Con solo 16 años, Amanda se ha hecho un nombre en la escena musical chilena. Ganadora en dos oportunidades del prestigioso concurso “Toca el Cielo” de Radio Beethoven, planea seguir estudiando para algún día considerarse una pianista profesional. Si bien recibe apoyo de la Fundación para el Talento Juvenil (FundacEK), no ha sido fácil seguir adelante en su carrera: falta de reconocimiento social y un escaso campo laboral son algunas de las barreras. “Hay muchos jóvenes talento que se pierden, se caen, y eso es muy triste”, cuenta.
El piano llegó sin que tuviera que pedirlo. Amanda Naranjo, a los 6 años, no tenía cómo saber que ese regalo de navidad cambiaría su vida.
—Quizás le gusta —le dijo una de sus tías a sus padres, quienes ya notaban que podía pasar horas con el pequeño piano de juguete sin aburrirse. Sin distraerse.
Su padre, músico autodidacta, posiblemente tomó la decisión de regarle el instrumento cuando vio la impresión que la causó una canción que sonaba en la radio del auto.
—¿Qué es ese sonido? —preguntó ella, incrédula ante la belleza de la melodía.
—Es un pianto —le contestó su padre.
Silencio.
—Quiero estudiar piano —dijo con una determinación que impresionó a su familia.
Amanda no recuerda exactamente cómo aprendió a tocar. Solo recuerda que escuchaba melodías de El Chavo de las 8, las cuales lograba replicar con facilidad en el piano. “A ver, toca esto”, le decía su padre, alegre al descubrir que su hija tenía una habilidad extraordinaria. Su madre, emocionada, se preocupaba de darle la comida en la boca para que no tuviera que interrumpir sus sesiones.
—¿Tienes oído absoluto?
—No.
—Pero bueno, ¿o no?
Se toma un minuto y responde tímidamente:
—Eso espero.
Lo que podría haber sido un simple pasatiempo se transformó en una vocación innata. En un compromiso. Sus padres sabían que su talento necesitaba un lugar para desarrollarse, así que la llevaron al Conservatorio Nacional de Música, donde tendría la oportunidad de estudiar con la pianista y profesora Marcela Lillo.
Amanda tenía siete años y hace poco había sido diagnosticada con diabetes tipo 1, lo que implicaba medirse la glicemia y restringir el consumo de azúcar. El primer año fue el más complejo: “Te tienes que adaptar, hay que acompañar a la persona. Debes hacerte amigo de la enfermedad, porque no se va a ir. Amanda estuvo hospitalizada, creo que esto la hizo madurar más todavía”, recuerda su madre, Flor Martínez.
Amanda no se desanimó. El piano era su vida y no iba a dejar que una enfermedad se lo quitara. Siguió estudiando en el Conservatorio por dos años y luego cambió a clases particulares. Cuando le preguntaban qué era lo que hacía en esas horas extras, respondía con orgullo:
—Estudio piano.
—Ah, es un hobby —le respondían sin tomarla en serio.
—No, yo quiero ser pianista —aclaraba.
Muchas veces se sintió fuera de lugar entre sus compañeros. La miraban raro, no comprendían su afición por la música y cuando intentaba explicar su pasión, su discurso los terminaba aburriendo.
—¿No apreciaban lo que hacías?
—Yo creo que hay un gran vacío. No se le da el valor que merece. Es como frustrante, hay que entrar a explicar, hay que aclarar. Falta mucha educación en este tema.
—¿En qué sentido?
—Falta educación cultural. Es triste que la música se asocie a la gratuidad. La gente está acostumbrada a pasar al lado de los músicos que tocan en el metro, sin escuchar nada. No saben que detrás hay un esfuerzo económico de los músicos y horas y horas de estudio, miles de notas, miles de detalles. El arte está muy desvalorizado.
—La música se asocia a la gratuidad a pesar de que estudiar música tiene un alto costo.
—Es caro estudiar piano. No solo el conservatorio, sino el instrumento, la mantención del instrumento, es todo muy caro, y lamentablemente por esas razones es como si la música fuera una élite, porque al final es muy difícil conseguir un buen instrumento de primera. Además, por falta de apoyo, hay muchos jóvenes talento que se pierden, se caen, y eso es muy triste.
A los 11 años Amanda ingresó al Instituto de Música de la Universidad Católica (IMUC) bajo la tutela de Mario Alarcón Canales. Él se transformaría en su inspiración: “Quiero seguir sus pasos. Creo que una de las cosas que me gustaría ser algún día es profesora y continuar con un círculo de enseñanza que se traspasa de generación en generación”, cuenta.
Dos años después llegó la oportunidad de probar su talento en el Primer Nivel del concurso “Toca el Cielo”, organizado por Radio Beethoven. El certamen fue un proceso largo en el que debió someterse a la votación popular durante un mes y medio para luego, tras ganar un cupo, enfrentar la ronda final en la que los jueces eligen al ganador.
Habían sido meses de preparación, con altos y bajos. Por primera vez, Amanda participaba en un concurso grande. “Tenía ganas de vivir la experiencia, más que ganar, quería saber qué se sentía estar ahí”, recuerda.
Al entrar en el Centro Cultural CopArtes de Las Condes se impresionó del tamaño del teatro. ¿Qué hacía en un lugar así? La invadió el nerviosismo. Y el frío. Por suerte, usaba guantes para evitar que sus manos se enfriaran. Trató de mantener la calma. Los participantes comenzaron a tocar y Amanda notó que una de ellas se quedó en blanco y se vio forzada a retirarse. La escena la distrajo. Ahora era su turno. Su primera ronda fue difícil, ya que nunca había tocado ese piano. Todo estaba en silencio. Ella y su instrumento. Al comienzo le costó concentrarse, pero después se soltó y disfrutó la experiencia con una sonrisa en su rostro.
Amanda había preparado un total de 8 piezas clásicas, repartidas en 3 etapas. La primera duró 5 minutos, la segunda 15 y la última más de 20. Al finalizar, reunieron a todos los participantes y dieron los resultados. “Fue tan impresionante que con mi mamá nos miramos y nos pusimos a llorar. Era inesperado, no pensé nunca que podía ganar”, recuerda.
Dos años más tarde, esta vez en el Segundo Nivel del concurso, Amanda vivió una experiencia diferente. Conocía a casi todos los participantes y se sentía tranquila. El ambiente tenso de la primera vez había dado paso a algo lúdico.
—¿Sentías presión por volver a ganar el concurso?
—A mí me gusta ir a los concursos con el objetivo de crecer. Uno crece cuando conoces a sus pares, hay una experiencia bonita en ese compañerismo.
—¿El premio pasa a un segundo plano?
—Lo que más me interesa es el conocimiento, llenarme de lo que pueda.
Cuando anunciaron que había ganado nuevamente la competencia, Amanda aguantó las lágrimas. No quería llorar en el escenario. “Todas se merecían un premio”, admite.
Amanda piensa que en Chile la música nunca ha sido prioridad y que a los niños y niñas se les desincentiva de esta carrera al decirles que se “van a morir de hambre”.
Existe, en sus palabras, una suerte de vacío cultural que solo es llenado, en parte, con el apoyo de personas e instituciones. Un pequeño grupo de gente que cree en los talentos y trabaja para que crezcan.
Amanda reconoce que sin el apoyo de su profesor, Mario Alarcón, no estaría donde está. Le tocó vivir momentos difíciles por su enfermedad que la llevaron a pensar que no sería capaz de continuar, pero su maestro siempre tuvo palabras de aliento: “Aquí tú puedes comer todos los dulces que quieras, aquí puedes perder el control, aquí nadie te va a restringir nada”, le decía, intentando transmitirle que cuando estuviera con el piano no había límites
El año 2018 ingresó a la Fundación para el Talento Juvenil – Elsie Küpfer de Wernli, más conocida por su abreviación FundacEK, donde ha recibido apoyo integral y personalizado para desarrollar su talento. “Cuando uno ve hacia atrás, se da cuenta de todos esos empujoncitos que te fueron dando. En el caso de la Fundación, han sido de mucha ayuda las sesiones con la psicóloga, los talleres, las oportunidades de compartir con los demás beneficiarios. Fueron un conjunto de experiencias que me ayudaron a crecer. Es muy preciosa la labor que hacen, porque ayudan a los talentos que por determinadas razones no pueden surgir o crecer, y los impulsan”, cuenta.
—Llevas mucho tiempo estudiando piano. ¿El estudio es eterno?
—Yo no me considero pianista todavía, pero sí estudiante de piano. ¿Cuándo se tiene la certeza de decir “yo soy pianista”? No creo que sea solo conocimiento, sino también experiencia. Para denominarse pianista deben pasar muchos años. Es un camino muy largo.
—Las carreras universitarias duran en promedio 5 años. Y tú llevas 9 años de estudio y todavía no alcanzas el título.
—El piano nunca se deja de aprender.
—¿Por qué es tan complejo?
—Hay piezas que van mucho más allá de las notas. Son hasta súplicas, desahogos. La complejidad del instrumento y de la música clásica es que hay demasiada información en la partitura, hay muchas emociones contenidas. Son las mismas emociones de los compositores, es como que cada pieza fuera una época distinta, una vida distinta. Una de las cosas más complejas es la interpretación, es algo muy profundo y muy personal.
—¿A qué te refieres con “personal”?
—Cada persona va a tener una interpretación distinta dependiendo de su experiencia. Si yo me pongo a tocar una pieza de Chopin es una cosa, pero alguien de 50 años, ahí hay toda una historia detrás de esa persona, hay mucha experiencia, emociones. Claramente la interpretación, el significado que cada individuo le dará a esa pieza va a ser distinto: para una niña de 5 años, esa pieza la va a tocar tal cual, como lo dice la partitura, pero esta persona de edad la va a tocar de la misma forma que la partitura, pero va a poner lo suyo. Una de las cosas más difíciles de la interpretación es que la persona que está interpretando logre entregarle los sentimientos que está teniendo al tocar y logre transmitir las emociones al público.
—¿Cómo te ves en diez años más?
—Es difícil esa pregunta porque uno puede esperar muchas cosas, pero no se sabe. Ojalá sin pandemia. Estar donde sea, pero con el piano.