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«Corambre» de Maite Izquierdo, un acto ritual íntimo y transformador CULTURA|OPINIÓN Crédito: Maite Izquierdo.

«Corambre» de Maite Izquierdo, un acto ritual íntimo y transformador

Ricardo Rojas Behm
Por : Ricardo Rojas Behm Escritor y crítico, ha publicado “Análisis preliminar”, “Huevo de medusa”, “Color sanguíneo”, además de estar publicado en diversas antologías en Chile y el extranjero.
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Primera y postrera morada. Eso es el cuerpo. Dúctil armadura que habitamos y que está llena de misterios. Los que Maite Izquierdo busca develar, dejando al descubierto un sinfín de muecas y cicatrices que ponen en entredicho el encantamiento. Devoción que aun así va remendando a través de vestigios textiles que – como toda piel- cargan sobre sí, una serie de imputaciones que testimonian una vida hecha a partir de las circunstancias, las que van quedando grabadas en la piel, casi como una paradoja o transgresión de lo cotidiano. Algo que siempre está presente, pero no lo notamos, o lo que es aún peor, pasa inadvertido, pero que esta artista visual se encarga de evidenciar en Corambre, una muestra fehaciente de la memoria que la piel guarda.


Según la definición Corambre, se refiere a los cueros y las pieles de algún animal, cosida, pegada y preparada para contener aquello que, en este caso busca atesorar las distintas texturas con las que Maite Izquierdo ahonda en la exploración del cuerpo como un receptáculo de los sentidos.

Un insondable desafío que podemos descubrir en la Sala de Arte CCU, al recorrer “Corambre”, exposición compuesta por ocho estaciones donde se representan diferentes procesos de transformación y maduración de la piel, en los que esta artista chilena ve en los textiles la ductilidad perfecta para reflejar, rearmar, desnaturalizar al cuerpo, convirtiéndolo en un territorio subalterno donde la distancia no tiene cabida, ya que en este indagar se interna en esa segunda piel, en un acto ritual íntimo y transformador.

Condición con la que desbarata el paradigma del extrañamiento, y al unísono acorta la brecha existente entre el componente matérico y la piel en un nuevo “habitar” con el que bordea lo extracorpóreo, aproximándose incluso a una abstracción que da cuenta de diversas las sensaciones generadas a partir de este hecho cómplice.

Crédito: Maite Izquierdo.

Implicancias que conoce de sobra, ya que una parte importante de su obra se relaciona con esta isla constreñida por la individualidad, que la impulsa a una recurrente pesquisa que, en primera instancia, la lleva a registrar tantos momentos gastados y evidenciados en esta crónica corporal que en la medida que se hacen patentes, afloran las huellas de un transcurrir no excepto de hematomas, expresados mediante lo vejatorio, la mutilación y el desgarro que va silenciosamente horadando.

Hecho indesmentible que se advierte en estos vestigios que supuran una verdad innegable, donde la apariencia esquiva del cuerpo pierde -sin quererlo- su aspecto original, hasta volverse extrañamente irreconocible.

Asimismo, debemos considerar que, como señala Carolina Arévalo, curadora e investigadora de la exposición, “en nuestra cultura, las personas desconocidas entre sí suelen mantener un metro o más de distancia entre ellas, cuando es traspasado ese límite, se instala la incomodidad. O bien, se abre un espacio para la instancia íntima”.

Crédito: Maite Izquierdo.

Vez que ese cerco cede, significa hacerse cargo de la intimidad e internarse en este vasto paisaje corpóreo. Un trajín que esta artista redefine con toda naturalidad, articulando un trazado en el cual busca redescubrir lo textil, descomponerlo y darle una giro que propicie el intercambio entre lo trivial y lo atávico, símbolo inequívoco de un reconocimiento que también ya apreciamos en “Matadero Textil” (2015), Herencia (2018), “Cordón Umbilical” (2019), y ahora en “Sudario natural”(2022), muestra que se exhibe en Galería Artespacio, donde inmortaliza la naturaleza y sus estaciones, recolectando materiales que ya han tenido una vida, descomponiéndolos, para luego reelaborar su huella.

Figuración que se complementa con los zurcidos, rajados, amarrados y remendados, con los cuales Izquierdo remarca el estigma de esos cuerpos devaluados, recurriendo a un eje pluridisciplinar con el cual manifiesta su resistencia a ocultar el dolor, el que pone en entredicho, toda vez que deja entrever las concesiones que el cuerpo acusa, y que esta artista ausculta amalgamando y yuxtaponiendo sensaciones matéricas.

Sin duda un afán exploratorio que la propia Maite Izquierdo explica: “Las telas se encuentran en diversos lugares y circunstancias, se rescatan del uso para cual fueron creadas, se atesoran, se tiñen y se cosen. Prima aquí un placer por la manualidad en el arte, una búsqueda de la belleza por medio de la experimentación. Un oficio que demanda tiempo y paciencia, en que el proceso creativo se hace una obsesión. Como un ritual, el resultado de mi acción forma un gran volumen que abraza. La fragilidad del material hace explorar lo cambiante y lo efímero. Materiales que se elevan al entrelazarse, y así, abrigan el espacio entregado”.

Crédito: Maite Izquierdo.

Así es como esta artista visual le da un nuevo sentido al arte textil. Además, que el cuerpo otorga esas licencias y Maite Izquierdo sabe aprovecharlas, desde recrear su propia historia. Luego, pasando por un proceso de autoconocimiento, hasta lograr estas transferencias donde se amalgaman el sometimiento y la entrega. Todos lenguajes que por definición se transforman en características basales de un quehacer que sustituye la piel por otra materia equivalente, logrando que, entre estos pliegues y realidades, existan otras posibilidades de percibir un uso material y asociarlo a esta transición donde la piel no tiene sólo una condición unívoca.

Primera y postrera morada. Eso es el cuerpo. Dúctil armadura que habitamos y que está llena de misterios. Los que Maite Izquierdo busca develar, dejando al descubierto un sinfín de muecas y cicatrices que ponen en entredicho el encantamiento. Devoción que aun así va remendando a través de vestigios textiles que – como toda piel- cargan sobre sí, una serie de imputaciones que testimonian una vida hecha a partir de las circunstancias, las que van quedando grabadas en la piel, casi como una paradoja o transgresión de lo cotidiano. Algo que siempre está presente, pero no lo notamos, o lo que es aún peor, pasa inadvertido, pero que esta artista visual se encarga de evidenciar en Corambre, una muestra fehaciente de la memoria que la piel guarda.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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