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Obra «Delirio a dúo»: la vida como una tectónica de almas CULTURA|OPINIÓN

Obra «Delirio a dúo»: la vida como una tectónica de almas

Los actores interpretan sus roles sobre un complejo dispositivo escenográfico circular, de diez lados y diez vértices, cuya misión es transmitir en su movimiento la misma crisis, desorden y derrumbe soportados por el departamento de esta pareja en conflicto, una habitación asediada por los bombardeos a una ciudad simbólica.


En estas últimas décadas la historia corre más rápido y no tenemos capacidad de reacción. La obra Delirio a Dúo se encarga de recordarnos desde el primer momento, cómo nuestras vidas y esta sociedad, son una carrera de caballos ebrios, cuya pista más encima es de hielo, como habría acotado Tom Wolfe.

Actuada audazmente por Alejandro Trejo y Roxana Naranjo, la propuesta convierte a la escenografía en protagonista de una historia de vértigo y sorpresa. Esta adaptación de Juan Claudio Burgos para la obra de Ionesco, invita a los espectadores a experimentar los vaivenes de una elaborada estructura diseñada por Eduardo Jiménez. El público debe sortear la telúrica de una circunstancia que a cada momento amenaza con derrumbarse.

[cita tipo=»destaque»]Los amantes frustrados de «Delirio a Dúo» viven su batalla campal en medio de un bombardeo metafórico único en la historia, pues ya no son ejércitos formales los que avanzan y señalan un pronto fin. Hoy son el empleo precario, el colapso del medio ambiente, la avaricia, la impresionante acumulación de riqueza y la infancia aturdida con mecanismos, los responsables de esta montaña rusa donde lo humano es el primer soldado caído.[/cita]

Los actores interpretan sus roles sobre un complejo dispositivo escenográfico circular, de diez lados y diez vértices, cuya misión es transmitir en su movimiento la misma crisis, desorden y derrumbe soportados por el departamento de esta pareja en conflicto, una habitación asediada por los bombardeos a una ciudad simbólica.

Esta obra de Ionesco calza perfecto en el experimento de unas tablas diseñadas para colapsar, mientras la pareja delira en su beligerancia. El escenario es el dueño de la realidad para someter a los actores y al público a un continuo molinete, que emula la visión del autor sobre la sociedad en crisis.  

La compleja estructura de fierro es una cuna inquieta, alberga dentro a 35 espectadores cuyas sillas están adheridas al suelo. Es manipulada en su círculo exterior por ocho operadores que la hacen virar, tumbarse, oscilar y agrietarse, con todas las medidas de seguridad, para simular ese castigo por los lejanos morteros.

Como protagonista, la tramoya logra su propósito, pues permite a los espectadores sentir desde sus puestos atornillados cómo el mundo se viene abajo, con bloques que caen, suelos abiertos, grietas y temblores impresionantes.  

Si Ionesco deseaba con el texto original entregar una sensación de fin de era, con la que tratamos cada día en estos últimos años, el escenario móvil y tambaleante es el mejor aliado.

La obra montada en este carrusel decagonal nos permite una terapia de shock para asimilar nuestra era, donde las tecnologías ansiosas han deshumanizado las relaciones humanas.

Vivimos superados bajo una cascada de información falsa y manipulada cada jornada, con lo cual se ha perdido la capacidad de asombro, pues ahora cualquier tragedia, cambio o pérdida son vividas mediante la indiferencia.  

No termina un sismo cuando viene ya el siguiente, impidiendo que formemos en nosotros una tectónica de almas, con crisis maduradas, útiles y sanas para evolucionar como personas. Ya no es así. Pasamos de ansiedad en ansiedad, cuya ley es la vacuidad.

Paradojal, pues si bien hace décadas deambulamos sin conflictos apocalípticos mundiales, sin pugnas de ideologías excluyentes, la sensación de incertidumbre nos ataca cada semana a nosotros, que poseemos bienes, comodidades y placeres, jamás antes disfrutados por nuestros abuelos.

Las utopías yacen bajo toneladas de contrarreformas, consumo o conservadurismo y en ese contexto parece ser que la única epopeya posible para un ser humano sería el amor de pareja. Pero tampoco es así.

Los amantes frustrados de Delirio a Dúo viven su batalla campal en medio de un bombardeo metafórico único en la historia, pues ya no son ejércitos formales los que avanzan y señalan un pronto fin. Hoy son el empleo precario, el colapso del medio ambiente, la avaricia, la impresionante acumulación de riqueza y la infancia aturdida con mecanismos, los responsables de esta montaña rusa donde lo humano es el primer soldado caído.

En una guerra lo primero que muere es la verdad. Ahora debemos agregar una lista fúnebre de convenciones, tradiciones, instituciones, conquistas sociales, sentimientos, lealtades, confianzas, convicciones, probidades y afectos.

La vida en esta sociedad percolada ya no permite contemplación y la obra Delirio a Dúo se instaló, con su feria de atracciones mecánicas, para recordarnos cómo la subsistencia de hoy es, más que nunca, una metralleta de golpes de un boxeador impredecible.

Hasta el 6 abril en Centro Gam, Plaza Zócalo. Ju a Sá – 19 h (conversatorio y breve recorrido tras las funciones de los viernes). $4.000 Gral. $ 3.000 Est. y 3ed.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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