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Kast, la ciencia y el futuro de nuestra democracia CULTURA|OPINIÓN Crédito: Archivo

Kast, la ciencia y el futuro de nuestra democracia

Pablo Astudillo Besnier
Por : Pablo Astudillo Besnier Ingeniero en biotecnología molecular de la Universidad de Chile, Doctor en Ciencias Biológicas, Pontificia Universidad Católica de Chile.
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Es cierto que el mundo político chileno, en general, no ha dado la relevancia necesaria a la ciencia, y que los programas presidenciales no suelen contener un conjunto ambicioso y motivador de propuestas en materia científica. Sin embargo, la precariedad del programa de José Antonio Kast en este ámbito constituye un caso extremo, y que preocupa no solo por lo que implica para la ciencia misma, sino también por los riesgos que acarrea para nuestra democracia. Nuestra capacidad para abordar los desafíos más apremiantes de hoy y mañana depende, al menos en parte, de nuestro desarrollo científico, y quienes aspiran a liderar el país deben demostrar un compromiso sólido en esta materia.


Nuestro país enfrenta desafíos de enorme complejidad. La batalla contra la pandemia del coronavirus continuará por un tiempo más, mientras que aún tenemos que procesar y dar respuesta al estallido social, sobre cuyas causas todavía no parece haber acuerdo. Todo lo anterior ocurrirá, por cierto, en el contexto de un proceso constituyente aún en desarrollo. A esto hay que sumar los retos presentados por el cambio climático, de naturaleza variada y que afectan múltiples dimensiones. Además, el deterioro de nuestra política y de la economía aparecen como problemas que ameritan urgente respuesta.

Si algo comparten estos y otros desafíos, es que su resolución requiere la generación de conocimiento científico en múltiples áreas del saber. El futuro de nuestra democracia, en consecuencia, no requiere tanto de liderazgos carismáticos como sí de una política que sepa generar y dar buen uso a nuevo conocimiento para ofrecer respuestas o cursos de acción que, con total certeza, serán complejos.

[cita tipo=»destaque»]En el mundo político en general, parece existir poca convicción sobre el valor de la ciencia para nuestro país (y cuando sí existe dicha valoración, esta se limita a su dimensión economicista y utilitaria). Respecto a José Antonio Kast, y a juzgar tanto por su ausencia en el principal debate sobre ciencia (realizado por la Universidad de Chile) como por lo contenido en su nuevo programa (y que no fue ni corregido ni aumentado en días posteriores), esta falta de convicción parece evidente.[/cita]

Es por lo anterior que para una sociedad democrática no resulta conveniente la existencia de una política que prescinda del conocimiento científico y que, además, no instale la generación de dicho conocimiento como un objetivo prioritario de política pública. En este sentido, causa gran preocupación el desinterés por la ciencia y la generación de conocimiento científico que caracteriza al programa de gobierno de José Antonio Kast. Cabe señalar que este desinterés no ha sido necesariamente una característica de los últimos programas de las candidaturas del sector. Por ejemplo, el programa de gobierno de Evelyn Matthei proponía duplicar el gasto en I+D, crear más centros de excelencia y aumentar las becas de doctorado, así como reformar la institucionalidad científica. En la elección siguiente, el actual Presidente Sebastián Piñera propuso crear una institucionalidad de rango ministerial para el área, una modernización curricular para incorporar la ciencia, medidas para la reinserción de becarios, el fortalecimiento de la política de centros de excelencia, ampliar el programa Fondecyt, y varias otras medidas, todas dentro del contexto de la inserción del país en la llamada “cuarta revolución industrial” (quedará para un análisis posterior el escaso progreso en estos compromisos).

En cambio, ¿a qué se compromete José Antonio Kast? La versión original de su programa prácticamente no ofrecía medidas pare el fomento general de la investigación científica (solo aparecían algunas medidas sectoriales específicas). La segunda versión de su programa, dada a conocer en días recientes, hace una alusión general a la Ley de I+D para “impulsar con mayor fuerza la innovación”, y compromete el apoyo a las mujeres para desarrollarse en la carrera científica (aunque lo hace incluyendo una desafortunada frase, que insinúa que quienes desarrollaron la propuesta creen que el problema de la inequidad de género en ciencias es solo un asunto de “capacitación”). No hay compromisos sobre gasto en I+D, ni sobre la reformulación de los programas hoy existentes, ni menos un reconocimiento de los problemas estructurales de la ciencia en el país, ni medidas más concretas sobre cómo incorporar el conocimiento científico en la toma de decisiones (a excepción de una propuesta aislada sobre “ciudades resilientes”). En definitiva, el nuevo programa resulta muy precario en este ámbito.

Esta omisión puede ser tanto por convicción como por diseño. En el mundo político en general, parece existir poca convicción sobre el valor de la ciencia para nuestro país (y cuando sí existe dicha valoración, esta se limita a su dimensión economicista y utilitaria). Respecto a José Antonio Kast, y a juzgar tanto por su ausencia en el principal debate sobre ciencia (realizado por la Universidad de Chile) como por lo contenido en su nuevo programa (y que no fue ni corregido ni aumentado en días posteriores), esta falta de convicción parece evidente. Pero esta omisión puede obedecer también a un diseño orientado a “atreverse a desafiar el consenso establecido”, como rezaba su programa original. Después de todo, ¿para qué promover la ciencia, cuando esta puede amenazar ideas y convicciones tenidas por legítimas y ciertas? En este sentido, cabe recordar que ciertos movimientos y liderazgos de derecha se han caracterizado en años recientes por un rechazo explícito de la ciencia, llevando a algunos autores a referirse incluso a una “guerra republicana contra la ciencia” (en el caso de Estados Unidos).

Ahora bien, el desdén por la ciencia se ve agravado por la erosión generalizada de la confianza tanto en las instituciones políticas como en la figura del “experto” (esto último en parte, quizás, por su asociación a dichas instituciones, así como también por la creciente oposición entre “pueblo” y “élite” explotada por ciertos liderazgos). Por otro lado, la simpleza del lenguaje (y, con ello, de las propuestas), o el empleo de las “fake news”, son características habituales de ciertos liderazgos que, a juicio de varios intelectuales, están poniendo en riesgo la democracia, en una tendencia de alcance global. De este modo, el desdén por la ciencia no solo sería una consecuencia de la actual crisis política, sino que incluso puede amplificarla, por lo cual este abandono deja de ser algo meramente anecdótico, y pasa a transformarse en un asunto de trascendencia para el futuro de nuestra democracia.

Es cierto que el mundo político chileno, en general, no ha dado la relevancia necesaria a la ciencia, y que los programas presidenciales no suelen contener un conjunto ambicioso y motivador de propuestas en materia científica. Sin embargo, la precariedad del programa de José Antonio Kast en este ámbito constituye un caso extremo, y que preocupa no solo por lo que implica para la ciencia misma, sino por los riesgos que acarrea para nuestra democracia. Nuestra capacidad para abordar los desafíos más apremiantes de hoy y mañana depende, al menos en parte, de nuestro desarrollo científico, y quienes aspiran a liderar el país deben demostrar un compromiso sólido en esta materia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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