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“Expediciones al núcleo de la zoología moderna” de Ricardo Elías: el absurdo de la vida o lo patético de la existencia CULTURA|OPINIÓN

“Expediciones al núcleo de la zoología moderna” de Ricardo Elías: el absurdo de la vida o lo patético de la existencia

Una manera ingeniosa y metafórica de referirnos a un país, sin duda, edulcorado de injusticias, alienaciones, hipocresías, arribismos, donde los privilegios le siguen perteneciendo a unos pocos. La simpleza de la narración devela, por tanto, su politicidad, sin caer en rudimentarios manotazos retóricos. Hay ingenio, cómo no, y el autor es consciente del sentido de sus palabras, en un entorno de bajo pueblo, gris, a veces salvaje, donde las oportunidades escasean, y hay que sobrevivir de alguna forma u otra.


“Al cabo de unos minutos, un anciano de casco amarillo se puso a bailar en medio del salón como si fuera lo último que hiciera en la vida. Otros dos tipos lo siguieron. Aquello fue como un combustible para la banda. Parecieron despertar. Tocaron una canción tras otra sin pausa alguna. John Rice se apoderó del escenario saltando y pateando los parlantes. Lanzaba el micrófono en dirección al techo, se revolcaba en el suelo. Estaba en Woodstock”, fragmento del libro.

Ricardo Elías (Santiago, 1983) es autor de «Cielo fosco», (Libros de mentira, Chile, 2014) y la novela «A la cárcel», ganadora del V Concurso Internacional de Novela Contacto Latino 2017 en Columbus, Estados Unidos (Pukiyari Publishers, Estados Unidos, 2017 y Editorial Alto Pogo, Argentina, 2018). Sus textos han aparecido en antologías de Chile, España y Zimbabue. Actualmente reside en la ciudad de Viña del Mar.

«Expediciones al núcleo de la zoología moderna» (Editorial Libros del Fuego, 2020), mantiene la línea hilarante de sus anteriores producciones, en este caso: un ilustre explorador naturalista que investiga una curiosa comunidad de primates no clasificada. Alfareros vengativos que fabrican armas de greda contra restaurantes de comida china. Una banda de rock cuya formación se hizo posible por un carrito de completos y papas fritas. Un asado en una cabaña de playa que pintaba perfecto, pero desajustado por una visita incómoda llena de historias increíbles. Enanos que salen del retrete de una familia con problemas económicos, a los cuales el protagonista los cobra peaje. Un profesor cesante obsesionado con un cuidador de autos que lo persigue, y quien es, como todos los cuidadores de autos, un agente de espionaje.

Estos son algunos de los cuentos que bien nos hace pensar sobre el absurdo de la vida o lo patético de la existencia, y más aún, el absurdo y lo patético de una sociedad, sus estructuras de poder, sus relaciones sociales. Eso sí, el humor negro y hasta sardónico desplegado por el autor a veces no es tan evidente, más bien se cuela en los intersticios de diálogos y descripciones que mantienen una estructura aparentemente sobria y sucinta.

Veamos un ejemplo:

“Taru narró, a la luz de la fogata, ciertas particularidades de los simios del valle a quienes los indígenas de la zona llamaban Aoaku. Se alimentaban de los frutos caídos a los pies de los árboles, nunca subían a tomarlos directamente de las ramas. Pero lo más llamativo era su sistema social. Taru, que al igual que los demás miembros de su tribu, había cohabitado con los Aoaku toda la vida, describió su comportamiento: se organizaban en grupos o familias y estas en comunidades. Día a día, los miembros de las comunidades se encargaban de recoger los frutos caídos, casi todos reventados o medios putrefactos. Esta fruta era depositada en grandes almacenes custodiados por la familia principal: un grupo de simios sedentarios que no hacía otra cosa que recibir y administrar lo recolectado. Por cada montón de fruta entregada, los recolectores eran premiados con una. Este acto, que podía ser leído como un intento de preservación de los recursos naturales, representaba un consumo alimenticio muy bajo y hacía que entre los simios se propagaran enfermedades relacionadas con la desnutrición” (pág. 13-14).

Una manera ingeniosa y metafórica de referirnos a un país, sin duda, edulcorado de injusticias, alienaciones, hipocresías, arribismos, donde los privilegios le siguen perteneciendo a unos pocos. La simpleza de la narración devela, por tanto, su politicidad, sin caer en rudimentarios manotazos retóricos. Hay ingenio, cómo no, y el autor es consciente del sentido de sus palabras, en un entorno de bajo pueblo, gris, a veces salvaje, donde las oportunidades escasean, y hay que sobrevivir de alguna forma u otra.

“Juan Ruiz y Miguel Soto tocaban en The Mitical Cool & Round, una banda que versionaba grupos de rock de los años setenta. Así como John Rice era el nombre artístico de Juan Ruiz, Miguel Soto ostentaba el de Mike Sotomayor (…). El bajista era reparador de canaletas. El baterista, vulcanizador. Se habían conocido en ese mismo carrito, a la luz de los postes del alumbrado y el aroma a fritura de las papas” (pág. 49).

A pesar de que no hay mayor profundidad en la trayectoria psicológica y moral de los personajes, el autor pareciera enfocarse, sin embargo, en la construcción de sujetos insípidos o hiperbólicos, que exacerban la naturaleza paródica de la narración. Una realidad inverosímil donde el humor es pieza fundamental, casi un bálsamo en estos tiempos, y no muy distinta a cuando encendemos la TV, leemos los diarios de circulación nacional, o bien damos likes sin cuestionamiento en redes sociales. Nada del otro mundo, pareciera decirnos el autor.

“(…) El muchacho de balística entró a la sala cargando una bolsita rotulada con un número.
–Glock de 9 y cartucho de escopeta –anunció.
Tristán tomó la bolsita, la puso sobre la mesa y se la acercó al comisario, pero Lander estaba más pendiente del muchacho de balística:
–¿Así que te estay comiendo a la Marichi? –lanzó balanceando el dedo índice en dirección al pálido rostro del joven” (pág. 31).
“(…) Un cuidador de autos vigila e informa, esa es su tarea real. Y no miren así, todos los gobiernos del mundo cuentan con organismos de control y vigilancia, hay que »velar por la seguridad nacional«. Claro, aquí no tenemos agentes de corbata y lentes oscuros, tenemos unos cuidadores de autos más ordinarios que un flato. ¿A quién se le ocurrió esa idea? Nadie lo sabe” (pág. 127).

Entre los cuentos, D.E.L.E. destaca no solo por el humor que, a esta altura, debería darse por descontado, sino por la complejidad afectiva que comparece (la soledad, el abandono, pero también la pulsión detectivesca que se despliega), prescindiendo de la compasión o la indulgencia (o de frentón: la infantilización) con que no pocas veces se abordan historias que involucran a adultos mayores, jubilados o cesantes. Este texto junto con el cuento homónimo y The Mitical & Round son lo mejor logrado del volumen. En contraste, por ejemplo, con Tiburón que no logra despegarse del anecdotario y lo predecible. Ya la juventud o los adultos que se creen jóvenes son una fórmula trillada y sumamente perezosa.

Sea como sea, Elías ha tomado un camino propio, original y se le agradece. La búsqueda de nuevos temas nos hace pensar que no todo está perdido en el campo de la literatura chilena, más aún cuando las aguas parecieran moverse en otra dirección.

Ficha técnica

Ricardo Elías.

Expediciones al núcleo de la zoología moderna.

Editorial Libros del Fuego, 2020.

148 páginas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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