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El crudo cotidiano en “Desove” de Claudia Jara Bruzzone CULTURA|OPINIÓN

El crudo cotidiano en “Desove” de Claudia Jara Bruzzone

Ramiro Villarroel Cifuentes
Por : Ramiro Villarroel Cifuentes Poeta, escritor y productor ejecutivo para cine y TV. Vive y trabaja en Temuco.
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Desove, desovar, colocar los huevos, comenzar con la vida, este ir y venir de los ritos cotidianos y llenos de vida son los principales movimientos a que nos enfrenta la escritura de Claudia Jara Bruzzone en este bello y cuidado libro de Cagtén Ediciones donde se puede destacar -entre muchos temas abordados y de los cuales sólo tomaremos algunos para ilustrar nuestra lectura- una mirada crítica del amor y las relaciones amorosas donde la autora desnuda su intimidad de forma cruda en relación al aborto, acercándonos a una escritura que hace del cuerpo un territorio en que se inscribe la biografía de su voz y de su ser: “La fiebre sangrienta, / este adiós a mis entrañas no paridas” cuestión que igualmente se lee en los versos “ ‘Aquí estoy’/ unos cuantos arañazos en el cuerpo/ para medir el silencio”, cuyos referentes literarios los encontramos en Jorge Teillier, Fabián Casas, Gonzalo Millán y Alejandra Pizarnik, entre otros, donde también resalta el cotidiano, la pérdida de la inocencia, el intimismo, la soledad, el dolor, el silencio, el desencuentro o la fragilidad de ser, todo eso con una música de fondo que perfectamente podría ser cualquiera de los temas de Nirvana.

[cita tipo=»destaque»]La autora expone un mundo personal sin compromisos, fiel retrato de la sociedad actual donde también el ego aflora: “Yo iba a quererte, cuando dejáramos el arte y la fama, pero fue demasiado el talento”. En este mismo sentido, se observa que la voz se encuentra en la frontera donde se pierde la inocencia quizá como un recurso que pone de manifiesto la partida, el arranque de su carrera literaria cuya memoria es corta como en todo inicio, donde el recuerdo de las drogas, el sexo y el alcohol figuran como sustancias que la hacen despertar a un mundo previamente marchito.[/cita]

La autora en la primera parte de su libro llamada PEZ toma a este animal resbaladizo como una metáfora del desamor, donde la ausencia y el dolor son los principales conceptos que transitan la obra, lo que nos hace pensar que su voz no se muestra como la de un individuo, si no que pertenece a un conjunto o colectivo que comparte los mismos dolores y profiere lamentos similares. El pez como fábula y extensión de su ser ingrávido.

En la segunda parte, llamada ECLOSIÓN, la autora nos remite a otra manera de enfrentarnos a esta fábula, donde el pez es un salmón, que siempre vuelve al origen. En esta eclosión, en esta apertura, se nos presenta una voz calma en un tenso diálogo, alcohol mediante: “Nunca salí del bar, / he guardado tristes flores silvestres / en un frasco de conserva”, idea y testimonio que se refuerza desde otro ángulo en el poema llamado “No tengo flores en mi casa”: “Porque las plantas se me secan/ como la entrepierna/ cuando ha pasado más de una semana/ y no me invitan a dormir/ no queda más que invocar/ a esos que hacen fila/ esperando humedecerme un poco/ aprovecharse de mi buena mano/ que hace florecer las plantas/ pero no entienden que a mi/ las plantas se me secan”, en estos versos, como se puede apreciar, la autora “eclosiona” con desidia y descuido, permitiendo que “el único regadío que pueden esperar/ es la lluvia dorada/ de mis amigos borrachos fuera de la casa”, en clara referencia a prácticas sexuales o más refinadas o más perversas, según se quiera, relacionadas a la autohumillación y, por qué no decirlo, a un leve toque de perversidad. En este panorama que nos abre Jara Bruzzone podemos apreciar una especie de desdén sarcástico y humorístico para con el compromiso y las relaciones amorosas cuando propone “la vieja metáfora de la catedral y las iglesias” como el paso libre a la infidelidad o a la falta o rechazo al compromiso. Todo eso producto de la cosificación de las emociones y sentimientos actuales: “mis amigos hablan de amor/ con la pasión de ir al supermercado”, dice baladí. Todo esto en el marco de una relativización de los sentimientos en donde el sentido y la contradicción no son necesariamente antónimos.

Otra cosa interesante es cómo el cotidiano: rutinario, gris, seco, toma parte en su poesía cuando dice que “Hablamos del tiempo:/ Altas probabilidades de precipitaciones” o “Caminamos bajo la sombra,/ saltando las grietas de la vereda”, como sumidos en actos autómatas o lúdicos, de baja intensidad, o conversaciones u observaciones vanas, igual que cuando menciona que “Esta es la familia:/ dos mujeres, dos hombres,/ sentados a la mesa un domingo”, escena prefabricada, igual a la que más adelante consigna: “Dos mujeres, dos hombres, ahora un perro/ sentados nuevamente a la mesa un domingo”. Hastío, aburrimiento en un entorno apabullante que se encuentra en un rincón casi olvidado de los recuerdos de una sociedad a punto de irse al tanque.

La autora expone un mundo personal sin compromisos, fiel retrato de la sociedad actual donde también el ego aflora: “Yo iba a quererte, cuando dejáramos el arte y la fama, pero fue demasiado el talento”. En este mismo sentido, se observa que la voz se encuentra en la frontera donde se pierde la inocencia quizá como un recurso que pone de manifiesto la partida, el arranque de su carrera literaria cuya memoria es corta como en todo inicio, donde el recuerdo de las drogas, el sexo y el alcohol figuran como sustancias que la hacen despertar a un mundo previamente marchito: “Buscamos en las sábanas el arrepentimiento,/ entonces ya no bastaron los pitos nuestros de cada día,/ llegó a nosotros el grito de Lira,/ delirio de la última inocencia dedicada” en un claro adiós a la ingenuidad, comprendiendo que el tiempo lo devora todo, donde la ausencia  se hace silencio que a su vez es soledad como veremos más adelante. Una poesía del despojo, una poesía arrancada al silencio que es la noche en que las emociones se sinceran: “Pienso en eso que fuimos,/ antes de perder la inocencia,/ cuando retirarme el vestido azul con lunares/ era suficiente gesto para retenerte”, cosa que se entiende que ya no sucede, porque “En la dinámica del desencuentro,/ voy gestando la historia” y es ahí donde la autora expone su postura, ya que habla de historia y no de memoria, remitiéndose a ser más que voz, portavoz. Es más, participamos de la desidia y la desesperanza que va dejando atrás la ingenuidad, por lo que consideramos que este libro es un despertar a la crudeza de las relaciones humanas recogidas de muchas experiencias que han quedado mediadas por la poesía, por la escritura: “Te despido por la puerta principal./ Nada hemos perdido,/ pienso/ mientras te vas/ cruzando la calle”, para agregar poemas después: “Visito a diario tu habitación,/ abro y cierro el armario buscando restos (…) toda ausencia es en parte una bienvenida”. En la frialdad, declaraciones de su incapacidad de olvidar, envuelta en la recurrencia y la repetición como estrategia para hundirnos más en sus cadencias, en sus ritmos desoladores. De esta manera la voz que nos presenta la autora nos habla de lo fugaz del tiempo y del espacio, como cuando nos dice que “Ningún punto cardinal nos ofrece un lugar seguro” o, como dijera Rilke en “Las Elegías del Duino”: “Porque no hay permanecer en parte alguna”. Espero atento el próximo libro de Jara Bruzzone para ver en qué va su experiencia poética que no teme quedar mal con las mentes anquilosadas y que fijan parámetros morales y de buen comportamiento en con la escritura.

“Desove”, Claudia Jara Bruzzone, Cagtén ediciones, Temuco, Chile, 2018, 78 páginas.

Ramiro Villarroel Cifuentes. Escritor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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