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Ray Loriga, en defensa del solaz y el libre albedrío CULTURA Crédito: Greta Aira

Ray Loriga, en defensa del solaz y el libre albedrío

Greta Aira
Por : Greta Aira Periodista hispanoargentina. Colaboradora de Cultura de El Mostrador
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El escritor español publica «Cualquier verano es un final», una novela en la que el paso del tiempo, la amistad o el amor, y un tema con tantas aristas como el suicidio asistido, se entretejen con un estilo tan ligero como de calado profundo, descomprimido con brotes de humor e ironía, viajes y largos días de playa. En esta entrevista, el autor de «Rendición» revela su pasión por la escritura. “Lo que me apasiona de la literatura es la forma, el fraseo, cómo trabajas cada bloque de texto dentro de una armonía general, cómo equilibras sonidos, sentidos, una especie de música interior en las palabras, en las frases, que crean un ritmo”, expresa.


Es un viernes frío de enero en Europa, el cielo está descaradamente gris y Ray Loriga (Madrid, 1967) se declara agotado; lleva toda la semana hablando con periodistas y el cansancio le pasa factura: confunde la hora de la entrevista y la retrasa media hora. Para colmo, tampoco funciona esta grabadora.

“Bah, si no, luego te lo inventas. Es lo que hace la mayoría, jajaja. Me hace gracia, porque ponen las comillas como si lo hubiera dicho yo; yo también soy periodista y he hecho entrevistas”.

Loriga ha publicado las novelas Lo peor de todo –de la que se cumplieron 30 años en 2022–, Héroes, Caídos del cielo, Tokio ya no nos quiere, Trífero, Ya solo habla de amor, El bebedor de lágrimas, Za Za, emperador de Ibiza, Rendición (Premio Alfaguara de novela 2017), Sábado, domingo y Cualquier verano es un final. Aparte, ha escrito los libros de relatos Días extraños, Días aún más extraños y Los oficiales y El destino de Cordelia, y el ensayo Sombrero y Mississippi.

Como guionista de cine ha colaborado, entre otros, con Pedro Almodóvar y Carlos Saura. Ha dirigido las películas La pistola de mi hermano –adaptación de su novela Caídos del cielo– y Teresa, el cuerpo de Cristo.

Esta entrevista se graba con un teléfono móvil, aparato que Loriga se ha resistido a usar durante años; aún se resiste a las redes sociales, si no lo hiciera, difícilmente podría dedicar las seis o siete horas diarias que destina al trabajo de escritura.

“No hay otra manera para una novela porque es un trabajo de aliento muy largo. Pienso en la imagen de una mina –no es comparable porque un trabajo en una mina es bastante más duro, pero comparte la mecánica de tener que bajar y picar y picar y picar, y un día encuentras algo y vuelves a subir más contento–. Hay días que no encuentras nada, pero picas”.

De la mina –esta vez– volvió con Cualquier verano es un final (Alfaguara), novela publicada este mes, que se suma a las mencionadas.

Cinéfilo y escritor era también Javier Marías, fallecido el año pasado.

“Esa muerte me duele. La muerte propia no tiene recuerdo posterior y la muerte de un amigo sí”, se lamenta Loriga. Cualquier verano es un final ahonda en esos dos temas: la amistad y la muerte.

“El desafío que afronté era hablar seriamente de la muerte, pero de manera dulce y que el lector acabase el libro con una sensación agradable”.

Suena Carmen Miranda, se evoca la risa de Elis Regina; dos amigos, que ya han pasado los 50, juegan como niños, se disfrazan o se bañan desnudos en el mar.

“Envejecemos, camarada, lo mires como lo mires”, le recuerda Luiz a Yorick, el personaje narrador de la novela que, al igual que el autor, pasó por una operación delicada: la extirpación de un tumor cerebral, cuyas consecuencias aún perseveran: parálisis facial, sordera de un oído, un ojo afectado… Sin embargo, ese no es el centro de sus dilemas, tampoco de Loriga.

“Mi situación personal solo me dio un buen trabajo de campo, no tenía que hacer research porque ya lo había hecho”. Y es que, lejos de pasarse a la literatura testimonial, Ray Loriga mantiene su gusto por la ficción y su verdad imaginada.

“Lo que me apasiona de la literatura es la forma, el fraseo, cómo trabajas cada bloque de texto dentro de una armonía general, cómo equilibras sonidos, sentidos, una especie de música interior en las palabras, en las frases, que crean un ritmo”.

Dice no tener manías a la hora de crear –como Hemingway, que escribía de pie y en calzoncillos–, solo fumar y beber café. Ahora se sirve agua. Está sentado a un extremo de una mesa blanca y rectangular rodeada de sillas negras, al otro lado, hay una pantalla y una pizarra.

“Nos han puesto en la sala de juntas, parece que vamos a hablar de negocios”, bromea.

La editorial que lo publica está en la calle Luchana, en Madrid, y desde la oficina que menos libros tiene, Loriga preside la gran mesa de una reunión imaginaria. Lleva una chaqueta de lana marrón, zapatos y jersey de cuello vuelto a juego, aunque en distintos tonos, pantalones y un parche negro estilo pirata o villano sobre el ojo derecho. Elegancia no le falta, tatuajes no enseña y a etiquetas no atiende, por más que el New York Times lo haya calificado como “rockstar de las letras europeas” en 2004, cuando publicó Tokio ya no nos quiere.

Lisboa, Nueva York o Venecia son ciudades por las que los protagonistas de Cualquier verano es un final expanden su amistad, amor o viceversa. Aunque, además, hay otro escenario: una residencia para suicidarse, como hizo el cineasta Jean-Luc Godard en 2022, en Suiza.

“También Alain Delon publicó una carta de despedida, diciendo que va a ir a uno de estos centros de suicidio legal asistido donde la razón para morir es el libre albedrío”.

La libertad para hacer o no hacer absolutamente es un tema que recorre la novela de principio a fin.

“En la sociedad capitalista que vivimos y que hemos elegido vivir –nadie nos lo ha impuesto– ser es hacer. No tanto porque estemos deseando ver lo que hace cada uno sino porque, al hacer, cobras un sueldo y puedes consumir, entonces la rueda gira. Un tipo que no consume es como un traidor al capitalismo. De ahí que todos los nombres que se le dan a un tipo que no hace nada son peyorativos: vago, inútil… También puede estar ahí sentado pensando, déjalo en paz, si no molesta a nadie”.

“Carezco de grandes ambiciones y no me duele lo que no tengo. Desde un principio, mi propósito fue solo vivir la vida como unas discretas y largas vacaciones”, asume Yorick, el personaje narrador, algo con lo que Loriga coincide.

“Es una defensa del solaz, pero no en fecha dada y pagada como son las vacaciones: ahora es Navidad, te tienes que divertir; ahora ya es lunes, deja de divertirte inmediatamente. ¿No puedo vivir con otro ritmo, como yo quiera?”.

Y lo que quiere Ray Loriga ahora es salir de esta sala de reuniones y encender un cigarrillo en la calle, pese al invierno frío, esperando el final de este viernes de entrevistas. Ahí va.

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