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«Sobre hormigas y dinosaurios» de Liu Cixin: una novela de ciencia-ficción ecológica CULTURA|OPINIÓN

«Sobre hormigas y dinosaurios» de Liu Cixin: una novela de ciencia-ficción ecológica

Max Valdés / Letras de Chile
Por : Max Valdés / Letras de Chile Novelista, cuentista, editor, antólogo, escritor de literatura infantil. Es Magister en Edición de la Universidad Diego Portales y Máster en Edición de la U.Pompeau Fabra de Barcelona.
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Admirada y reconocida por lectores de la talla de Barack Obama, Marc Zuckerberg y George R.R. Martin, se trata de una fábula satírica, una alegoría política y una grave advertencia ecológica. Los protagonistas-antagonistas son dos: la civilización de las hormigas y la civilización de los dinosaurios: el imperio de Gondwana y la república de Laurasia versus La ciudad de Marfil, todo esto en el cretácico superior.


Liu Cixin está ampliamente reconocido como el buque insignia de la ciencia-ficción en China. Ingeniero de profesión (hasta el 2014 trabajó para la China Power Invesment Corporation en una central eléctrica ubicada en Niangziguan, en la provincia de Shanxi), Liu comenzó a escribir relatos de ciencia-ficción como pasatiempo. Su popularidad, sin embargo, se elevó por las nubes tras la publicación de una serie de novelas ambientadas en el universo de «Los tres cuerpos».

La serie, una historia épica cuyo argumento gira en torno a una invasión alienígena y el viaje a las estrellas de la humanidad, comienza con una operación militar secreta, ambientada en la era de Mao, cuyo objetivo es comunicarse con una inteligencia extraterrestre, y termina, literalmente, con el fin del universo. Esta obra le significó ganar el prestigioso premio Hugo en 2015.

La obra de Liu Cixin, que encaja por lo general en la categoría de “ciencia-ficción dura”, perpetúa la tradición de escritores como Arthur C. Clarke. Hay quienes lo han clasificado de “clásico”, por ese motivo, puesto que en sus historias priman tanto el romanticismo y la grandeza de las ciencias como los intentos de la humanidad por desentrañar los secretos de la naturaleza.

Su obra más reciente es «Sobre hormigas y dinosaurios» (Nova, 2022) admirada y reconocida por lectores de la talla de Barack Obama, Marc Zuckerberg y George R.R. Martin. Se trata de una fábula satírica, una alegoría política y una grave advertencia ecológica. Los protagonistas-antagonistas son dos: la civilización de las hormigas y la civilización de los dinosaurios: el imperio de Gondwana y la república de Laurasia versus La ciudad de Marfil, todo esto en el crétacico superior.

En aquella época el planeta estaba poblado por unos animales gigantes, el más pesado alcanzaba las ochenta toneladas y los treinta metros de altura. Llevaban setenta millones de años viviendo en la Tierra, lo que significa que aparecieron hace más de mil millones de años. Además, había otra especie que había comenzado a dar muestras de una inteligencia incipiente: las hormigas.

Al igual que los dinosaurios habían pasado por un largo proceso evolutivo, habían erigido ciudades, hormigueros y laberintos subterráneos en todos los continentes. Las hormigas se comunicaban entre sí mediante feromonas, unas moléculas olorosas de un elevado grado de sofisticación que les permitían transmitir información compleja, lo que las dotó de un lenguaje más avanzado que el de los dinosaurios.

El mayor punto débil de los dinosaurios era que carecían de manos diestras; las hormigas, en cambio, eran capaces de llevar a cabo actividades de un increíble grado de precisión. De ahí surge la alianza entre ambas culturas. Lo que les significará grandes inventos y progresos para sus sociedades, pero, también les acarreará desencuentros e interminables guerras.

Los primeros capítulos representan la lucha por la supervivencia en una tierra inhóspita y cruel, sin la intervención de hormigas ni dinosaurios: un tyrannosaurus caza un lagarto y se sacia de él, quedándose dormido, agotado de tanta masticación. Las hormigas se comen los restos de carne que quedan entre las muelas del gigante. Ahí se reconocen habitando un mismo mundo. Nace entonces la cooperación entre ellos y más dinosaurios buscan en las hormigas esta “limpieza bucal”.

En ello descubrirán que serán perfectas cirujanos y podrán ingresar, incluso al cerebro de los dinosaurios, y sanar enfermedades. Con el tiempo las hormigas lograrán anestesiar a los reptiles con una alta tecnología, conocerán cada órgano del animal superior, con lujo de detalles (una hormiga científica de nombre Daba será la pionera en las investigaciones médicas sobre la estructura interna de estos animales). Sin embargo, ese tipo de relación simbiótica tuvo sus limitaciones.

Los dos simbiontes se unen únicamente con el propósito de subsistir, y su intercambio se limita a lo necesario para la supervivencia; pero la transición a la civilización les exige a los simbiontes que intercambien algo más profundo, que se involucren en un nivel más alto de cooperación, para que puedan establecer una alianza que no sea simplemente simbiótica sino coevolutiva.

Y esa alianza los convertirá en dos culturas elevadísimas; desarrollarán el lenguaje escrito en base a tablillas móviles, tanto así que la fusión de estas dos inteligencias en ciernes a fines del Cretácico acabó provocando una espectacular reacción en cadena. “El sol de la civilización se elevó sobre el corazón de Gondwana e iluminó con su luz la larga noche de la historia evolutiva de la vida sobre la Tierra”.

El tiempo pasó volando, y transcurrieron mil años. La alianza saurio-fórmica alcanzó nuevos avances inconmensurables. Sin embargo, y como no podía ser de otra forma las marcadas diferencias en las fisiologías y estructuras sociales de ambas especies se traducían en un abismo cultural infranqueable que separaba a ambas civilizaciones, motivo por el cual los mundos de las hormigas y de los dinosaurios nunca llegaron a ser realmente uno. Conforme iba avanzando la civilización, era solo cuestión de tiempo que se produjera un choque intercultural entre ambos mundos: y sucedió de la peor manera.

Cada año se celebraba una cumbre saurio-fórmica en la Ciudad de Roca, en ella los soberanos de ambos imperios deliberaban acerca de los principales problemas que afrontaban sus respectivos mundos. La reina Lasini del Imperio Fórmico fue recibida por el emperador Urus del Imperio Saurio. Esta vez el objetivo era resolver la disputa religiosa entre ambos mundos: ¿cuál era aquella disputa? ¡Cómo es Dios!, si se parece más a un dinosaurio o bien es similar a una hormiga. Dicen las hormigas: “…nosotros también hemos visto a Dios a través de nuestra fe, y todas las hormigas se reflejan en su imagen”. A lo que Urus responde: “¿De verdad creéis que Dios es una mota de polvo como vos? ¿Qué clase de Dios podría crear un mundo tan grande como este? Y responde la reina Lasini: “En el tamaño no está la fuerza. Comparados con las montañas y los océanos, los dinosaurios también son polvo”. Este el origen de la primera gran crisis que afectará la convivencia entre ambos mundos. Las hormigas suspenderán todo el trabajo que realizan en el imperio saurio y se retirarán por completo de todas sus ciudades y no reanudarán sus trabajos hasta que los templos hayan sido demolidos según sus demandas. Por su parte el imperio saurio también lanza un ultimátum: el imperio fórmico debe demoler todos los templos consagrados a un dios hormiga, si no el ejército saurio pisoteará cualquier ciudad hormiga en la que todavía haya templos dedicados a un dios hormiga. Se inicia así la Primera Guerra Saurio- Fórmica una guerra cruenta como jamás ningún imperio imaginó y que degeneró en una guerra mundial que envolvió al planeta entero. La guerra trajo un sufrimiento indecible a ambos mundos: las ciudades de los dinosaurios fueron pasto de las llamas, y las ciudades de las hormigas se convirtieron en escombros bajo los pies de los reptiles. Los incendios forestales se extendieron por todos los continentes y el denso humo cubrió el sol, lo que provocó una catástrofe medioambiental. Este se elevó hacia la atmosfera, lo cual redujo de manera drástica la cantidad de luz solar que llegaba a la superficie de la Tierra, los rendimientos de los cultivos se desplomaron y se avizoraba el fin de cualquier forma de vida en el planeta.

Luego de años de guerra ambos ejércitos olvidaron el origen de ésta: “Recuerdo que tuvo que ver con el aspecto de Dios… ¿Se parece Dios a una hormiga o a un dinosaurio?” señala una de las hormigas.

Sin embargo, lograrán un acuerdo de paz, una paz endeble y en permanente riesgo. A partir de ahí volvería la era de grandes progresos científicos y materiales, la creación de sofisticadas naves espaciales que alcanzarían multiversos inimaginables. Hasta que el cónsul Kachika de la Federación Fórmica advierte a su imperio: “¡Nuestra civilización nuevamente está al borde del colapso! ¡Las grandes industrias del mundo de los dinosaurios están matando la Tierra! Se están destruyendo ecosistemas, la atmósfera está llena de gases tóxicos, y los bosques y las praderas están desapareciendo a toda velocidad. La Antártida fue el último continente en nacer, pero el primero en sufrir una desertificación total, ¡y los otros continentes van por el mismo camino! Y por si fuera poco esta depredación ya se ha extendido a los océanos: si la pesca excesiva y la contaminación siguen creciendo al ritmo actual, los océanos habrán muerto en menos de medio siglo”.

La novela continuará sorprendiendo peligrosamente al lector, como si nos adelantara con exactitud más que con imaginación, el destino que vamos andando y, las consecuencias de nuestros comportamientos, desde algo tan inocuo como la comida de nuestros bebés hasta la construcción del aparato tecnológico que permite comunicarnos. Sin duda, es una novela de ciencia-ficción ecológica y de supervivencia de un mundo que anuncia su desaparición en boca de hormigas y dinosaurios. Casi como para que la lean los niños en las escuelas, pues es una fábula muy bien escrita, a ver si los viejos tozudos e intolerantes (que nos gobiernan) la puedan llegar a comprender, parece ser la ironía dramática que nos plantea su autor.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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