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El mecanismo de la negación en “Leaving Neverland” CULTURA|OPINIÓN

El mecanismo de la negación en “Leaving Neverland”

El estreno del documental Leaving Neverland ha servido como recordatorio de un principio fundamental: nunca es bueno convertir a las personas en ídolos. Para quienes lo consideran así, Michael Jackson no solo no cometió los actos que hoy se le imputan, sino que no podría haberlos cometido. Si uno sigue las consecuencias naturales de la negación, pronto se encuentra en el territorio de la demencia.


El estreno del documental Leaving Neverland ha servido como recordatorio de un principio fundamental: nunca es bueno convertir a las personas en ídolos. Precisamente, uno de los puntos fuertes del documental es la aproximación que tiene al modo en que las propias víctimas de Jackson tendían a considerarlo un dios y la manera en que eso habilitó el abuso. Jackson mismo le dijo a una de las madres, según cuenta ella en el filme, “yo siempre obtengo lo que quiero”, cuando le negó una petición al artista.

De hecho, lejos de mantener en alto un estereotipo de “víctima pura”, Leaving Neverland construye con atención un relato sobre la gran complejidad que suponen las relaciones de abuso. Los mecanismos que se desprenden de esta narrativa son los siguientes: con una mezcla entre sobornos y manipulaciones, Jackson se ganaba el favor de las familias de sus víctimas, quienes lo idolizaban. Luego, conectaba lo más posible las carreras de los niños que abusaba con la suya propia, aconsejándoles que no estudiaran en la universidad y que siguieran carreras artísticas en las cuales él pudiera tener una influencia directa. De esta manera, los hacía partícipes de su propia perversión y, cuando llegaba el momento de mentir para defenderlo públicamente, Wade Robson sentía que se estaba defendiendo a sí mismo.

De esta manera, Jackson habría buscado ubicarse en un lugar central de las vidas de las personas que abusaba y sus cercanos. Los propios niños, ahora convertidos en hombres, declaran que amaron profundamente al cantante y, en cierto modo, todavía lo aman.

Por supuesto, Robson y Safechuck –los dos hombres que dan testimonio en la película– ya no ven a Jackson como alguna vez lo hicieron: como un dios. Pero mucha, muchísima gente aún lo hace. De hecho, en muchos sentidos la trayectoria del cantante definió la manera en que entendemos lo que es una superestrella. Y un componente fundamental de esa peligrosa combinación que inventó Jackson es que era un maestro de la inocencia: el “Rancho de Nunca Jamás” que se hizo construir era una tierra de otro mundo de quien pretendía, en el fondo, seguir siendo solo ese niño hermoso que cantaba baladas con sus hermanos. La voz suave y herida que mantuvo toda su vida también reforzaba esta idea de un ángel, alguien que estaba más allá del mal, porque ni siquiera era capaz de comprenderlo.

Por eso, quizás, no es extraño que existan todavía quienes consideran no solo que Jackson no cometió los actos que hoy se le imputan, sino que no podría haberlos cometido. Según esas personas, los hechos estarían más allá de cualquier posibilidad. Entonces, como saben que las acusaciones son falsas, están dispuestos a intentar cualquier cosa para que la difamación se rectifique. Los fans de Jackson realizan campañas, crean páginas de internet, combinan mentiras con verdades parciales. Llaman a los testimonios de Robson y Safechuck “anécdotas” –claro que no son anécdotas: son testimonios–. Tanto así que, para el estreno de la película, las autoridades del festival de Sundance tomaron una serie de precauciones para evitar que los fanáticos del cantante pudieran poner una bomba en la sala. Cosas más extrañas han pasado antes.

Lo que esta red gigantesca de información, a veces falsa y a veces simplemente parcial, a veces relevante y a veces no, pretende conseguir realmente no es convencer, sino ofuscar el argumento que subyace: es decir, es más fácil argumentar que los testimonios no son creíbles que sostener lo que realmente tendría que ser verdad para que Jackson fuese inocente: para eso, tendría que parecernos normal que el cantante se haya sentido atraído y trabase amistad con niños de siete años y sus familias, que hiciera todo lo posible por dormir con ellos en su pieza durante meses, que les hiciera regalos, les prometiera oportunidades y los considerara sus amigos.

Todos estos datos se manejan públicamente desde hace años, y la información presentada en el documental solamente los refuerza. Tendría que parecernos inocente, por ejemplo, que Jackson pretendieran alejar a Robson de su madre –el niño tenía 7 años– y llevarlo a vivir con él, solo, durante un año completo, según él, para ayudarlo a progresar en su carrera como bailarín.

Y, por contraparte, tendría que ser verdad que dos hombres adultos, sin una compensación comercial de por medio (según declaran desde HBO), estuvieron dispuestos a exponerse públicamente de una manera totalmente innecesaria para destruir la imagen de un amigo de toda la vida de ellos y sus familias, inventando historias aplastantes en su complejidad y su detalle que dejan, a ojos del televidente atento, a sus propias madres como cazadoras del éxito y la fama.

A esto habría que sumar la humillación que puede sentir una persona al tener que relatar públicamente cosas de ese nivel de intimidad y que son mal vistas. Además, tendrían que estar dispuestas a mentir también sus esposas, sus hermanos y abuelos, sus madres –una de las cuales, según se cuenta en la película, habría sido casi desterrada de su familia por la negligencia con que manejó la relación entre su hijo y Jackson, por lo que estuvo dispuesta a tolerar para asegurar el éxito de su hijo–.

O, para quienes dicen que sí hubo pagos secretos –dejando de lado el hecho de que Robson es un coreógrafo tremendamente exitoso y, en teoría, no necesita dinero–, el director tendría que haber arriesgado desacreditarse, pagándoles a dos personas que efectivamente conocieron a Jackson durante años para que realizaran testimonios falsos. Ambas familias tendrían que haber aceptado mentir también, no solo sobre Jackson, sino sobre el arduo proceso de descubrimiento de los abusos. Y así suma y sigue. Lo que quiero decir es que, si uno sigue las consecuencias naturales de la negación, pronto se encuentra en el territorio de la demencia.

Esto, si toma las negaciones de buena fe. Pero también es cierto que la gente está dispuesta a mentir conscientemente. En las páginas de los fan clubs de Michael Jackson en todo el mundo puede leerse actualmente que los dos hombres demandaron a Jackson y que la justicia falló en contra de sus demandas. Esto es simplemente falso.

Lo que hicieron Robson y Safechuck, cada uno por su cuenta, fue demandar al patrimonio de Jackson, un juicio civil. Esto porque los delitos estaban prescritos para la justicia penal. Es cierto que los casos fueron desestimados, pero en ningún caso esto tuvo que ver con la credibilidad de las acusaciones. En un caso, fue porque el juez determinó que había pasado demasiado tiempo desde los hechos. En el otro, porque el juez decidió que el patrimonio del cantante (y no Michael Jackson mismo, que está muerto) no estaba obligado a hacerse responsable de acusaciones dirigidas en contra del artista.

Pero estos matices poco importan a cierto tipo de fan. Es preocupante la manera en que tanta gente está dispuesta a entretejer su identidad con la de una persona que no conoce. Aunque ellos sienten que sí. Que lo conocen, dirán algunos, mucho mejor de lo que conocen a cualquier otra persona. Lo mismo que llegaron a sentir las dos madres que se sentaron pacientemente durante años mientras su “querido Michael” hacía lo que quisiera con sus hijos.

Safechuck lo entiende muy bien. “No estoy intentando cambiar las ideas de la gente”, le dijo a Rolling Stone. “Solo pretendo comunicarme con otros sobrevivientes. Eso es algo que puedo hacer. Pero cambiar las ideas de alguien sobre Michael me parece una meta poco sana. Si ese es el objetivo de la película, estaríamos gestando una gran decepción”.

Sería positivo que este tipo de casos nos sirvieran al menos para eso: para terminar con la idolización de las personas, con su transformación en santos y héroes populares. Pero yo no me haría ilusiones al respecto.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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