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Lorca a través de los ojos de sus amigos: la obra maestra era él CULTURA Federico García Lorca leyendo un texto antes de la representación por La Barraca de «La guarda cuidadosa», de Miguel de Cervantes (Almazán, Soria) en julio de 1932. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía – Fundación Federico García Lorca

Lorca a través de los ojos de sus amigos: la obra maestra era él

Se cumplen 122 años del nacimiento de Federico García Lorca en Fuente Vaqueros, Granada. Era el alba de una vida intensa y breve, truncada por el cruel asesinato fascista en esa misma ciudad el 19 de agosto de 1936. A ese corto espacio de tiempo se circunscribe la vida y la muerte trágica de uno de los mayores poetas del siglo XX, y al que la crítica literaria ha dedicado más atención.


Y, sin embargo, para cualquier lector, las obras de Lorca suponen todavía hoy enfrentarse a la magia y al misterio de un universo colmado de símbolos capaces de comunicar al unísono belleza y angustia, gozo y dolor, vida y muerte. Es, además, el poeta que más y mejor supo fundirse con el pueblo en su vertiente más auténtica y más noble, como lo demuestran el Poema del Cante Jondo o las Canciones.

Más allá de la extraordinaria calidad poética de su obra en verso, prosa, teatro, e incluso en el valor de sus dibujos tan bellos y sugestivos; de sus conocimientos sensibilidad musical, en esta época tan difícil que nos ha tocado vivir, es más importante recordarle a él y la vigencia de sus ideas.

Como una llama

¿Cómo era Federico García Lorca? Todos los que le conocieron coinciden en señalar su fascinante personalidad. Así lo describió Luis Buñuel:

“De todos los seres vivos que he conocido, Federico es el primero. No hablo ni de su teatro ni de su poesía, hablo de él. La obra maestra era él. Me parece incluso difícil encontrar alguien semejante. Ya se pusiera al piano para interpretar a Chopin, ya improvisara una pantomima o una breve escena teatral, era irresistible. Podía leer cualquier cosa y la belleza brotaba siempre de sus labios. Tenía pasión, alegría, juventud. Era como una llama”.

Federico García Lorca y Luis Buñuel, en las fiestas de San Antonio de la Florida, Madrid, en 1923.

Otro compañero de generación, el también poeta Jorge Guillén, abona y coincide el mismo retrato, cuando escribe: “Federico fue una criatura extraordinaria”. Guillén otorga a la palabra criatura su valor primigenio y etimológico, de creación:

“Junto al poeta –y no solo en su poesía– se respiraba un aura que él iluminaba con su propia luz. Entonces no hacía frío de invierno ni calor de verano: «hacía…Federico”. (…) Nadie más llano y desenfadado que Federico. Uno más entre sus compañeros. Pero ¿quién no se percataba enseguida de su eminencia? Eminencia no solo debida a sus recursos en conversación, en poesía, música y pintura. Había algo interior y radical de donde todo irradiaba. Lo más importante en Federico era… ser Federico».

Por su parte Pedro Salinas destaca el magnetismo que trasmitía su presencia:

“Ese hervor, ese bullicio, esa animación que levantaba su persona entera por donde iba. Se le sentía venir mucho antes de que llegara; le animaban impalpables correos, avisos, como de las diligencias de su tierra, de cascabeles por el aire. Cuando ya se había marchado, aún tardaba mucho en irse, seguía allí, rodeándonos aún de sus ecos, hasta que de pronto decía uno: «Pero ¿se ha ido ya Federico?”

Las sombras de Lorca

Sin embargo, hay que subrayar que esa alegría arrolladora, el duende que poseía y su innata simpatía no ocultaban nunca del todo la otra cara de sombras en que vivió el poeta. Él mismo afirmaba en 1928 que “la luz del poeta es la contradicción”, no sólo a causa de su homosexualidad, sino fruto también de sus angustias o terrores ante los misterios del mundo y de la vida (en Imaginación, inspiración, evasión
de sus Conferencias y Lecturas, en Obras Completas, de Aguilar). Federico era un ser hipersensible y frágil, por consiguiente muy vulnerable, como evidencian los versos premonitorios de la andalucísima y trágica “Canción del jinete”, del libro Canciones (1921-1924):

Córdoba.

Lejana y sola.

Jaca negra, luna grande,

y aceitunas en mi alforja.

Aunque sepa los caminos

yo nunca llegaré a Córdoba.

Por el llano, por el viento,

jaca negra, luna roja.

La muerte me está mirando

desde las torres de Córdoba.

¡Ay qué camino tan largo!

¡Ay mi jaca valerosa!

¡Ay que la muerte me espera,

antes de llegar a Córdoba!

Córdoba.

Lejana y sola.

Todas estas características se plasman en una obra extraordinariamente variada y en ella confluyen y con frecuencia se entremezclan, con rara perfección, las novedades más audaces propias de los movimientos de vanguardia (singularmente el surrealismo, del que es máximo exponente Poeta en Nueva York), y lo más valioso, auténtico y profundo de la tradición popular y el folklore andaluz (Cantares, El Romancero gitano).

Podríamos decir, por tanto, que su obra aúna y ensambla con extraordinaria perfección lo viejo y lo nuevo; lo genuinamente andaluz y lo universal; la tradición y la vanguardia; lo culto (la poesía arábiga, la poesía de los Cancioneros de los siglos XV y XVI, Góngora, Bécquer, Rubén Darío y Juan Ramón), y lo popular (el romancero, la lírica tradicional y el cante jondo). Es el poeta más andaluz y a la vez más universal.

En toda su obra, poesía, teatro, prosa y dibujos están siempre presentes unos mismos temas: el amor (el poeta tiende a un pansexualismo, que borra las fronteras entre el amor homosexual y el heterosexual), la frustración personal y el destino trágico.

Federico García Lorca junto a sus compañeros de La Barraca, el teatro de la FUE que él dirigía. Biblioteca Digital Hispánica – BNE

Labor cultural

El pensamiento de Federico sigue hoy más vivo que nunca. Su amor por el teatro le que llevó a liderar “La Barraca” –vehículo de educación artística y social–, y la importancia que concedía a la lectura tienen hoy para nosotros una punzante actualidad inmersos en una fuerte crisis económica y social en la que no debe olvidarse la tan necesaria vertiente cultural.

Por ello conviene recordar la vigencia de las palabras de Federico en el discurso pronunciado en la inauguración de la biblioteca de su pueblo, en septiembre de 1931:

“No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económica sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos”.

Este es el mensaje más valioso de Federico, poeta extraordinario y ser humano excepcional.

María Luisa Sotelo, Catedrática de Literatura Española, Universitat de Barcelona
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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