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Día Mundial del Árbol: Proteger los árboles que son nuestro patrimonio y legado para el futuro CULTURA|OPINIÓN

Día Mundial del Árbol: Proteger los árboles que son nuestro patrimonio y legado para el futuro

Nuestro afán de desarrollo muchas veces desconoce la relevancia de los bosques y paisajes donde se encuentran árboles monumentales. No debemos olvidar tampoco que éstos representan una intrincada relación con la naturaleza de diversos pueblos originarios. La araucaria o pehuen y la queñoa al norte son claros ejemplos. Asimismo, en el contexto del cambio climático, estos árboles están mostrando señales claras de declinación, frente a eventos climáticos cada vez más extremos y frecuentes, y la duradera sequía. 


Este 28 de junio se celebra el Día Mundial del Árbol, y con toda razón. En este día se reconoce a los árboles como símbolos ambientales presentes en la cultura y el imaginario colectivo de millones de personas, asociados a la conservación de la naturaleza y el cuidado del medioambiente.

Sin embargo, los árboles son mucho más que símbolos, son seres vivos longevos que conforman ecosistemas y paisajes en contextos urbanos, rurales y naturales. Hay árboles que son verdaderos monumentos, ya que son singulares producto de su tamaño excepcional, o tienen un valor científico, representan un patrimonio histórico, o solo por su belleza.

La persistente destrucción y degradación de los bosques nativos del país y en general del entorno en el que persisten estos árboles, los pone en riesgo por lo cual merecen urgente protección legal. En los bosques, los árboles longevos y de grandes tamaños son claves para sostener la biodiversidad y la regulación del funcionamiento ecosistémico. En las ciudades y pueblos, los árboles son más que meramente infraestructura verde, son parte de nuestra historia cultural y ambiental, y cuidarlos hoy representa nuestra mirada hacia el mañana y el respeto por el pasado.

Sabemos que en forma colectiva, los árboles junto a millones de seres vivos, conforman bosques, y que naturalmente contribuyen de innumerables formas al bienestar de los seres humanos. Los bosques proveen oxígeno, secuestran carbono de la atmósfera y son el sustento de más del 80% de la vida terrestre del planeta.

Según Naciones Unidas alrededor de 1.600 millones de personas, incluidos 40 millones en Latinoamérica y el Caribe dependen de los bosques; y su pérdida (3,3 millones de hectáreas entre 2010 y 2015) afecta particularmente a los más desposeídos, particularmente a mujeres rurales pobres que dependen de los recursos producidos por los bosques.

Sin embargo, una mirada menos relevada es el patrimonio que representa cada árbol en su individualidad. Sabemos que en los bosques de Chile existen árboles de grandes dimensiones y longevidades que conservan un reservorio único de información biológica y genética que debería ser preservado. Por ejemplo, árboles de más de 3 m de diámetro de tronco (más de 6 m de perímetro) son extremadamente raros en nuestros bosques. Asimismo, se sabe de pocos árboles en Chile que superen los mil años de edad.

Ejemplo icónico es el caso de un alerce en el Parque Nacional Alerce Costero, que supera los 5 mil años, posiblemente convirtiéndolo en uno de los árboles (no clonales) más longevos del planeta. Los árboles de grandes dimensiones y longevos de Chile tienen interés científico a escala global, que se hace necesario conservar. ¿Imaginan todo lo que podemos aprender de un ser vivo que ha estado en el planeta por miles de años? ¿Qué perspectivas de futuro nos deja, entonces, proteger este individuo para lo que necesitan conocer nuestros nietas y nietos?

Afortunadamente, especies como el Alerce y la Araucaria están reconocidos legalmente como Monumentos Naturales bajo el espíritu de la Convención de Washington para la Protección de la Flora, la Fauna y las Bellezas Escénicas Naturales de América de 1940. Chile adhirió a esta convención en 1967 con el fin de proteger y conservar en su medio ambiente natural ejemplares de las especies de su flora y fauna nativa, preservando su diversidad genética y evitando su extinción por cualquier medio al alcance del hombre. Con el objeto de dar cumplimiento a los propósitos de la convención, sucesivos decretos de los años 1974, 1976, 1987, 1995, con distintos alcances, declararon Monumento Natural, a diversas especies de la flora de Chile.

Lamentablemente, estos decretos no reconocen la irremplazabilidad de individuos monumentales, quedando a merced de talas, degradación de los bosques aledaños, o erosión del suelo que los sostiene. Peor es el caso de árboles de especies que no están protegidas, tales como del coihue (Nothofagus dombeyi), roble (Nothofagus obliqua) o rauli (Nothofagus nervosa). Estas especies tienen árboles monumentales que no tienen ningún tipo de protección fuera de áreas silvestres protegidas.

Para preservar los árboles en su aspecto individual, y no solo como especie, se debe expandir el enfoque de preservación de la naturaleza del Estado chileno, adicionando el concepto de individuos (o genes) prioritarios. De aplicarse en su plenitud la Convención de Washington sería un gran apoyo para proteger estos gigantes y abuelos en Chile.

Otro ejemplo de la desprotección en la que se encuentran los árboles monumentales, es el de aquellos que independientemente de su condición y especie, forman parte del arbolado de plazas, parques y calles. La rápida conversión de bosques originales por campos de cultivo y el rápido crecimiento de las ciudades, generó que árboles longevos y de grandes dimensiones queden remanentes y aislados en ciudades. Este tipo de árboles representan legados biológicos únicos de los bosques que fueron sustituidos por ciudades.

Existen diversos ejemplos de estos árboles en ciudades como Temuco, Valdivia, entre otras. Así puede verse en el campus central de la Universidad de Concepción, declarado Monumento Histórico en 2016 (Decreto 393), donde existen alrededor de 250 árboles nativos y exóticos con características monumentales y patrimoniales. Estos últimos destacan tanto por sus características biológicas (especies amenazadas, como el pitao, la palma chilena o el lleuque) como por ser árboles histórico-culturales relevantes o patrimoniales, como las palmeras de las Canarias, acompañando al Arco de medicina o las grandes secuoyas de los jardines centrales.

Peor aún, el decreto de Monumento Histórico protege a los edificios y prados, pero no reconoce a los árboles, generando una constante fricción entre quienes protegemos el patrimonio arbóreo y los manejos de poda que no toman en cuenta la integridad de los árboles monumentales del Campus.

Es común que la suerte de cientos de árboles monumentales y patrimoniales de nuestros espacios públicos quede en la denuncia o la defensa ciudadana, pero sin obligaciones claras de acción por parte de los municipios cuando se encuentran en bienes de uso público, o propietarios cuando se trata de propiedades privadas, o cuando estos árboles son especies invasoras como pinos, eucalyptus o aromos. Por esto es importante incorporar adecuadamente a los árboles patrimoniales de las ciudades en la ley de arbolado urbano (“ley arbolito”), que aún se encuentra en discusión en el Congreso, y promover su pronta promulgación.

Es indudable que los árboles monumentales constituyen un recurso ecoturístico, ya que son sumamente atractivos para ser visitados. Sin embargo, los hábitats donde persisten pueden ser afectados por los visitantes promoviendo el deterioro de estos árboles por el daño que causan a sus raíces y al suelo. Es tan común el interés por estos árboles, que se planean nuevas carreteras, senderos o caminos para visitarlos. Por lo mismo, se debe regular el desarrollo ecoturístico y de educación ambiental para la apreciación responsable de los mismos, en todos los tipos de propiedades (pública, privada).

Nuestro afán de desarrollo muchas veces desconoce la relevancia de los bosques y paisajes donde se encuentran árboles monumentales. No debemos olvidar tampoco que éstos representan una intrincada relación con la naturaleza de diversos pueblos originarios. La araucaria o pehuen y la queñoa al norte son claros ejemplos. Asimismo, en el contexto del cambio climático, estos árboles están mostrando señales claras de declinación, frente a eventos climáticos cada vez más extremos y frecuentes, y la duradera sequía.

Todas estas razones ponen en evidencia la necesidad de proteger a estos árboles como patrimonio o monumentos naturales de Chile, dejándolos bajo la custodia de un servicio público especializado, como podría ser el futuro Servicio de Biodiversidad del Ministerio del Medio Ambiente, pero con responsabilidades compartidas con el Consejo de Monumentos Nacionales y la Corporación Nacional Forestal. Tenemos un patrimonio arbóreo único que nos da un carácter como país responsable y respetuoso de la diversidad cultural y natural que nos beneficia e identifica y la legislación existente para protegerlos “hoy” es claramente insuficiente.

Los autores son investigadores del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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