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La polémica en torno a la “asesina de las mamaderas envenenadas” CULTURA

La polémica en torno a la “asesina de las mamaderas envenenadas”

Juan Pablo Sáez
Por : Juan Pablo Sáez Periodista, Máster en Ciencia Política
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«Pero, ¿quería Trabucco ser objetiva con su obra, como una periodista con su reportaje? Visto el somero análisis realizado aquí a su libro, me parece que no. La autora busca justamente romper la frontera de lo objetivo para ir más allá y escarbar en los roles de estas cuatro asesinas en distintos puntos de la historia del siglo XX chileno, ubicándose en el lugar de ellas. Su idea no solo es poner en crisis la imagen de la mujer en la historia del crimen chileno —sobre todo la de la homicida pobre, que parece predestinada a la tragedia, como en los casos de Faúndez y de Alfaro— sino comprender a las asesinas, develar el hilo biográfico que conduce al origen de la pulsión homicida», señala Juan Pablo Sáez en esta columna.


En su libro «Las Homicidas», la escritora y abogada Alia Trabucco (Santiago, 1983) revisita los crímenes cometidos por cuatro mujeres chilenas en la primera mitad del siglo XX. El libro se presenta como un ensayo aunque, la verdad sea dicha, Trabucco mezcla aquí distintos géneros. Así encontramos, además del ensayo, trazos de dramaturgia, crónica e incluso foto-reportaje. Esta mezcla de géneros puede que explique, al menos parcialmente, la gran polémica que rodea actualmente a este libro y a la cual nos referiremos más adelante.

La mujer en tanto criminal

La autora busca responder a la siguiente pregunta que cruza el libro y que aparece en el capítulo dedicado a Rosa Faúndez, acusada en 1923 por el crimen de las cajitas de agua: “Si todas las mujeres somos delincuentes por naturaleza, pero las mujeres delincuentes dejan de ser mujeres y devienen monstruos, ¿cuál es el verdadero género de la mujer criminal?”. La interrogante (planteada antes por la alemana Susanne Kord, citada por Trabucco) surge a raíz de la magnitud del crimen, atribuible aparentemente, por sus características, a un hombre: Faúndez, una vendedora de diarios de 32 años, no solo mató a su conviviente tras una violenta discusión, sino que lo descuartizó y repartió sus trozos en distintos lugares de Santiago.

Tras la lectura de los archivos del proceso, Trabucco concluye que la justicia, dominada por hombres, centró sus investigaciones no tanto en el móvil que llevó a la suplementera a cometer el asesinato sino en la “extraordinaria capacidad” de una mujer para imponerse a la fuerza natural de su víctima. La tarea requería de fuerza, frialdad, decisión, características que se creían propias de los hombres. Descubrimos así la existencia de un nuevo ámbito vedado a las mujeres: el del crimen, un área que no cuajaba con la preconcebida imagen sumisa y maternal del género femenino.

En los archivos judiciales de las cuatro asesinas revisitadas en este libro, la autora descubre además que en la obsesiva búsqueda de una explicación a estos crímenes perpetrados por mujeres, abogados y jueces terminaron por fabricar lo que yo llamo una metaimagen de la mujer; una imagen de la asesina promedio dentro de la imagen de sumisión ya instalada. Surge así el término “crimen pasional” o femme fatale para explicar que los asesinatos fueron posibles por arrebatos emocionales movilizados básicamente por el amor, los celos o la envidia, sentimientos ligados de manera casi exclusiva a la mujer.

Trabucco descubre que paradojalmente esta metaimagen es socialmente transversal y cruza varias épocas hasta llegar al presente. Como ejemplo cita la puesta en escena en 1992 de la obra teatral «Historia de la sangre», de Alfredo Castro, donde Rosa Faúndez es interpretada por Amparo Noguera. El personaje de la asesina justifica su crimen por el amor que le tenía a su conviviente, tal como hiciera la justicia setenta años antes: “La Rosa interpretada por Amparo Noguera revive los mismos celos utilizados en el procedimiento penal para normalizar a la homicida sin que el aparato crítico de los años noventa reparara en esta operación”, concluye críticamente la autora.

La doble discriminación de las asesinas pobres es otro de los tópicos a los que Trabucco hace alusión. De hecho, la autora divide su corpus de estudio siguiendo el origen social de las homicidas: dos de ellas, Faúndez y María Teresa Alfaro, provienen de familias pobres aunque saben leer (en una época en que el analfabetismo era algo común en Chile), mientras que las otras dos, Corina Rojas y María Carolina Geel, son de familias acomodadas. Trabucco se pone en el lugar de estas mujeres pero sobre todo en el de las pobres, comparando su situación con la de las asesinas más pudientes. Refiriéndose a la asesina de las cajitas de agua, señala: “Faúndez, sin abogados de renombre ni una trama de trágicos amores, sin asesinos a sueldo ni brujas ni acaudalados maridos, sin más que sus manos como arma y su pobreza como escenario, no generó el mismo nivel de solidaridad (que en el caso de Corina Rojas, una mujer de familia rica y respetada)”.

Según Trabucco, la red de contactos en torno a Corina Rojas y María Carolina Geel, escritora de renombre en los años 50 que dio muerte a su pareja en el desaparecido Hotel Crillón, operó en favor de ellas. En el juicio a Geel, por ejemplo, llegó a intervenir la mismísima poeta Gabriela Mistral quien envió una carta al presidente Carlos Ibáñez intercediendo por su libertad. Esta solidaridad entre mujeres de un mismo sector social no existió en los casos de Faúndez y Alfaro quienes, a pesar de ser liberadas tiempo después de cometidos los homicidios, debieron cargar de por vida con una doble discriminación: ser a la vez pobres y asesinas.

El polémico caso de las mamaderas envenenadas

La empatía de la autora con las homicidas —empatía que Trabucco no soslaya en ningún pasaje de su libro— y particularmente la forma en que aborda a la última de ellas, María Teresa Alfaro, está en el origen de la polémica extraliteraria que ha rodeado a esta obra. A principios de los 60 Alfaro se desempeñaba como empleada doméstica en el hogar del matrimonio España-Ramírez, compuesto por un médico y una matrona, en Buin. Entre 1960 y 1963 introdujo veneno en el alimento de los hijos del matrimonio y en el de la madre del médico. Fue por esta razón que sería bautizada por la prensa de la época como “la asesina de las mamaderas envenenadas”.

Trabucco inicia el capítulo dedicado a Alfaro con un extraordinario monólogo en el que asume, en primera persona, la voz de la homicida. En dicho monólogo (que está intercalado con lo que parecen ser las conclusiones del informe judicial referido al cuádruple asesinato) la voz de Trabucco travestida de Alfaro habla de cómo es su jornada de trabajo un día cualquiera en casa de los España-Ramírez, básicamente su situación de sumisión a los patrones. “Ni buena ni mala. Ni linda ni fea. Ni corta ni larga. Era la vida y punto. El trapo limpia la mugre. La escoba junta la basura. El agua enjuaga el jabón”, dice el monólogo al iniciarse.

Luego, en una segunda parte, ya despojada de la primera persona, la autora avanza lo que yo llamo la tesis del doble resentimiento, para justificar la acción de Alfaro: un resentimiento social, ligado a la “invisibilidad” de Alfaro en su rol de empleada doméstica (ella vive con la familia España-Ramírez, pero no es parte de ella), y un resentimiento intra-género, ligado a su anulación como mujer vis-à-vis de Magaly Ramírez, su patrona. “Al interior de ese hogar, en una pieza trasera, María Teresa Alfaro exhibía el revés de cada una de las conquistas de su patrona: no madre, no esposa y empleada en el trabajo más subvalorado de todo el espectro laboral”, señala Trabucco. Para decir esto último, la autora se apoya en las declaraciones judiciales hechas por Alfaro, en las cuales ella asegura haber sido obligada por la familia a abortar. “En las tres ocasiones en que quedó embarazada, Teresa no solo fue despedida de la casa sino presionada a abortar como condición para retornar a su empleo”, sostiene la escritora.

En una tercera y última parte, Alia Trabucco sugiere que el móvil del cuádruple asesinato es lo que podríamos llamar una venganza igualatoria, donde la victimaria fuerza al equilibrio una relación de desigualdad social: “En una sucesión de violencias mujer-mujer, Alfaro parece igualar las cosas entre ella y su patrona: si ella había abortado tres veces, mataría a tres de los hijos de Ramírez; si ella no podía tener un marido, atentaría contra su matrimonio; y si su trabajo no era tomado en serio, tampoco lo sería el de su empleadora. Teresa Alfaro transforma a Magaly Ramírez en no madre, no esposa, no trabajadora. Y elimina, así, los atributos esenciales de un modelo de feminidad que estaba vedado para sí misma”, señala la autora.

Es necesario entender que para Trabucco la ira —sentimiento reservado en general, y muy particularmente en la crónica roja, a los hombres— es un motor que mueve a las cuatro asesinas de su libro. Ella descarta los celos, el amor o la envidia como factores que movilizan a las homicidas a cometer sus asesinatos. En el caso de Alfaro, en particular, dicha rabia se redobla por efecto del resentimiento social que se menciona más arriba; se trata de un resentimiento metafísico e inevitable, heredado por Alfaro de mujeres que la precedieron en su familia y reservado por el destino a los más pobres.

En este sentido, Trabucco rompe el estereotipo que las élites, a través del cine y las series de televisión, han fabricado sobre la figura de la empleada doméstica desde el siglo XX: la segunda mamá buena onda que, desinteresadamente, ha criado a los niños privilegiados de la élite o la trabajadora puertas adentro que soporta estoicamente el maltrato laboral con humor (como en la película chilena «La Nana»). A través de la figura de María Teresa Alfaro la autora desarticula dramáticamente dicho estereotipo, personificando en ella la lucha de clases y de género tan en boga en plena década del 60.

La no-objetividad como fin último

La familia de los menores asesinados por Alfaro ha puesto en entredicho la veracidad del texto de Trabucco acusándola de ficcionalizar la tragedia y de justificar la decisión de la empleada doméstica de los España-Ramírez en un supuesto maltrato por parte de la familia. Como se mencionó anteriormente, dos factores explican la reacción de los hermanos de las víctimas: por un lado la decisión de la autora de posicionarse, sin ambages, en el lugar de la victimaria (absteniéndose, por ejemplo, de conocer el punto de vista de los familiares de las víctimas) y por otro, el tratamiento híbrido al que Trabucco somete el caso de María Teresa Alfaro, esto es, mezclando géneros narrativos (la dramaturgia, la crónica, el foto-reportaje, el ensayo) y, efectivamente, utilizando la ficción como recurso.

El problema, a ojos de los críticos del libro, parece estribar justamente en la elección que hace la autora de cruzar, a ratos, la frontera del ensayo e instalarse en terrenos más próximos al periodismo. Trabucco reconstituye los hechos acontecidos hace más de 50 años guiándose única y exclusivamente por las declaraciones de Alfaro realizadas durante el proceso judicial, lo que, en efecto, es un recurso más cercano al reportaje que al ensayo. Esto explicaría, entonces, la denuncia por parte de la familia España-Ramírez de una ausencia de fuentes alternativas y, con esto, de una supuesta falta de objetividad en el tratamiento del caso.

Pero, ¿quería Trabucco ser objetiva con su obra, como una periodista con su reportaje? Visto el somero análisis realizado aquí a su libro, me parece que no. La autora busca justamente romper la frontera de lo objetivo para ir más allá y escarbar en los roles de estas cuatro asesinas en distintos puntos de la historia del siglo XX chileno, ubicándose en el lugar de ellas. Su idea no solo es poner en crisis la imagen de la mujer en la historia del crimen chileno —sobre todo la de la homicida pobre, que parece predestinada a la tragedia, como en los casos de Faúndez y de Alfaro— sino comprender a las asesinas, develar el hilo biográfico que conduce al origen de la pulsión homicida.

Es un ejercicio que pone permanentemente en duda la imagen que el establishment de la época, a través de la prensa y los tribunales, instaló en el inconsciente colectivo en torno de estas cuatro mujeres, tal como hiciera la prensa norteamericana en torno al horroroso crimen de la familia Clutter, en 1959. En su libro «A Sangre Fría», Truman Capote desarticuló el discurso que la prensa y la justicia habían montado en torno a los dos asesinos para luego terminar “humanizándolos”. En el caso de “la asesina de las mamaderas envenenadas” la prensa construyó la imagen de una “destructora de familias”, una asesina de niños movilizada por los celos que le tenía a su patrona. Es esta imagen consensuada por años, con la cual la familia España-Ramírez muy probablemente concuerda, la que se ha roto con el libro «Las Homicidas», provocando una polémica que no se veía desde el estreno en 2002 de «Prat», la obra de teatro de Manuela Infante. Es ése el objetivo de Alia Trabucco y debiera ser el de la literatura en general: romper en lugar de componer; sembrar interrogantes más que respuestas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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