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Mario Aravena y esa mímesis del inconsciente CULTURA|OPINIÓN

Mario Aravena y esa mímesis del inconsciente

Ricardo Rojas Behm
Por : Ricardo Rojas Behm Escritor y crítico, ha publicado “Análisis preliminar”, “Huevo de medusa”, “Color sanguíneo”, además de estar publicado en diversas antologías en Chile y el extranjero.
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Un trabajo que a primera vista parece simple, pero tras esa colorida mácula ingenua se esconde una reflexión en donde aflora además de la oculta miniaturización, esa liminal condición en la que estamos insertos, y en la que se instala el hecho de no estar ni en un sitio ni en otro, e incluso traspasar un umbral, entre un mundo que se ha ido y otro que parece inexistente, pero que en la medida de que caemos en el ostracismo de albergarnos y buscar refugio en nuestra caverna, proyectamos varios de nuestros temores y deseos más ocultos, muchos de los cuales giran eufemísticamente entre cuatro paredes, trayendo aparejado este “mundillo”, personal y privado.


Despercudirse de la realidad puede parecer utópico. Sin embargo, no lo es tanto, sí estamos conscientes de que muchos de nuestros actos se crean favoreciendo aquello que hemos inventado para seguir adelante.

En esa lógica se inscribe en gran medida la obra de Mario Aravena (Chile, 1988), quien acaba de exhibir parte de su trabajo en Galería Vermilion, y ahora se prepara para participar en Bada 2022, una de las Ferias más importantes de Buenos Aires (Argentina), que tendrá lugar entre el 25 y 28 de agosto, convocando a 280 artistas, consagrados y emergentes, quienes se abren a la posibilidad de conectarse directamente con una gran cantidad de público ávido por conocer y experimentar.

Un trabajo que a primera vista parece simple, pero tras esa colorida mácula ingenua se esconde una reflexión en donde aflora además de la oculta miniaturización, esa liminal condición en la que estamos insertos, y en la que se instala el hecho de no estar ni en un sitio ni en otro, e incluso traspasar un umbral, entre un mundo que se ha ido y otro que parece inexistente, pero que en la medida de que caemos en el ostracismo de albergarnos y buscar refugio en nuestra caverna, proyectamos varios de nuestros temores y deseos más ocultos, muchos de los cuales giran eufemísticamente entre cuatro paredes, trayendo aparejado este “mundillo”, personal y privado. En este caso reelaborado por un artista visual que despliega toda una narración representacional llena de símbolos y arquetipos que nos remiten a la infancia o filiación con lo más íntimo.

Transición que se transparenta en este conjunto de obras que en su construcción rebasan lo concreto, articulando todo un clima psicológico en cuyo escenario prevalece la ausencia como un tópico que deja entrever ese permanente abandono del cual somos víctimas.

Pero no desde lo sombrío o lo estrictamente doméstico, sino desde la luminosidad de una propuesta fundada sobre la base de una paleta cromática que excede lo lúdico, ya que hace un soterrado juego de complementarios, en un ánimo de desprenderse de lo abismal y oscuro del encierro, ya que como señala Jacqueline Paredes, directora de Galería Vermilion, “es dueño de un estilo único, derivado del arte metafísico, quien recrea atmósferas oníricas con iluminaciones irreales y perspectivas imposibles. Es una nueva experiencia visual con colores vibrantes que no pasan desapercibidos y en donde la realidad subjetiva de la obra es la realidad de su inconsciente”.

Una aproximación donde no cabe la actitud contemplativa, puesto que se acerca más a una interpretación fenomenológica que guarda relación con un proyecto de obra que va tras una incógnita que no termina por despejarse, toda vez que la ausencia es develada por esa “no presencia”, evidenciada además en los objetos que circundan el espacio cotidiano donde el aislamiento es responsable directo de esa exclusión acentuada por un afán que se incrementa a partir de una serie de postales, denominadas Escenas improvisadas (2021), las que a su vez se enmarcan como un resabio de la pandemia y de ese caleidoscópico ejercicio de mover los objetos dentro de estos interiorismos de la no presencia.

Una pulsión que con toda seguridad pudiera entenderse bajo un tiempo-espacio indefinido, el que a ratos puede parecer pasivo. Sin embargo, esa aparente quietud o languidez devela la rigurosidad de la caverna, representada por un plus ultra determinado por la ausencia total de personas dentro de este interminable diorama, donde al igual que en la alegoría de Platón es la prisión de la apariencia, y si bien en la propuesta de Aravena no estamos encadenados a la gran caverna, sí estamos recluidos por esta mímesis inconsciente que en vez de las sombras proyecta un esquema constructivo-cromático que comparten tanto las maquetas 3D (2022), como aquellos proyectos bidimensionales que evidencian el origen arquitectónico del propio artista.

De ahí que considero que este proyecto de obra debiera verse como una mímesis de lo real a lo irreal y viceversa, ya que cuesta a ratos hacer la separación, pero precisamente ahí es donde está la magia. En esa atmósfera creada por esa serie de escenificaciones que hablan de lo inmediato y atesorado desde lo cotidiano, pero que flirtea con lo onírico.

El resultado está a la vista, pues es su manera de decirnos abiertamente que nada cambia, o quizás todo lo contrario. Sea cual sea la respuesta, es un recurso válido mediante el cual consigue atraparnos en su imaginario, en cuyo códex de representación el vacío se adueña del espacio, creando una arquitectura del paisaje ficcionado por un lenguaje articulado en torno a la saturación de mundos interiores que salen a la luz como algo asumido por la memoria y como secuela de nuestro inconsciente, con episodios y los lugares reales e imaginados por objetos que naturalmente vuelven a reunirse.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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