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Historiador analiza fenómeno de las ollas comunes como texto político de la alimentación CULTURA

Historiador analiza fenómeno de las ollas comunes como texto político de la alimentación

La modalidad de alimentación colectiva, que cuenta con antecedentes en el Chile colonial, se ha visto multiplicada en Santiago y en regiones, en barrios populares pero también de clase media, en medio de un 12% de cesantía, según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), y 1,8 millones de puestos de trabajo perdidos en los últimos doce meses. En ese contexto, según el historiador Enrique Gatica, autor del libro «Perdiendo el miedo: Organizaciones de subsistencia y la protesta popular en la Región Metropolitana, 1983-1986», las ollas comunes no nacen solo como una alternativa al hambre o a la amenaza de ella, sino que también como forma de protesta, donde la alimentación provee del texto político para la resistencia ante una crisis.


Hace tres años, el historiador Enrique Gatica había publicado su investigación sobre las ollas comunes en la Historia de Chile, cuando el estallido de la pandemia y la crisis económica revivió un fenómeno que muchos creían acabado y más bien relacionaban con los años 80 y la dictadura militar.

Hoy esta modalidad de alimentación colectiva, que cuenta con antecedentes en el Chile colonial, se multiplica en Santiago y en regiones, en barrios populares pero también de clase media, en medio de un 12% de cesantía, según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), y 1,8 millones de puestos de trabajo perdidos en los últimos doce meses, con similitudes pero también diferencias en relación con antaño.

Gatica publicó en 2017 el libro Perdiendo el miedo: Organizaciones de subsistencia y la protesta popular en la región Metropolitana, 1983-1986 (Editorial Mar y Tierra).

Este estudio histórico se ocupa de estudiar críticamente el crecimiento, desarrollo y tensiones que las ollas comunes, entre otros tipos de organizaciones de subsistencia, viven en el periodo de las protestas populares en la Región Metropolitana, en el territorio chileno.

Interés

A Gatica el interés por las prácticas de supervivencia le surgió cuando era educador popular en Villa Francia y se encontraba estudiando para ser profesor de Historia.

«Junto a las niñas y los niños de la escuela que teníamos, hicimos un trabajo de ‘recuperación de memorias’, conversando con pobladores de otras generaciones», recuerda.

«Entre los testimonios de vecinos que habían sido niños o niñas durante la dictadura me esperaba encontrar recuerdos vinculados al miedo o al desabastecimiento. Sin embargo, lo que encontramos fueron testimonios de alegría y esperanza, lo que me llamó poderosamente la atención. Indagando un poco más, muchos relatos recordaban lo hermoso que era compartir el alimento, siendo niñas y niños, esta actividad era muy amena, sumándose las Colonias Populares y los paseos», cuenta.

Al profesional le pareció admirable que en un contexto tan complejo, de hambre y muerte, los “adultos” de la población lograron dar vidas felices a las niñas y los niños. En ese punto, le pareció que las ollas comunes jugaron un rol clave.

«Creo que en pocas ocasiones se estudia la capacidad creativa e inventiva del pueblo, atribuyéndosele un papel más bien pasivo y contestatario en la historia oficial, que es algo que me parece bastante errado. Creo fundamental, por tanto, que estudiemos a nuestro pueblo de manera más acabada, poniendo en valor nuestro propio potencial creativo», subraya.

Características de las ollas comunes

A pesar de la creencia generalizada, Enrique Gatica explica que no existe una forma única de olla común, sino que tiene que ver con el contexto socio-histórico en que se encuentre.

«A grandes rasgos, podemos entender la olla común como una práctica de preparación de alimentos de forma colectiva, donde en la mayoría de las ocasiones se comparten las responsabilidades asociadas a la olla común: conseguir ingredientes, los recursos monetarios, calefacción –como leña o gas–, preparación de alimentos, etc.», cuenta.

Otra característica común ha sido la de compartir el consumo de alimentos en un espacio colectivo, ya que por lo general las ollas comunes no se han limitado a cumplir la tarea de conseguir alimento, sino que también se han constituido como espacios de encuentro entre las pobladoras y los pobladores.

Agrega que, aunque es lógico que los factores que influyen en la conformación de las ollas comunes tengan que ver con la carencia de alimentos básicos para la supervivencia, esto también tiene que ver con una condición de amenaza frente a la “posibilidad” real de pasar hambre, como fue en las protestas en El Bosque.

No obstante, debido a la fuerte carga sociopolítica que tiene este fenómeno, no ha aparecido únicamente para solucionar el problema del acceso a los alimentos, sino que, en muchas ocasiones, un factor determinante para que se organicen es la acción de protesta, visibilizando una denuncia o la solidaridad entre quienes están luchando por alguna causa, como la olla común que se instaló en Plaza Dignidad durante las jornadas de protesta.

«Entonces, diría que las ollas comunes aparecen en la mayoría de ocasiones por estas dos variables: por un lado, para enfrentar el problema del hambre o la amenaza de la misma y, por otro, como una acción de denuncia o protesta», dice.

Antecedentes históricos

En la Historia, la olla común en Chile tiene antecedentes bastante lejanos, fundamentalmente en zonas campesinas, en especial con la “porotada”, un plato que era repartido entre los temporeros o inquilinos de un fundo, cuenta Gatica.

En tanto, la olla común, como se la conoce hoy, tiene sus antecedentes más inmediatos en las “Ollas de los Pobres” de la década del 30, nacidas para enfrentar los estragos de la crisis económica. Pocos años después, este tipo de práctica de supervivencia también se transformó en una forma de protesta.

Hacia mediados del siglo XX, no era extraño que las trabajadoras y los trabajadores en huelga crearan una olla común como punto de encuentro, donde se hacían reuniones del sindicato y declaraciones públicas, mientras se seguía cumpliendo la función de conseguir alimento para las familias de las personas en huelga, detalla.

Para los años 60 las ollas comunes fueron numerosas, especialmente entre el naciente “Movimiento de Pobladores”. Era común, para aquellos años, que se instalara una olla común en algún lugar estratégico en las tomas de terrenos, mientras se organizaba la parcelación de sitios y se procedía a construir las nuevas viviendas.

«Luego del golpe de Estado, durante la dictadura cívico-militar, es donde podemos ver una proliferación importante de este tipo de acciones, alentadas y apoyadas en un primer momento por la Vicaría de la Solidaridad –entre otros organismos–, aunque asumiendo progresivamente más autonomía», añade.

Para el periodo 1982-1987, momento en que se produce la crisis de la deuda latinoamericana «y en Chile se imponía a sangre y fuego del neoliberalismo, los sectores populares conformaron una extensa red de organizaciones de subsistencia, siendo las ollas comunes un símbolo de esta lucha por la supervivencia».

Factor de género

Respecto a si hay un factor de género en las ollas comunes, Gatica cree que el protagonismo de las mujeres en la conformación y sostenimiento de las ollas comunes es bastante claro.

Así, cita los estudios de Teresa Valdés o Clarisa Hardy en los años 80, que son bastante decidores respecto al papel protagónico de las mujeres en este tipo de organizaciones.

«Sin embargo, este protagonismo ha sido bastante permanente en la historia, fundamentalmente por la delegación en las mujeres de la tarea de asegurar la subsistencia de los miembros de la familia, desde la alimentación, pero pasando por todos los aspectos de la vida cotidiana», recalca.

En la actualidad hay historiadoras jóvenes que han realizado estudios bastante interesantes sobre el factor de género en las organizaciones populares de subsistencia, como la historiadora Esperanza Díaz, en Concepción.

«En el ámbito alimentario, me parece súper interesante el análisis crítico del rol político que se puede encontrar en organizaciones como las ollas comunes, ya que se politiza una actividad que tradicionalmente ha sido recluida al espacio privado y ‘doméstico’ –la alimentación–, pero que, al ocupar el espacio público y al transformarse en un instrumento de lucha y denuncia, la práctica de preparación de alimentos se transforma en una actividad mucho más compleja y con repercusiones sociales mucho más amplias. Es una dimensión que me gustaría desarrollar mucho más, y sin duda las intelectuales feministas están dando pasos agigantados en esta dimensión», reflexiona.

Importancia histórica de las organizaciones

Para Enrique Gatica, estas organizaciones tienen una importancia «medular» en la historia del pueblo.

«Reconociendo lo anterior, me parece que se podría hacer una crítica a la historiografía nacional, en el sentido de no estudiar con mayor detenimiento las estrategias utilizadas por el pueblo para sobrevivir, pese a ser una preocupación central entre los sectores populares», advierte.

Recuerda que, por gran parte de la Historia, no ha sido extraño que la mayoría de recursos que conseguían las trabajadoras y los trabajadores (por lo general más de la mitad), eran destinados a la alimentación. Entonces, para el historiador resulta llamativo que esta dimensión tan clave no haya sido estudiada con la suficiente profundidad.

No obstante, para Gatica el problema del hambre no ha sido algo que se “padece” solamente, sino que también es algo a lo que se resiste.

«En este punto, creo que el pueblo ha sido increíblemente creativo y dinámico a la hora de enfrentar situaciones de emergencia, como las catástrofes naturales o las crisis económicas, y es esa riqueza inventiva la que me interesa recuperar, que, a mi entender, demuestra una relevancia histórica central».

Hitos y ocultamiento

Este fenómeno pertenece a una historia que para Gatica ha sufrido una suerte de «ocultamiento», en desmedro de los «grandes hitos», en una tendencia donde los movimientos generados desde la marginalidad muchas veces quedan fuera de este relato, incluidas las ollas comunes y el factor de género.

«La Historia que se nos enseñó a muchos en el colegio era la de los ‘grandes héroes’, casi todos hombres, provenientes de la elite o las Fuerzas Armadas, mientras el pueblo era presentado como una gran masa que respondía a los cambios históricos propiciados por estas personalidades. ¡Nada más lejos de la realidad!», exclama.

En ese relato, que en gran medida se sostiene hasta el presente en los colegios, el pueblo es pasivo y observador de los grandes procesos históricos, desconociendo con ello la enorme capacidad constructiva de los sectores populares.

Además de esta negación a las organizaciones del pueblo, para el autor es claro que hay un factor de género que ha alimentado este “ocultamiento”.

«Si es que el movimiento sindicalista logró posicionarse en la historia como un actor social importante, fue debido al papel que estos lograron tener en los cambios sociales. No obstante, este movimiento también fue dominado casi exclusivamente por hombres, siendo las mujeres delegadas a roles de acompañamiento o conminadas a permanecer en el espacio ‘privado’ del cuidado y sobrevivencia del núcleo familiar, lo que no era considerado como algo ‘político'», señala.

«Creo que justamente debemos revertir estas lecturas, tensionando el concepto de ‘lo político’ y del papel clave que han tenido las mujeres del pueblo en la supervivencia del mismo», sostiene.

Hechos cíclicos

Contra lo que pudiera creerse, al historiador Enrique Gatica no le extrañó la reaparición de las ollas comunes.

«Cuando revisamos la historia de la humanidad, nos damos cuenta que los acontecimientos tienden a ser más cíclicos que lineales, por lo que no me parece extraño que las ollas comunes vuelvan a aparecer en un periodo tan acotado de tiempo, aunque las circunstancias me sorprendieron bastante», apunta.

«La desigualdad en Chile es abismante y la llamada ‘clase media’ en realidad me parece bastante ficticia, considerando que su forma de vida depende de créditos, deudas y una fragilidad económica permanente. Entonces, no considero que el surgimiento de este tipo de organizaciones sea algo extraño en medio de una crisis social y económica».

Más allá de esa constatación, lo que sí le impresionó fue la rapidez con que las mismas aparecieron, lo que para él tiene que ver con la «paupérrima» gestión del Gobierno del Presidente Sebastián Piñera para enfrentar la pandemia y para asegurar el abastecimiento de las personas durante la cuarentena.

Para el especialista es importante ser conscientes de que el “problema del hambre” no es solamente algo material, que se vincularía a la carencia de alimentos o a la desnutrición propiamente tal, sino también es una “amenaza”, cuando peligra la supervivencia de las comunidades.

«Entonces, en un país con los recursos que posee Chile, que la amenaza del hambre apareciera con tanta premura, cuando recién comenzaban las cuarentenas, deja en evidencia la profunda desigualdad y el nulo sistema asistencial que poseemos», remata.

Diferencias

En cuanto a las diferencias entre las ollas comunes de este año y las de los años 80, Gatica ve similitudes preocupantes, pero también diferencias claves.

Por un lado, a su juicio existen similitudes importantes en el uso del espacio público y la significación de la olla común como espacio de denuncia, mientras cumplen una función concreta y material de conseguir el alimento para la comunidad.

«Estas similitudes, me parece, tienen que ver con el contexto represivo que ha propiciado el Gobierno de Piñera, donde se encuentra, además de la amenaza del hambre y altas cifras de desempleo, también con el riesgo de que las fuerzas represivas de Carabineros o Fuerzas Armadas violenten o repriman estas organizaciones populares, como ya ha ocurrido», explica.

En este sentido, le parece que existe un clima de bastante similitud, ya que en muchos espacios se ha asumido esta “doble lucha”, contra el hambre y en contra de la represión.

Un punto clave, en estas similitudes, es que muchas de las mujeres que participaban en las organizaciones de subsistencia en los años 80, hoy se encuentran nuevamente en las ollas comunes, transmitiendo este conocimiento acumulado, dice.

Sin embargo, por otro lado también existen diferencias importantes.

«Por una parte, aunque nos encontramos en un contexto altamente autoritario y represivo, que a mi entender no podemos calificar como ‘democracia’, tampoco podríamos hablar de ‘dictadura’. Estamos en algo intermedio quizás, pero esto tiene importantes diferencias en el funcionamiento de estas organizaciones», reflexiona.

Junto a lo anterior, una diferencia considerable sería la ausencia de antiguos “aliados” del pueblo que hoy no se encuentran, como serían la Iglesia católica, a través de sus programas de ayuda con Caritas o la misma Vicaría de la Solidaridad, y Organizaciones No Gubernamentales (ONG) que en los 80 apoyaron, con recursos y formación, a los participantes de las ollas comunes.

«Estos aliados se extrañan profundamente en el presente», admite.

Historia oral

En este contexto, a Gatica también le impresionó ver la palabra «HAMBRE» proyectada en el centro de Santiago en mayo del 2020.

«Creo que fue algo profundamente simbólico. La palabra ‘Hambre’ tiene una significación sumamente potente para cualquier sociedad, ya que podríamos decir que un régimen político ‘eficiente’ comienza enfrentando estas problemáticas. No sé si alguien podría decir que un Gobierno es bueno si es que hay hambre entre la población».

El historiador cree que para las autoridades, «que representan únicamente a la élite de este país», esa palabra les impactó profundamente, más que por una preocupación genuina por la gente, como un símbolo del fracaso del modelo neoliberal.

«Creo que al Gobierno le dolió profundamente que esta imagen saliera del país, por eso se apresuraron en censurar esta proyección, ya que el mensaje al resto del mundo es bastante potente: el modelo chileno ha fracasado», sentencia.

La cercanía o lejanía con la palabra “hambre”, cree el historiador, es una muestra evidente de la desigualdad en Chile, ya que para el pueblo fue un temor real y patente, mientras que para la élite, donde se encuentra el Gobierno, esa palabra fue una calumnia o un motivo de burla (como apareció en redes sociales con el hashtag “guatones con hambre”).

«Creo que el día de las protestas en El Bosque es un buen indicador del tipo de sociedad que tenemos en el presente, donde se encuentra un pueblo que ve amenazada su supervivencia por una sistema profundamente desigual, sin que existan mínimas garantías de ayuda del Estado, mientras que por otro lado la élite recién parecía ‘enterarse’ de la pobreza existente en el país», concluye.

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