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Un clásico: ad portas de cumplir 40 años de existencia, libro cuenta la historia del Cine Arte Normandie CULTURA

Un clásico: ad portas de cumplir 40 años de existencia, libro cuenta la historia del Cine Arte Normandie

«La vieja escuela» (Pehoé Ediciones), de los académicos Iván Pinto, Claudia Bossay y María Paz Peirano, es una investigación coral de archivos y múltiples voces que abarca antecedentes previos, su concepto formativo y el lugar otorgado a la programación y la crítica en una experiencia clave de la cultura cinematográfica de Chile. «A pesar de las dificultades, ha sabido adaptarse muy bien a los distintos contextos en que se ha desenvuelto. Es de esperar que la revalorización de las salas de cine como puntos de encuentro con otras personas, y no solo de consumo, también facilite su continuidad», señala Peirano.


Un repaso a la historia del clásico cine-arte Normandie de Santiago hace «La vieja escuela» (Pehoé Ediciones), de los académicos Iván Pinto, Claudia Bossay y María Paz Peirano, que el próximo año cumplirá 40 años de existencia.

Se trata de una investigación coral de archivos y múltiples voces que abarca antecedentes previos, su concepto formativo y el lugar otorgado a la programación y la crítica en una experiencia clave de la cultura cinematográfica de Chile.

El trabajo, que puede ser descargado libremente, además incluye una plataforma online sobre el lugar, uno de los íconos de la capital.

Origen

Pinto cuenta que el origen del libro se vincula al «interés genuino que teníamos como investigadores y cinéfilos sobre la historia del Cine Normandie, esto, porque sentíamos que había sido una base formativa para muchas generaciones, y por supuesto para nosotros».

A partir de este impulso, los autores tomaron contacto con el Cine Arte Normandie (Mlidred Doll y Scarlett Bozzo), con quienes postularon a un Fondo audiovisual de investigación, el que finalmente adjudicó. Todo el trabajo se realizó en conjunto con el cine, que facilitó dependencias así como acceso a sus archivos.

«Con ello pudimos escanear parte importante del archivo de catálogos de programación y cuadernillos con críticas, así como desarrollar la investigación», señala Bossay.

«Los objetivos centrales del libro eran dar a conocer la historia tras el cine, sus antecedentes y orígenes, así como el lugar formativo respecto a sus espectadores a partir de su cuidada programación e interesantes reseñas críticas. La idea era difundir este trabajo que aún desarrolla, pero centrándonos en los períodos de las décadas de 1980 y 1990», dice.

Peirano complementa que los tres tenían una historia personal con el Normandie, fue parte importante en su propia formación como cinéfilos, y conocían a colegas de su y otras generaciones (investigadores, periodistas, realizadores, etc.) para los cuales el cine fue muy importante, tanto como espacio de encuentro y entretención, como también como espacio de aprendizaje.

«Por lo tanto, nos parecía importante rescatar toda esa labor y reconstruir los modos en que se fue construyendo un espacio cómo éste, entender cómo se llega a ser espectador/a de cine gracias a estos espacios. El caso del Cine Arte Normandie es fundamental para entender la historia de la cinefilia de Santiago, y eso nos fascinaba», señala.

Principales hallazgos

Entre los hallazgos, Pinto destaca el conocer la relación que tuvo desde sus inicios con la cultura cineclubística que venía desarrollándose en Chile desde la década del setenta.

«Conocer todos esos espacios previos como fueron los ciclos de cine del Chileno Norteamericano, el Cineclub Nexo, hasta llegar al Cine Egaña, nos habla de la tremenda pasión y entrega durante años para llegar finalmente al Cine Arte Normandie».

Por otro lado, destaca la «muy única» vocación que tuvo su dirección artística y programación (Sergio Salinas y Alex Doll) por fomentar la apreciación de las cinematografías nacionales (latinoamericanas, asiáticas, etc) y de autor.

«Es apasionante conocer las diversas estrategias para mantener todo ello a flote y haber tenido bastante éxito de público. Se junta, además, de un exigente criterio de programación, una vocación didáctica que la encontramos a partir de sus reseñas críticas difundidas a modos de cuadernillos para sus espectadores. El libro está lleno de historias, anécdotas que vale la pena recorrer, ya que la historia del Normandie es también la historia de muchas personas, espectadores, críticos, que circularon en torno a la sala. Parte de esa cultura es lo que se buscó rescatar».

Bossay destaca «una cultura cinematográfica, donde no solo se va al cine a ver una película, sino que se da espacio para pensar sobre ella, hablar de ella, discutir después sobre la película con amigos y amigas en algún café o bar, o con el mismo público de la sala entre quienes de tanto asistir ya se reconocían de vista. Una experiencia de ir al cine que no se acaba con el fin de la proyección, sino que un poco de ella se lleva fuera de la sala».

Para Peirano, gracias al trabajo de archivo y al ejercicio de escuchar a distintas voces y testimonios sobre el cine, fue posible conocer más de esa cultura cinematográfica de Santiago en ese periodo en particular y la relación con el contexto en que se creó. De hecho, la investigación permitió desmitificar algunas ideas comunes e incluso prejuicios sobre el Cine Arte Normandie («por ejemplo, esa idea de que era elitista, por la referencia a la canción de Los Prisioneros»).

Entre los hitos del Normandie, Pinto destaca aquel ocurrido a inicios de la década del noventa, que coincide con el fin de la dictadura, y que fue el cambio de sala de cine.

«Se trató de un momento muy importante, ya que la sala tuvo una función de cierre y una inaugural, las cuales fueron muy difundidas. Cuando la sala cambia de Alameda a Tarapacá se inaugura una nueva época histórica, de nuevas referencias de cine también, a las cuales la sala supo adaptarse manteniéndose a flote. También ese paso, nos habla de la función que cumple en un momento- un resguardo o un respiro durante la dictadura- a otro- un espacio de resistencia cultural desde el cine respecto a las políticas neoliberales», dice.

Formación de audiencias

Para los autores además fue clave el papel jugado por el Normandie en la formación de audiencias.

Para Pinto, ha jugado un rol fundamental, estableciendo una forma de aproximarse al cine, a partir de su programación y las reseñas críticas. Su «política curatorial» ha generado una especie de canon relevante particularmente para el público que asistió en las dos décadas mencionadas, a partir de sus ciclos de autor así como determinadas películas que son parte del sello, en sus palabras.

Solo para mencionar, el crítico apunta a los ciclos dedicados a la comedia italiana, el cine de Ingmar Bergman, Andréi Tarkovski, así como parte del cine norteamericano independiente (Spike Lee, hermanos Coen), para no mencionar parte del cine latinoamericano de la década del 80 («Hombre mirando al sudeste», «Tango feroz»).

«La difusión de este cine en un período de escasez y auge de las multisalas, es parte de su legado, al haber entendido su cine como un archivo del cine como arte. Otro factor ha sido el de sus precios accesibles y variedad de horarios pensado para un público universitario. Esto es relevante, porque mucha gente -incluyéndonos a los tres autores del libro- podía asistir a su cine con mayor frecuencia. Esa vocación popular -buen cine a precio accesible- creo que debiese ser también un factor a considerar», cuenta.

Para Peirano, «esa combinación entre una vocación popular y un amor tan profundo por el cine ha sido vital».

«Esa sensación que comentan las y los espectadores de que había siempre mucho que ver, que uno siempre podía contar con el Normandie, fue muy importante para el período que investigamos y ha marcado la formación de generaciones de públicos: no solo por un acercamiento intelectual, sino también afectivo, al cine. Eso es clave para el aprendizaje y la formación», afirma.

La supervivencia

El caso del cine Normandie además es notable por su supervivencia, en medio de la masiva desaparición de las salas de cine, sobre todo en el centro de Santiago.

«La investigación abarca las décadas de 1980 y 1990. Los 90 se destacan por la aparición de la cultura videoclub y la emergencia de la multisala. La sala comprendió sus películas como patrimonio audiovisual y durante mucho tiempo luchó por desarrollar una Cinemateca, ellos mismos funcionaron por un tiempo de esa forma a modo de resguardar su propio archivo fílmico», dice Pinto.

Agrega que hubo un período muy crítico de cine a inicios de la década del dos mil, y que hacia fines de esa década toma la dirección Mildred Doll, gestión que renueva la relación con el público y la sala, a partir de distintas instancias formativas y de mediación, con un énfasis muy territorial, a su vez con un uso muy activo de redes sociales.

«Creo que el enganche ha sido hoy afectivo, en el sentido que quienes asisten, valoran la existencia y el compromiso de la sala con sus espectadores», señala.

Bossay resalta la excelente selección de películas, las óptimas ubicaciones de las salas y los precios convenientes, «pero yo creo que la celebración de la cultura cinematográfica, la creencia de que viendo cine y reflexionando con él sobre la sociedad, forjó una relación con su público que lo siguió a través del centro, y le acompaña hasta hoy».

Este cine siempre ha sido una especie de «refugio» cultural que fue y es una necesidad para la ciudad, señala Peirano. «A pesar de las dificultades, ha sabido adaptarse muy bien a los distintos contextos en que se ha desenvuelto. Es de esperar que la revalorización de las salas de cine como puntos de encuentro con otras personas, y no solo de consumo, también facilite su continuidad».

«Creo que el Normandie se adapta al nuevo escenario ofreciendo un cine de alta calidad que pocas veces se estrena en las multisalas o se da en streaming», concluye Bossay, con cine de otros países y de otros contextos, «cine que ayuda a posicionarnos en el mundo».

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