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El filósofo Mario Bunge: una defensa de la racionalidad y de la ciencia CULTURA|OPINIÓN

El filósofo Mario Bunge: una defensa de la racionalidad y de la ciencia

Epistemólogo, filósofo de la ciencia y de la tecnología, lo que más me gustó siempre de él fue su decidida y calurosa defensa de la racionalidad y de la ciencia contra la superstición y las pseudociencias.


Con 100 años a cuestas (los había cumplido en septiembre pasado) ha muerto, el 25 de febrero, el filósofo Mario Bunge, de nacionalidad argentina radicado en Montreal, Canadá, desde hace más de cincuenta años.  Relevante pensador, premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 1982, ejerció actividades académicas en la Universidad McGill hasta el 2010.

Era ya viejo cuando me topé con él en un Congreso Extraordinario de Filosofía en Córdoba, Argentina, en 1987.  Pero un viejo muy lúcido y muy activo. Dio esa vez la conferencia inaugural del evento, en un auditorio lleno a reventar.  Y siguió en plena forma, lúcido y activo, hasta el final de sus días, concediendo entrevistas a diversos medios (ver, por ejemplo, la realizada por Filosofía & Co hace dos años, en la que él aseguraba: “Se puede ignorar la filosofía, pero no evitarla”).

En esa ocasión que recuerdo, yo expuse una ponencia sobre McLuhan y el impacto tecnológico en la sociedad.  La mayoría de mis oyentes eran profesores y de una izquierda furiosa. Al terminar, me interrogaron sobre Pinochet y la dictadura militar en Chile.  Más de uno me espetó: ¿Qué tenía que ver McLuhan con lo que pasaba en mi país? Lo primero que les respondí –y con lo que callé a unos cuantos– fue que gracias a las tecnologías de información eléctricas (que habían convertido el planeta en una aldea global) se podía saber en todo el mundo lo que ocurría en Chile; que nosotros, los mismos chilenos, sabíamos más de lo que estaba pasando en nuestra patria oyendo radios extranjeras que atendiendo a los medios nacionales, totalmente censurados por los militares.

[cita tipo=»destaque»]Era ya viejo cuando me topé con él en un Congreso Extraordinario de Filosofía en Córdoba, Argentina, en 1987.  Pero un viejo muy lúcido y muy activo. Dio esa vez la conferencia inaugural del evento, en un auditorio lleno a reventar.  Y siguió en plena forma, lúcido y activo, hasta el final de sus días, concediendo entrevistas a diversos medios (ver, por ejemplo, la realizada por Filosofía & Co hace dos años, en la que él aseguraba: “Se puede ignorar la filosofía, pero no evitarla”).[/cita]

Hoy  –después de treinta años de democracia, lamentablemente–  ocurre lo mismo: frecuentando las redes sociales y escuchando y leyendo radios y periódicos digitales podemos conocer más de lo que está ocurriendo en Chile que leyendo los autocensurados diarios impresos y viendo los canales de TV que alargan incomprensiblemente las pocas noticias que muestran y que nos hacen aparecer como un país de Jauja.  Es decir, la sociedad despierta y se transforma con la irrupción y presión de los nuevos medios tecnológicos que no conocen fronteras ni mordazas, lo que nos enseña McLuhan.

Volvamos a Bunge.  En ese evento en que coincidimos le solicité una entrevista, a la que accedió gentilmente.  Otro de mis maestros en ese momento era Arthur Koestler (que había transitado de la política a la ciencia) y de él –así como de McLuhan y de varios otros autores– hablamos extensamente con el pensador argentino.  Fue una conversación muy interesante la que tuvimos pero, por desgracia y debido a diversas circunstancias, nunca la publiqué al volver a Chile.

Epistemólogo, filósofo de la ciencia y de la tecnología, lo que más me gustó siempre de él fue su decidida y calurosa defensa de la racionalidad y de la ciencia contra la superstición y las pseudociencias.

A sus 95 años nos regaló sus memorias:  Entre dos mundos (editorial Gedisa).  Y hace poco llegó también a nuestras librerías otro libro suyo, Cápsulas (editorial Gedisa), selección de ensayos breves referidos a autores, ideas y problemas de su interés y donde vuelven a mostrarse nítidamente sus convicciones ilustradas .  Hay en esas páginas críticas punzantes al charlatanismo académico, a la impostura intelectual y a la barbarie irracional disfrazada con ropajes científicos. Destaco, para finalizar esta breve nota que he redactado a modo de homenaje póstumo, su Carta de los derechos y deberes del profesor (pág. 114):

“1. Todo profesor tiene el derecho de buscar la verdad y el deber de enseñarla.

  1. Todo profesor tiene tanto el derecho como el deber de cuestionar cuanto le interese, siempre que lo haga de manera racional.
  2. Todo profesor tiene el derecho de cometer errores y el deber de corregirlos si los advierte.
  3. Todo profesor tiene el deber de denunciar la charlatanería, sea popular o académica.
  4. Todo profesor tiene el deber de expresarse de la manera más clara posible.
  5. Todo profesor tiene el derecho de discutir cualesquiera opiniones heterodoxas que le interesen, siempre que esas opiniones sean discutibles racionalmente.
  6. Ningún profesor tiene el derecho de exponer como verdaderas opiniones que no puede justificar, ya por la razón, ya por la experiencia.
  7. Nadie tiene el derecho de ejercer a sabiendas una industria académica.
  8. Todo cuerpo académico tiene el deber de adoptar y poner en práctica los estándares más rigurosos que se conocen.
  9. Todo cuerpo académico tiene el deber de ser intolerante tanto a la anticultura como a la cultura falsificada”.

¡Ah, viejo Bunge, te has ganado un lugar eterno en el panteón universal de los valiosos y necesarios librepensadores!

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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