su carencia es relativamente fácil de suplir: hay que darle lo que ellos quieren y que nosotros no queremos perder: humanidad. Negocio redondo, así no quedamos comprometidos en nuestra “naturaleza humana”. Despojarnos de esta e intentar pensar lo otro de lo humano es demasiado inquietante, nos aterroriza y nos hace querer seguir siendo los que somos, aunque sea en la ciencia ficción.