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Novela “Alvarado” de Guillermo Mimica: un intento de lograr justicia CULTURA|OPINIÓN

Novela “Alvarado” de Guillermo Mimica: un intento de lograr justicia

Alvarado nos informará que fue hijo de un sargento, un padre poco afectivo, que solía visitar “las casas de putas de calle Errázuriz”. Una madre víctima de machismo y abuso de autoridad. Una escuela en que Alvarado fue repetidas veces castigado con violencia. Su ingreso al Partido Socialista, por un colega Banco del Estado de Chile, Régulo Díaz. Luego continuará relatando los días previos y posteriores al 11 de septiembre de 1973. El ocultamiento, las huidas, el terror, el pánico, la toma de prisioneros. Hasta ser destinados a Isla Dawson.


«Alvarado» es una novela -en palabras del propio narrador- o bien es un plan de novela que se va escribiendo a medida que se despliega el universo narrativo. Posee dos narradores básicos; en un inicio un hombre de apellido López cruza el Canal del Chacao hacia Castro, lugar en que espera tener una primera entrevista con el verdadero protagonista de esta historia: Luis Alvarado.

El segundo narrador es quién encargó a éste la misión de investigar, reunir información: Carlos Kusanovic. Inicialmente mantendrán una buena relación de “escribidores” la cual, al final del texto, producirá desavenencias por la mirada o la intención de cómo debe ser escrita la novela de Luis Alvarado.

Quizá lo relevante es que -discutible o no, si es una novela o no lo es el texto que el lector someterá a su lectura-, se trata entonces de un texto testimonial. Argumentos sobre un hombre que fue tomado prisionero en 1973 y por tres años encarcelado en diversos campos de concentración que poseía la dictadura en la región de Magallanes.

Alvarado fue un militante socialista como tantos los hubo en el gobierno de Salvador Allende. Además, fue condenado a presidio perpetuo con un Consejo de Guerra. Sin embargo, sin saber en un principio el cómo, su pena fue conmutada por la de extrañamiento en Dinamarca.

López, el primero de los narradores, se refiere a “un expediente” que abrirá sobre la historia de Alvarado. Dice: “Pues bien, con él hemos conversado tanto, y durante tantos años (…) en algún momento a él o a mí se nos ocurrió que había que dejar plasmado algo, un recuerdo, un testimonio”.

Tal vez por ello el lector se preguntará, a medida que avanzan las ciento ochenta y nueve páginas del texto, a qué género literario se ajusta todo el contenido: hay un relato que narra -crudo, doloroso, infame- las torturas y maltratos que recibió Alvarado (y tantos otros prisioneros que evoca el protagonista). También se incorporan documentos de índole judicial que dan cuenta de las querellas presentadas por las víctimas.

El género testimonial es el que tiene más preponderancia. La novela aparecerá una vez que Carlos y López hayan concluido las entrevistas, las investigaciones, la revisión de variados documentos legales, durante la temporada en prisión hasta la actualidad. Es un intento de lograr justicia después de cinco décadas, tal vez no en Tribunales, sí literariamente pues la denuncia de la violencia ejercida sobre la población de Magallanes fue desmesurada: por militares, por los cómplices en los organismos estatales y la propia justicia. Quedará en evidencia una etapa de la vida del país aún en la memoria de las victimas. Y es así pues el punto de hablada -desde cuándo y dónde se inicia el acto de escritura- es el presente de la pandemia.

Insisten los narradores en que: “(…) No era el azar el que nos había conducido a escoger el género novelístico para presentar la historia de Alvarado, ni a establecer la puesta en escena de una trama, que incorporaría también a otros personajes, para hacerlos transitar por el escenario imaginario que crearía el relato”. ¿Por qué los narradores ponen en duda, en varias ocasiones, la manera cómo se escribirá la historia de Alvarado,

La respuesta la describe uno de ellos: “Ya sabemos que lo nuestro no será una crónica de crueldades, si no la expresión de un drama humano para lo cual la novela es el género capaz de entregarnos la mejor herramienta”.

Lo que vendrá a continuación serán las noches de relato (en Chiloé, lugar donde deben viajar López y Carlos) de Alvarado por parte de López (quien se llama a sí mismo un “impostor desvergonzado”. Alvarado nos informará que fue hijo de un sargento, un padre poco afectivo, que solía visitar “las casas de putas de calle Errázuriz”. Una madre víctima de machismo y abuso de autoridad. Una escuela en que Alvarado fue repetidas veces castigado con violencia. Su ingreso al Partido Socialista, por un colega Banco del Estado de Chile, Régulo Díaz. Luego continuará relatando los días previos y posteriores al 11 de Septiembre de 1973. El ocultamiento, las huidas, el terror, el pánico, la toma de prisioneros. Hasta ser destinados a Isla Dawson.

Las mujeres son muy importantes como testigos de esos años réprobos. Marcela, la hija pequeña de Alvarado, que debe visitarlo y admitir los vejámenes que le hacen los militares. Silvia, su esposa, quién lo acompañará al exilio por mucho tiempo hasta antes de la separación. Rosa María Lizama, una adolescente de dieciséis años también sometida a cautiverio. Los relatos de estas mujeres son sobrecogedores. Testigos de la violencia militar contra sus esposos e hijos.

De súbito, en la investigación que realizan López y Kusanovic, Alvarado les confesará algo terrible: para poder huir de Chile a Dinamarca, su padre (ya sabemos exsargento) tuvo que vender su alma al demonio y hacerse delator de la DINA. Algo que Alvarado lo supo después de la muerte de su progenitor. Historias así de profundas y delicadas son las que expondrá el protagonista. Entonces los lectores nos hacemos la pregunta: ¿Todo esto puede ser ficción? ¿Puede ser inventado? Sin lugar a dudas que no es ficción: fue real y su protagonista se llamó Luis Alvarado. Por ello es compleja la separación entre realidad y ficción novelesca.

Hay otro personaje cercano y muy importante en la vida de Alvarado, es Héctor Avilés Venegas, conocido como el chico Avilés. Fue procesado junto a Alvarado por el Consejo de Guerra como gestores del Plan Z en Magallanes. Trabajaba como ejecutivo del Ministerio de Obras Públicas. Avilés alguna vez en ese período de sometimiento e ignominia que vivieron en cautiverio, le regaló a Alvarado un dibujo: una flor de copihue rodeado por alambre de púas.

Sin duda una representación sensible de la realidad de muchos en aquella época. Justamente es este dibujo el que contiene la portada de este libro, de honda significancia para quienes leamos este interesante libro testimonial. El narrador revisitará el pasado de Alvarado y todas aquellas víctimas que, aún hoy insisten en la justicia ante tribunales, a pesar de haber transcurrido casi cincuenta años desde la experiencia traumática del golpe de Estado en Chile.

Ficha técnica:

Guillermo Mimica
«Alvarado»
189 páginas
Editorial de la Universidad de Magallanes

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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