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“La llave”, la primera novela de Esperanza Marzouka: un viaje a la antigua Palestina CULTURA Créditos: Federación palestina

“La llave”, la primera novela de Esperanza Marzouka: un viaje a la antigua Palestina

El gran mérito de Marzouka consiste en haber logrado, en forma magistral, ponerles rostros, nombres, voz y sentimientos a las víctimas palestinas, caracterizadas como miembros de diferentes familias relacionadas entre sí.


La novela “La llave” (Cuarto Propio) de Esperanza Marzouka, recientemente lanzada, es un relato que estaba haciendo falta, especialmente para quienes abogamos por la liberación del pueblo palestino. Y no podía ser más apropiado el origen de su autora, nacida en Belén en 1947, al mismo tiempo en que se desataba la Nakba (La Catástrofe), que significó el desarraigo de una parte importante de los palestinos y la usurpación de sus tierras y bienes, en un proceso que continúa hasta hoy día. Con tristeza, constatamos que el relato puede ser tan válido para 1948 como para 2020 y es posible suponer que la historia que ella relata podría haber sido perfectamente parte de la suya, si su familia no hubiese emigrado a Chile en 1956.

También debería ser lectura obligada para todos quienes compartimos la ascendencia palestina, ya que allí encontraremos, hasta en los más mínimos detalles del diario quehacer, todos los valores esenciales de la vida palestina: el carácter sagrado de la familia, el respeto reverencial por los mayores, la devoción por el trabajo, la profunda fe en Dios compartida por cristianos y musulmanes. Y en cuanto a la mujer, una sociedad eminentemente patriarcal y machista, en que el cuidado por la virtud de la mujer llega a extremos que harán sonreír de incredulidad a los jóvenes de hoy.

La información que recibimos de la continua agresión que afecta al pueblo palestino, nos llega a través de noticias, artículos, documentales y otros medios de difusión. Cito como ejemplo el libro “La limpieza étnica de Palestina”, del preclaro historiador disidente judío-israelí Ilan Pappé. En esa obra encontramos, como fruto de su intensa investigación de documentos desclasificados por Israel, una clara demostración del nivel de la planificada agresión sufrida por los palestinos desde 1947, con lujo de detalles, fechas, lugares y protagonistas militares o guerrilleros. Tengo que hablar desde mi propia experiencia y decir que su lectura me resultó muy amarga y dolorosa, al ver cómo paso a paso y en forma alevosa, se iban destruyendo una a una las aldeas y ciudades palestinas y se masacraba a sus habitantes o se les conminaba a emigrar para salvar la vida.

En este sentido, creo que el gran mérito de Marzouka consiste en haber logrado, en forma magistral, ponerles rostros, nombres, voz y sentimientos a las víctimas palestinas de que nos habla Pappé, caracterizadas como miembros de diferentes familias relacionadas entre sí. Pero dado el contexto anterior, su lectura, especialmente hacia el final, también provoca una intensa sensación de angustia y desolación, puesto que es inevitable que el lector se sienta de alguna manera identificado con el sufrimiento de los protagonistas. Sin embargo, no existe otra manera genuina de relatarlo: la historia del pueblo palestino en estos últimos 75 años ha sido una cadena continua de sufrimiento, despojo, desarraigo, violación de su dignidad en cuanto seres humanos y, especialmente, un intento sistemático por hacer desaparecer su identidad de la faz de la tierra.

El panorama que se nos pinta no puede parecer más desolador. Pese a que aún no se ha inventado un adjetivo que refleje cabalmente el nivel de injusticia que sufre el pueblo palestino, la autora rescata un elemento que resulta fundamental en la comprensión de su resistencia contra la ocupación: su inalterable propósito de no renunciar a su derecho al retorno a la tierra que le pertenece, simbolizado en la sagrada custodia de la llave de la puerta del hogar que le fuera usurpado, heredable de generación en generación, aunque esto tome siglos. En este sentido, las palabras del padre de la protagonista dirigiéndose a su hija, me parecen, y espero, que sean proféticas: “A pesar de todo lo que estamos viviendo, nunca debes perder la esperanza. Recuerda que este es apenas un punto en nuestra larga historia, una hermosa historia”. “Te aseguro que nada es para siempre. Llegará el día en que alguien, quizá tus hijos, los hijos de tus hijos o los hijos de los hijos de tus hijos, recogerán una por una las piedras de nuestros pueblos y recompondrán nuestra historia”.

Pese a la tristeza que pueda provocarnos esta novela, ella nos deja una valiosa y alentadora lección, la que debemos agradecer a Esperanza Marzouka, quien haciendo honor a su nombre, nos regala este relato acerca de nuestra querida tierra ancestral y su sufrido pueblo, junto con la certeza de que una nación que sostiene tal convicción, finalmente prevalecerá. Y en la contingencia, ello resulta especialmente valioso en estos días en que el presidente Donald Trump acaba de lanzar el “Acuerdo del siglo”, mediante el cual se pretende comprar con dinero la dignidad del pueblo palestino, a cambio de renunciar a buena parte de su territorio y a su derecho al retorno. Pero quien haya leído la novela ya conoce la respuesta: Palestina no está a la venta.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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