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¿Sacar o no a Baquedano? La historia de la disputa por las estatuas en Chile CULTURA

¿Sacar o no a Baquedano? La historia de la disputa por las estatuas en Chile

Marco Fajardo
Por : Marco Fajardo Periodista de ciencia, cultura y medio ambiente de El Mostrador
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Es un debate de vieja data, que antes tuvo capítulos bastante bullados, como cuando en el Gobierno de Ricardo Lagos se instaló la estatua del Presidente Salvador Allende –realizada por el escultor de derecha Arturo Hevia– a un costado de la Plaza de la Constitución, frente al Ministerio de Justicia. O también, no hace mucho, con la estatua del almirante José Toribio Merino en un recinto de la Armada; los múltiples ataques que ha sufrido la imagen del senador Jaime Guzmán (UDI) en Las Condes; o el abandono en que se encuentra la que recuerda al general René Schneider, en la misma comuna.


Desde el estallido social y los mil colores con los que se ha pintado cientos de veces la estatua del general Manuel Baquedano en Plaza Italia, se instaló un debate no menor sobre la ubicación y conveniencia de estas figuras que, en distintas ciudades, buscan homenajear, recordar y enaltecer a alguna figura histórica.

Es un debate de vieja data, que antes tuvo capítulos bastante bullados, como cuando en el Gobierno de Ricardo Lagos se instaló la estatua del Presidente Salvador Allende –realizada por el escultor de derecha Arturo Hevia– a un costado de la Plaza de la Constitución, frente al Ministerio de Justicia. O también, no hace mucho, con la estatua del almirante José Toribio Merino, en un recinto de la Armada; los múltiples ataques que ha sufrido la imagen del senador Jaime Guzmán (UDI) en Las Condes; o el abandono en que se encuentra la que recuerda al general René Schneider, en la misma comuna.

«Si uno revisa la historia de la propia monumentalidad urbana en Chile, nos podemos encontrar con importantes casos de instalación, desinstalación, robos, desapariciones, etc., de esculturas que han pasado desapercibidas», explicó el educador y museólogo Leonardo Mellado, exasesor del Museo Histórico Nacional.

[cita tipo=»destaque»]Para el director del Museo de Santiago es difícil establecer qué decisión tomará la autoridad al respecto, ya que, pasado un año del estallido, «al parecer la estatua de Baquedano se ha convertido en un trofeo en disputa, delimitado por un lado por el valor representativo de la estatua en cuanto monumento que unos defienden y, para otros, como el espacio simbólico en que se resume el movimiento social y ciudadano (…). De hecho, no es gratuito que el Presidente Piñera fuera a tomarse una foto a los pies de la estatua en pleno periodo de pandemia y cuando ya había sido limpiado y pintado el monumento. Eso denota el valor simbólico de un espacio en disputa».[/cita]

En el marco del estallido social del 2019, varias estatuas fueron derribadas o vandalizadas a lo largo del país. En la Plaza de la Independencia en Concepción, fue derribado un monumento al conquistador español Pedro de Valdivia; en Arica sucedió algo similar con la estatua de Cristóbal Colón; mientras en Temuco fue el turno de Arturo Prat; y en Punta Arenas, la figura de José Menéndez, principal responsable del genocidio selknam.

Según el historiador y cronista urbano Volker Gutiérrez, estos hechos responden a una lucha cultural: «Uno siempre quisiera que todo cambio –y la historia humana es de cambio permanente– se desarrolle de manera pacífica. Pero la resistencia obstinada, violenta a esos cambios, provoca que tales transiciones también tengan episodios de violencia».

Lo sucedido el último año con ciertas estatuas no es un proceso exclusivo de Chile, sino que también ha sucedido en países como EE.UU., Bélgica e Inglaterra.  «Esto no es solo un fenómeno del Chile actual, ha ocurrido en Estados Unidos después de la muerte de George Floyd con toda la monumentalidad asociada al supremacismo y la esclavitud; ocurrió con los monumentos a los personalismos del régimen soviético luego de la caída del muro; los símbolos del nazismo posterior a la Segunda Guerra Mundial; también fueron removidos los símbolos imperiales luego de la Primera Guerra Mundial y los símbolos monárquicos con las revoluciones liberales de los siglos XVIII y XIX», destacó el historiador y director del Museo de Santiago, Andrés Mosqueira.

Para Mellado, en tanto, la remoción de estatuas durante el estallido da cuenta de un proceso de resignificación simbólica, que proyecta también una necesidad de representar a otros sujetos, otros actores. «Proyectan también la rabia y el descontento contenido sobre discursos hegemónicos que en su momento contaban con otra valoración, especialmente desde el Estado. La resignificación también representa el que algunas comunidades locales han tomado conciencia de su rol social, de su representación, o más bien la invisibilización, de sus identidades, historias y memorias», explicó.

En esa línea, Mosqueira agregó que «lo vivido con el estallido social no es una sola demanda, sino muchas demandas simbolizadas en un acto de irrupción de descontento. Es por ello que, al interior del estallido, encontramos la demanda por el sistema previsional, el tema de género, la demanda de los pueblos originarios, el Tag, entre otras tantas. Por ello, no podemos reducir la remoción de estatuas a una sola demanda, pero sí al mismo fenómeno: la falta de sentido que para una sociedad en ebullición tiene toda esta monumentalidad. Como ejemplo podemos evidenciar que, en términos de representación simbólica del momento, eran más relevantes los dibujos, pinturas y collages que estaban en la Alameda que lo que representan las figuras de Baquedano, las iglesias o los símbolos institucionales».

¿Qué hacer con Baquedano?

La propia estatua de Baquedano, obra del escultor Virginio Arias, fue instalada en su emplazamiento actual en 1928. La plaza, erigida en época de Benjamín Vicuña Mackenna, antes se denominó Plaza La Serena, Plaza Colón y Plaza Italia. Este último nombre se debe a la estatua que regaló la colonia italiana a Chile en el marco del primer centenario de la República y sigue en un lugar adyacente.

En vista del carácter de la plaza como lugar usual de manifestaciones políticas o deportivas, la Plaza Italia fue uno de los epicentros del estallido de 2019, con manifestaciones y barricadas a partir del mismo 18 de octubre, un lugar donde, producto de la represión de Carabineros, murieron los trabajadores Mauricio Fredes, Cristian Valdebenito, donde fue baleado el estudiante Gustavo Gatica y, hace no mucho, un joven de 16 años fue empujado al lecho del río Mapocho.

En la misma plaza fue derribada una estatua menor, la del Soldado Desconocido, que estaba ubicada al costado de la del general Baquedano. Por eso, en octubre el Ejército planteó trasladar el monumento hacia su sede institucional cerca del Parque O’Higgins, ya que Baquedano (1823-1897) fue un militar que actuó en zona mapuche, lideró al Ejército en la Guerra del Pacífico y fue senador tras la Guerra Civil de 1891.

«Sinceramente no sabría decir si el monumento al general  Baquedano permanecerá o será removido, puesto que esta decisión recae en quienes están llamados a hacer cumplir la ley», opinó Mellado en referencia a la norma 17.288 que regula los monumentos nacionales.

El tema, a su juicio, es que ese la figura de Baquedano –con sus valores históricos y ciertos principios– quedó descontextualizada de lo que hoy representa la Plaza Italia: «Esto nos debiese llevar a reflexionar acerca de si los monumentos deben ser concebidos ad eternum en un lugar».

En ese sentido, Mellado dijo que el ideal es que existan procesos democráticos y participativos que permitan socializar esta toma de decisiones. Algo en lo que coincide Gutiérrez, para quien desde hace ya un tiempo la Plaza Baquedano se ha transformado en el principal hito público de Santiago y del país, por tanto, de haber una estatua en ese espacio, debiera ser la que la ciudadanía elija, democrática y participativamente.

«En ese sentido, al calor no solo del estallido social, sino de las ideas que expresan los valores que hoy por hoy se hacen sentir con fuerza en Chile, creo que la estatua a Baquedano debiera ser removida e, incluso, el nombre de la plaza misma cambiarse por el de Dignidad, algo que no es extraño a nuestra historia, si recordamos que desde la época del intendente Vicuña Mackenna la plaza ha cambiado de nombre y la estatua que la corona también», recalcó Gutiérrez.

Para el director del Museo de Santiago es difícil establecer qué decisión tomará la autoridad al respecto, ya que, pasado un año del estallido, «al parecer la estatua de Baquedano se ha convertido en un trofeo en disputa, delimitado por un lado por el valor representativo de la estatua en cuanto monumento que unos defienden y, para otros, como el espacio simbólico en que se resume el movimiento social y ciudadano (…). De hecho, no es gratuito que el Presidente Piñera fuera a tomarse una foto a los pies de la estatua en pleno periodo de pandemia y cuando ya había sido limpiado y pintado el monumento. Eso denota el valor simbólico de un espacio en disputa».

Cambia, todo cambia

En síntesis, cada estatua es hija de su tiempo. Las formas y emplazamientos de las ciudades se deben también a decisiones tomadas en contextos específicos y que no son los mismos. Así como la ciudad cambia, los usos y valores de los espacios también y de la misma manera ocurre con los monumentos, dijo Mellado. «Estos monumentos, verdaderos cenotafios, a mi juicio, representan elementos que una sociedad en un tiempo determinado consideró dignos de recordar, pero como la cultura es dinámica, la relación que las comunidades y el propio Estado construyen con su patrimonio cambia», agregó.

Para Mellado, el patrimonio es en sí mismo un campo en disputa, un territorio simbólico lleno de tensiones ideológicas y visiones políticas, por tanto, no es posible descartar que sobre estas materias exista una discusión política: «De hecho, tiene que haberla y debiesen primar sobre ello principios democráticos representativos y participativos de cara a la ciudadanía, dado que el patrimonio es patrimonio porque en él subyacen elementos de identidad, valoraciones simbólicas, estéticas, históricas, formales, etc., y una serie de otras cualidades».

Gutiérrez coincidió en que los monumentos públicos son una representación simbólica de ideas y acontecimientos que se valoran en determinado momento. Por lo mismo –a su juicio–, son parte de la discusión política, cultural e ideológica que se esté desarrollando. «No se trata de una discusión aséptica, sin contexto y sin actualidad. En cada cambio de época es natural que los símbolos que han predominado en determinada sociedad sean cuestionados. Así ocurrió, por ejemplo, durante la Revolución Francesa o durante la caída de los regímenes socialistas a fines del siglo pasado en Europa. Y así está ocurriendo hoy en Chile y en distintas partes del mundo, cuando una gran mayoría desea vivir en sociedades más justas y, por lo mismo, rechaza que en el espacio público haya homenajes a personajes que fueron esclavistas o participaron en verdaderos genocidios, como ocurrió con el pueblo mapuche, por ejemplo», destacó.

Para Mosqueira, quizás más que afectar la discusión política, la afectación a los monumentos es parte de las características o manifestación que esa discusión política adquiere: «Aunque estatuas y monumentos definen o representan un momento específico, su permanencia en términos estrictos da cuenta del proceso de acumulación histórica que tiene una sociedad en el tiempo largo, como diría Braudel. Esto no obsta en todo caso a que esos símbolos o ese patrimonio no entre en una verdadera crisis representativa del momento actual y, por tanto, todo aquello que no es capaz de simbolizar o representar el aquí y el ahora pierde valor y significación».

Añadió que «particularmente en el caso del Chile actual, estamos en un momento interesante de tensión política entre el poder ciudadano representado por el estallido social, y el poder oligárquico representado por el mundo político, que no ha logrado sintonizar en lo profundo con la demanda social y, mucho menos, darle conducción al proceso. Por ello, todos los símbolos que refrendan ese ‘viejo orden’ se descapitalizan desde el punto de vista de la representación social y política».

Estatuas presentes y olvidadas

«Cuando fallece un pariente cercano ocurre que su tumba es visitada constantemente por sus deudos. Pero, con el correr del tiempo, nos parece natural que las visitas sean más esporádicas, salvo cuando el personaje dejó una estela muy marcada y que trasciende generaciones. Lo mismo ocurre a nivel de sociedad o de país», reflexiona Gutiérrez sobre lo que sucede con algunas estatuas que están bastante abandonadas.

«En el Cementerio General de Santiago, por ejemplo, uno va a encontrar que la tumba de Violeta Parra siempre está con flores y homenajes recientes. Y ello sin duda obedece a que el legado de la folclorista es de talla mayor y trasciende a su época. A nivel mundial pasa lo mismo en otras latitudes. No es casual lo que ocurre con el Presidente Allende, si recordamos que en un programa de televisión fue elegido como el personaje más importante de la historia chilena. Y por algo tiene plazas, calles y placas dispuestas en varias ciudades del mundo. No se puede decir lo mismo de quien encabezó el golpe de Estado que acabó con su Gobierno», precisó.

En efecto, ello da cuenta de la vigencia, sentido de representación y visión política que se tiene de tales o cuales monumentos. Habla de las memorias activas y de aquellas que han perdido fuerza o que, simplemente, dejaron de ser memoria y pasaron al olvido, comentó Mellado: «Eso no es solo de Chile, sino que ocurre también desde tiempos ‘inmemoriales’. Se expresa, por ejemplo, en los yacimientos arqueológicos y ciudades olvidadas que, pese a existir en las fuentes de la historia, tuvieron que estar sujetas a la imaginación y búsqueda de exploradores y arqueólogos para volver a ser significadas, pero ahora con otros valores y sentidos».

Según Mellado, la figura de Salvador Allende está vigente en la memoria sociopolítica nacional, lo que explica su vigencia, pero «basta con recorrer el bandejón central de la Alameda en Santiago y contemplar muchos bustos y esculturas de personajes, que parece ser más un mausoleo que un espacio urbano de carácter público».

«Yo diría que acá se revelan dos cosas interesantes: por un lado, el ejercicio historiográfico materializado en obras monumentales como parte de la conservación de la historia, aunque esta pueda ser debatida permanentemente y actualizada a la luz de nuevas miradas y cruce de fuentes y, por otro lado, la pulsión permanente de la memoria histórica, que –como dice Pierre Nora– lucha por permanecer y persistir a pesar de los embates del olvido», reflexionó Mosqueira.

En ese contexto, algunas figuras representativas van adquiriendo preeminencia sobre otras, erigiéndose de manera casi icónica y despercudida de cualquier falla o defecto. Esa pulsión de memoria, busca también canales o figuras a través de los cuales también reconfigurar el presente y, en ese sentido, la figura de Allende ha emergido entre las generaciones más jóvenes como símbolo de una búsqueda de cambio del modelo social o paradigma, comentó.

«Quizás uno de nuestros grandes problemas como país, es no habernos hecho cargo durante muchos años de nuestra historia, y no porque esto no fuese un ejercicio importante o porque fuera un acto intelectual reservado solo para los historiadores, sino porque existe, creo yo, un cierto temor de mirarnos tal cual somos como país o como sociedad y por eso en cierto modo, durante mucho tiempo, vivimos sobre la base de un espejismo que de vez en cuando comienza a desvanecerse», advirtió.

Guzmán y Schneider

Las estatuas de Jaime Guzmán y del general Scheider comparten el no representar gráficamente la figura que destacan. Un ejemplo de que algunas estatuas tienen una figura literal y otras una más abstracta.

Gutiérrez rememora que, con la instalación de la estatua a Diego Portales, en 1860, frente a La Moneda, se inauguró recién en el país aquello de homenajear a individuos específicos. De ahí en adelante, las ciudades de Chile vieron aparecer en metal o piedra las figuras de distintos personajes destacados en la historia oficial: la mayoría militares, sacerdotes o intelectuales, escasas mujeres, obreros o indígenas.

«Sin ser experto en este tema, estimo que el propósito de rendir homenaje a una persona, no a través de una escultura al individuo, sino a una idea más abstracta, busca precisamente idealizar la imagen del personaje. En el caso del homenaje a Guzmán, uno de los ideólogos de la Constitución del 80, a la luz de lo que acontece hoy en el país, me parece significativo destacar que se ubica en el límite de las comunas de Las Condes y Vitacura, pues los ciudadanos rechazaron la prevista locación original, frente a la plaza Baquedano. O sea, es una obra dedicada al 20% de los chilenos que hoy no desea cambiar hacia un país más justo y democrático», destacó.

Dentro del ámbito de la monumentalidad y combinado con el ejercicio escultórico, las obras pueden ser figurativas o abstractas. Es por ello que se encuentran monumentos o estatuas con representaciones reales y a escala humana de aquellos sujetos a quienes se quiere relevar u homenajear u, otras, en donde al artista más bien da rienda suelta a una interpretación subjetiva del sujeto o acontecimiento. Ambas igualmente válidas, según Mosqueira.

Pero, junto con el aspecto estilístico, está también inserta en dicha monumentalidad la carga simbólica que estos connotan, enmarcados ciertamente dentro de un tiempo y un espacio que los define. En ese aspecto, el monumento del general Schneider aparece desprovisto de cualquier carga representativa o simbólica. El ejercicio escultórico y monumental busca instalar una cierta asepsia respecto del nombre y lo que él representaba en su momento, más allá incluso de la intención del artista, cuya finalidad era realzar las características del asesinado general.

«La verdad es que, a pesar de la altura y magnitud de la obra, hoy es un monumento al olvido. Pocos santiaguinos saben o pueden reconocer en él a la figura del militar que hizo del respeto a la Constitución e institucionalidad una doctrina y, mucho menos, permite conocer los detalles de la escabrosa muerte a manos de un grupo armado de ultraderecha», lamentó Mosqueira.

Lo mismo ocurre, dijo, con la monumental obra que conmemora a Jaime Guzmán: está desprovista, en sus palabras, de la referencia real al personaje y constituye más bien un ornamento urbano que dice poco de la figura, el rol y trascendencia de la persona.

«Para el caso de las estatuas y monumentos, me aventuro a generar un juicio, respecto a la forma eufemística en que hemos asumido nuestra narración histórica, donde buscamos ciertas formas retóricas para adornar no solo nuestras calles, plazas y parques, sino también aquello que nos podría dar cabal conocimiento de nuestro pasado para leer el presente y proyectar el futuro», analizó.

Mellado explicó que la representación figurativa, naturalista o no, pasa por varias decisiones y factores, sean estéticos, de requerimientos de quienes pretenden conmemorar, decisión del artista, de emplazamiento y también consideraciones políticas. «Hablamos de personajes políticos, que además sufrieron atentados políticos, por lo que a mi juicio la decisión es principalmente política, que conmemora y a su vez intenta hacer menos visible y menos notoria la figura física del conmemorado y, quizás, acentuar los principios y valores que se pretende de ellos destacar desde una versión más abstracta y simbólica», concluyó.

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