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Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio y su Plan de Emergencia, ¿cuál plan? CULTURA|OPINIÓN

Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio y su Plan de Emergencia, ¿cuál plan?

Los números, como el hambre, no mienten, se asoman para mostrarnos un panorama que no resiste el mantra del Gobierno de “no lo vimos venir”. Según el catastro: ”Las principales problemáticas que afectan a los encuestados son la cancelación de actividades previamente confirmadas, la disminución del ingreso percibido y la postergación de actividades. Para el caso de las agrupaciones se suma la reducción de las ventas.” 


Es difícil comenzar a escribir sobre el “Plan de emergencia en apoyo a las culturas”, anunciado por el Ministerio de las Culturas, el Arte y el Patrimonio, sin caer ya sea en el quejismo o en la perplejidad. Esto, porque por años la cultura en Chile ha debido mantenerse en un régimen de precariedad y concursabilidad y las instancias estatales, que en el papel proponen su resguardo y difusión, pero, a la hora de respaldar las palabras con acciones concretas, solo se quedan en la concursabilidad con montos insuficientes y criterios de selección que se perciben muy arbitrarios.

[cita tipo=»destaque»]Es decir, si bien se tiene una disposición por necesidad de transformar ciertas instancias del quehacer a un formato digital, esta solución no puede ser contemplada sin la intervención del Estado a través de una adecuada educación digital para las artes y también con el acceso real a los hardwares necesarios para realizarlas de buena manera. No basta tomar el teléfono y ponerse a hacer clases en el living de la casa, idealmente habría que saber de edición, de sonido, de diseño web e incluso de e-commerce para tener una plataforma que permita no solo contar con un ingreso sino también con un espacio de calidad adecuado y proyectado hacia un futuro. [/cita]

Lamentablemente, en la región tampoco somos la excepción a la regla –de hecho, para varios países hemos servido de modelo–, lo que nos da una sensación de que “así son las cosas”, sin ir más lejos, en Bolivia la presidenta interina tomó la decisión de eliminar el Ministerio de Culturas por considerarlo un “gasto absurdo”. Pero también existen casos de gobiernos que entienden que los artistas realmente no viven, ni sobreviven, del aplauso y hacen esfuerzos por incorporarlos en sus políticas sociales de emergencia, ese es el caso de Costa Rica, donde cabe destacar las siguientes medidas: 

1. Subsidio Temporal por Desempleo, incorporando a los artistas al subsidio.

2. Beneficio de Emergencias: donde se definió el perfil y estimación de miembros del sector cultura para el análisis de cobertura y proceso de diseño del Beneficio de Emergencias de personas en condición de pobreza del IMAS. 

3. Fondo CREA-CE: el objetivo es contar con un fondo para el prototipado de consorcios y la puesta en marcha de ideas productivas, con el fin de lograr enlaces con entidades microfinancieras acreditadas. Tiene un enfoque territorial vinculado al desarrollo local y, ante la coyuntura, prevé adecuaciones para la realización de intervenciones virtuales. 

O incluso en Brasil, país gobernado por Bolsonaro quien no solo despotrica contra el virus sino también contra la cultura, el Senado aprobó la “Lei Aldir Blanc”, con un presupuesto de 3 billones de reales, para socorrer al sector, extendiendo la ayuda de emergencia de R$600 ($92.635) también a trabajadores culturales, durante la pandemia. 

Estos son ejemplos de política cultural real, que nuestro ministerio no ha podido (o no le ha interesado) lograr, que se respete el carácter de trabajador a quien se desempeña en cultura, hacer posible la coordinación con ministerios como los de Economía, Desarrollo Social, Trabajo y Hacienda para sumar a los trabajadores culturales y sus particularidades de precariedad a los planes de ayuda social y económica de emergencia. No es que los fondos concursables en sí sean un problema, es que no son una solución, ni la mejor y mucho menos puede ser la única. 

El que la única respuesta posible del ministerio sea la concursabilidad, es parte de la política cultural del ministerio, de su identidad asistencialista de las artes y de una estructura deficitaria, es ministerio en el papel pero en la práctica no ejercen ante sus pares con la vehemencia que se necesita, con una ministra que defienda a su sector y que solicite las medidas de apoyo mínimas para la sobrevivencia de los artistas.

Ya con anterioridad he escrito sobre lo cómodo que es para el Estado tener como política cultural el no tener política cultural aparente, y cómo año a año se levanta información del sector, se crean mesas de trabajo sectoriales y se nos invita como consultivos para luego no hacer nada o continuar con la agenda predeterminada o, peor aún, que el cambio de administración siempre implique un comenzar de cero, en vez de darle una continuidad al trabajo ya realizado, lo que no solo es injusto para los artistas, sino también para los mismos trabajadores del ministerio, que deben usar parte no menor de sus horas laborales en defender algunas continuidades de forma que no se recorten presupuestos de cuajo.  

Nunca hemos tenido una instancia de contar con un apoyo real, no solo para el sustento del arte, sino además para su consolidación y crecimiento. Se nos pide entrar en las lógicas de las industrias creativas (no toda forma de arte puede ser reconvertida en IC), pero no se genera ningún programa real, que se sostenga en el tiempo y que permita activar dichas industrias, acompañarlas en su crecimiento y fomentar su participación de la economía creativa, la que hoy le genera al país un retorno muy superior al 0,4% que el Estado invierte.

Hay gigas y gigas acumulados de data, pero no hay una continuidad en el tiempo que permita tener una carta de navegación correcta, actualizada y que aporte escenarios posibles. Cada ministro o ministra trae sus carpetas de pretensiones y las pocas cosas que sobreviven a los cambios de jefes de cartera es gracias a la comunidad y a los trabajadores del ministerio. Hay mucho dinero mal invertido, como la segunda etapa del GAM, hoy un espacio muerto que no sirve a nada ni nadie. Me pregunto cuánta infraestructura cultural podría haberse construido o mejorado con ese dinero, ni hablar de habilitar la torre del GAM que en el proyecto original estaba destinada para el uso de artistas y la comunidad, hoy, declarada como inhabitable. Ambos son verdaderos monumentos al desinterés por la cultura, que además grafican el estado de precariedad del sector, abandonados a su suerte.

Este iba a ser el año del inicio de la reforma republicana, del caduco Estado-nación y sistema económico neoliberal chileno, estábamos a la espera del primer paso en abril de muchos pasos de un Chile diferente, con mayor participación y respeto, con una economía mejor distribuida, un Estado garante y no uno subsidiario, pero llegó el COVID-19 y nos tuvimos que poner en pausa y como sociedad rearticularnos para una situación de carácter biológico y transversal y la cultura debió hacer lo mismo y de manera radical.

Desde marzo los espacios cerraron, los festivales se suspendieron, las muestras se aplazaron y los ensayos comenzaron a ser vía online. El sustento económico de los artistas, ya precario, desapareció. ¿De cuantos? Según el Catastro de Estado de Situación, Agentes, Centros y Organizaciones Culturales realizado por el ministerio entre el 23 de marzo y el 13 de abril, el universo es de 15.079 a nivel nacional; 13.147 personas naturales y 1.932 representantes de agrupaciones y organizaciones del sector.

Si pensamos que el fondo del plan es de 15 mil millones, a cada artista o agrupación le podría estar tocando $1.000.000 de ayuda estatal, que parecen mucho, pero deben ayudar a cubrir los 3 meses ya pasados y al menos los 3 meses de invierno por venir.

Los números, como el hambre, no mienten, se asoman para mostrarnos un panorama que no resiste el mantra del Gobierno de “no lo vimos venir”. Según el catastro: ”Las principales problemáticas que afectan a los encuestados son la cancelación de actividades previamente confirmadas, la disminución del ingreso percibido y la postergación de actividades. Para el caso de las agrupaciones se suma la reducción de las ventas.” 

Esta era la situación entre el 23 de marzo y el 13 de abril de este año, ya estamos entrando a la segunda semana de junio, y continúa:

“Desde una perspectiva sectorial, los problemas asociados a la cancelación de actividades son especialmente significativos para los dominios de Artes Escénicas, como Circo (42,2%), Ópera (41,1%) y Teatro (40,7%), en el caso de los agentes que respondieron de manera individual. Más de la mitad de las agrupaciones participantes (1.059) señalaron haber suspendido entre el 81% y el 100% de sus actividades desde el 3 de marzo de 2020 a la fecha del catastro. Esta situación es especialmente significativa para las Artes Escénicas, como Títeres (76,4%), Circo (72,5%) y Teatro (67,8%)”.

Pero la situación es transversal a todas las artes, a ese universo de 15 mil artistas, incluso áreas como diseño y libro, parte de las famosas “Industrias Culturales” que suelen ser mencionadas como la respuesta capitalista a las problemáticas del sector, han sufrido mermas en sus ingresos.

“Los problemas derivados de la disminución del ingreso percibido, destaca la situación especialmente afectada de las áreas de Artesanía (32,9%), Diseño (28,6%) y nuevamente Ópera (25,6%) en el caso de los agentes individuales. Para el caso de los colectivos, también lidera Artesanía (16,7%), seguida de Títeres (16,2%) y Diseño (15,9%). A su vez, los sectores que más mencionan la Reducción de Ventas como su principal problema son Artesanía (27,8%), Libro (22,8%) y Diseño (22,6%)».

Y si bien instancias digitales como Zoom, Instagram y afines han abierto una posibilidad de ingresos menor, el 58% de los encuestados avisaba en abril que requiere asesorías para hacerlo, sin embargo, como concluye el mismo informe, “(…) también demuestra que casi la mitad del sector no visualiza formas de reemplazo de los circuitos de circulación, exhibición o comercialización presenciales. Esta percepción es mayoritaria en el mundo de las Artes Escénicas, lo que profundiza la noción de que se trata de un sector especialmente vulnerable en esta coyuntura.”

Es decir, si bien se tiene una disposición por necesidad de transformar ciertas instancias del quehacer a un formato digital, esta solución no puede ser contemplada sin la intervención del Estado a través de una adecuada educación digital para las artes y también con el acceso real a los hardwares necesarios para realizarlas de buena manera. No basta tomar el teléfono y ponerse a hacer clases en el living de la casa, idealmente habría que saber de edición, de sonido, de diseño web e incluso de e-commerce para tener una plataforma que permita no solo contar con un ingreso sino también con un espacio de calidad adecuado y proyectado hacia un futuro. 

No es lo mismo una clase vía Zoom que un e-learning, cada uno tiene sus particularidades y necesidades, y con esto sus costos asociados. Por buscar una entrada de dinero se puede incluso estar incurriendo en aumentar gastos, y depreciar el valor de los conocimientos impartidos, lo que hace que la precariedad no se supere.

¿Y quienes son estos 15 mil artistas? ¿Cómo son sus realidades laborales? Volvamos a los números.

“La gran mayoría de los participantes de la consulta son trabajadores(as) independientes (85,1%), de los que un 79,4% declara no tener un ingreso estable. (…) El 81,4% del total de participantes de la consulta declara dedicar más de la mitad de su actividad laboral al ámbito de la cultura, las artes o el patrimonio, mientras que el 82,7% señala que su dedicación a este es superior al 76% de la actividad laboral total, es decir, casi exclusiva”.

Cerca de 12.405 personas tienen como único ingreso trabajos relacionados a la cultura. El 13 de marzo, 12.405 personas quedaron a la deriva económicamente hablando. ¿Y la respuesta del Gobierno? Largas jornadas de mesas de trabajo con diferentes áreas de la cultura y donde la demanda central del sector fue que la ayuda no debería ser vía concurso, porque perpetúa un sistema ineficiente que no asegura la garantía mínima que debería tener un plan de ayuda estatal: equidad en su repartición.

Finalmente, se implementaron una vez más medidas unilaterales que solo ayudan a acrecentar la desconfianza entre el sector y su ministerio, el que, amparándose en límites legales de funcionamiento y retóricas burocráticas, vuelve a desconocer las largas jornadas de trabajo e, incluso, mientras estas se continuaban llevando a cabo, optaron por abrir un nuevo concurso, con líneas sin fechas definidas, sin saberse los criterios con que se generan y sin transparentar criterios de selección, en vez de optar por un reparto abierto y según necesidades, dejando al sector, una vez más, teniendo que competir por ayuda. Lo pondré de nuevo, pero en mayúsculas: COMPETIR POR AYUDA. 

Llevamos 3 meses esperando alguna posibilidad de que se adecue a nuestras particularidades socioeconómicas que nos dejan fuera de cualquier otra forma de ayuda estatal, donde hoy hay muchos y muchas artistas pasando hambre y la incertidumbre respecto de poder continuar pagando cuentas o arriendos, con incertidumbre real por su sobrevivencia. En este contexto se nos pide pensar y concursar con un proyecto que debe ser “rentable” desde el punto de vista del “impacto”, palabra que solo implica masividad, jamás calidad, y a sabiendas que el ganar implica que otro pierda.

Con esas “particularidades”, se nos dice que es un “plan de emergencia”, que es lo que pueden darnos. La respuesta del ministerio es el viejo mantra de “sálvate solo” del neoliberalismo, y los artistas una vez más tendremos que acceder a participar de estos cada vez más reales “Juegos del Hambre”, sin saber siquiera si el monto adjudicado para quienes “ganen” alcanzará para cubrir las inciertas necesidades de un futuro incierto. 

Tiempo de “nueva vulnerabilidad” donde pareciera que el plan es no tener plan.

Mientras una comunidad de al menos 15 mil personas queda a la deriva y, luego de aburrirse de crear campañas de visibilización como los hashtags “La cultura en agonía”, “No estamos en el mapa”, “Estos no son fondos de emergencia”, entre otros, después de haber participado activamente de mesas de trabajo, reuniones, de haber publicado cartas abiertas, etc., hoy subsiste gracias a rifas, aportes familiares, fondos solidarios, cajas de comida autogestionadas y a la espera de saber si su proyecto será o no financiado vía concurso, si le llegará ayuda vital vía concurso. En esa incertidumbre, no nos queda otra que preguntarnos: ¿Plan de Emergencia? ¿Cuál plan?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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